Parece que el régimen de Corea del Norte ya ni siquiera se define como comunista (quitaron el término de su constitución política). Su principal característica es un nacionalismo extremo, el aislacionismo, el racismo y la xenofobia. Tiene más características de nazismo que de socialismo.
El régimen norcoreano es más extravagante y despreciable de lo que creías
UN PAIS DE MINIATURAS(1) RACISTAS
El régimen norcoreano es más bizarro y despreciable de lo que creías.
Hace algunos años, en una visita a Corea del Norte, tuve la suerte de que me asignaran un “guardaespaldas” genial al cual voy a llamar Sr. Chae. Con suma paciencia me condujo por ese país arruinado y hambriento, suministrando explicaciones convincentes para todo mediante algún mecanismo inconsciente de negación y al parecer sin perder jamás el interés por los monumentos faraónicos de la mayor y más histérica escenografía del mundo dedicada al culto a la personalidad de un líder. Una noche, mientras cenábamos unos trozos de pato correoso, mencionó otro motivo más para no aplazar el día en que toda la península de Corea se unificase bajo el gobierno radiante del Amado Líder. La gente de Corea del Sur, dijo, se estaba mestizando. Se casaban con extranjeros —incluso con soldados estadounidenses negros, o eso había oído para su evidente disgusto— y estaban perdiendo su pureza y categoría. El encanto del mosaico étnico no era para el Sr. Chae, sino una uniformidad rígida e inmaculada.
Dijo esto con tanta seguridad que me dejó helado, como si diera por sentado que yo no podía más que estar de acuerdo con él. Me pregunté entonces si aquella forma de totalitarismo (porque nada hay más “total” que el nacionalismo racista) también era parte de las idiosincrasias que el estado norcoreano cultivaba en sus súbditos. Sin embargo mi atención estaba ocupada, como la de la mayoría de los pocos visitantes que tiene el país, en las formas de totalitarismo más imponentes y exóticas que se mostraban a nuestra vista: los mausoleos ciclópeos y los desfiles gigantescos que parecían aunar el estalinismo clásico con cierta forma retorcida de ethos patriarcal confucianista.
Carlos Marx en su Dieciocho de Brumario escribió que aquellos que pretenden dominar otra lengua siempre empiezan traduciendo de ella al idioma que ya conocen. Yo me estaba limitando (y haciendo flaco favor a mis lectores) al usar el arsenal de imágenes tópicas que tenemos sobre el estalinismo y el fenómeno oriental del respeto. Hace poco me puse las bifocales que supone leer el nuevo libro de B.R. Myers “The Cleanest Race: How North Coreans See Themselves and Why it Matters” (La raza más limpia: Cómo los norcoreanos se ven a sí mismos y por qué es importante). Ahora entiendo que mi visión del asunto estaba patas arriba. Todo el concepto de comunismo está muerto en Corea del Norte y su última “Constitución,” ratificada el pasado abril, ha eliminado cualquier mención a dicha palabra. Las analogías con el confucianismo son simplistas y los paralelismos que se le pretenden son un producto del régimen para consumo de extranjeros. Myers desarrolla la tesis persuasiva de que debemos considerar al régimen de Kim Jong-Il como un fenómeno de la derecha más extrema y patológica. Está basado en la preeminencia de la movilización militar, está mantenido por mano de obra esclava e inculca una ideología que se autocomplace en el racismo y la xenofobia.
Estas conclusiones, recopiladas en un libro brillantemente escrito, tienen la preocupante implicación de que la propaganda del régimen puede estar diciendo lo que realmente piensa, lo que a su vez implicaría que las negociaciones con el mismo sobre paz y desarme son una pérdida de tiempo —y quizás una pérdida de tiempo peligrosa.
A tener en cuenta: incluso en los días del comunismo hubo informes de diplomáticos cubanos y del bloque del este que señalaban el carácter paranoide del sistema (para el cual no existe el concepto de disuasión y que había dicho a su propio pueblo cómo había firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear de mala fe) y su odio intenso hacia los extranjeros. Un diplomático cubano negro casi fue linchado cuando sacó a su familia a pasear por Pyongyang. Las norcoreanas que regresan embarazadas de China —el principal aliado y protector del régimen— son obligadas a abortar. Los carteles y pancartas que retratan a todos los japoneses como bárbaros solamente son igualados por la forma en que se caricaturiza a los estadounidenses como monstruos de narices aguileñas (las ilustraciones del libro son una pedagogía en sí mismas). Los Estados Unidos y sus socios preparan ayuda para paliar la enorme carestía alimentaria de Corea del Norte, pero no hay un ápice de reconocimiento de esto por parte de las autoridades, que dicen a sus súbditos que los sacos de grano serigrafiados con el símbolo estadounidense de las barras y estrellas son el impuesto pagado al Amado Líder por unos Estados Unidos atemorizados.
Señala también Myers que muchas de las consignas utilizadas y mostradas por el estado norcoreano han sido tomadas directamente —parece algo irónico— de la ideología kamikaze del imperialismo japonés. A cada niño se le dice todos los días lo maravillosa que es la posibilidad de inmolarse al servicio de la patria y se le enseña a no temer la idea de la guerra, ni siquiera la nuclear.
El régimen no puede gobernar únicamente mediante el terror y ahora todo lo que le queda es su ideología militar racialista. No es de extrañar que cada “negociación” con él resulte más humillante que la anterior. Como señala Myers, no esperamos una negociación sobre su propia razón de vida así como así.
Una cuestión nos preocupa a todos los que observamos los asuntos norcoreanos. ¿Aman sus cadenas realmente estos esclavos? El acertijo tiene varias conclusiones obscenas. La gente de este pequeño estado de pesadilla, naturalmente, no puede hacer comparaciones con las vidas de otros y si se quejan o cometen un delito se los arrumba a campos que —a juzgar por los niveles atención y nutrición de la sociedad “normal”— debe ser un infierno sólo excusable por lo breve de su duración. Pero la petulancia racial y el histerismo nacionalista son pegamentos poderosos para los sistemas más odiosos, como europeos y estadounidenses tienen buenas razones para recordar. Incluso en Corea del Sur hay quienes consideran al régimen de Kim Jong-Il, bajo el cual ellos mismos no podrían vivir un solo día, como algo más “auténticamente” coreano.
He aquí los dos hechos más impactantes sobre Corea del Norte. Primero, cuando se observa en una fotografía nocturna de satélite, es una zona de negrura continua. Apenas puede distinguirse un destello de luz incluso en la capital (Véase esta famosa fotografía img216.imageshack.us/img216/8351/1207koreaelectricitygrikf0.jpg ). Segundo, un norcoreano tiene, de media, una estatura seis pulgadas por debajo de la que tiene un surcoreano. Uno puede tratar de imaginar cuánta plusvalía se ha exprimido de cada esclavo, y durante cuánto tiempo, para alimentar y sostener a la familia criminal militarizada que posee completamente al país y a su gente.
Pero esto es lo que demuestra lo acertado de Myers. A diferencia de dictaduras racistas anteriores, la norcoreana sí ha logrado producir un tipo de especie nueva: enanos hambrientos y raquíticos que viven en la oscuridad y permanecen en la ignorancia y el temor perpetuos, sectarizados para odiar a los demás, reglamentados y coercionados, adoctrinados por un culto a la muerte. Esta película de terror está en nuestro futuro y es tan terrorífica que nuestros líderes no se atreven a afrontarla pues sólo aciertan a taparse la cara con las manos y a mirar entre los dedos lo que viene.
Notas:
(1) Dwarf más propiamente significa “enano”, que no “miniatura”. Se utiliza esta última para evitar un tono posiblemente ofensivo en el título. [Nota del Traductor]
FIN DE LA CITA
Versión original en inglés: Kim Jong-il's regime is even weirder and more despicable than you thought. - By Christopher Hitchens - Slate Magazine
Foto nocturna de ambas Coreas, la diferencia es evidente:
El régimen norcoreano es más extravagante y despreciable de lo que creías
UN PAIS DE MINIATURAS(1) RACISTAS
El régimen norcoreano es más bizarro y despreciable de lo que creías.
Hace algunos años, en una visita a Corea del Norte, tuve la suerte de que me asignaran un “guardaespaldas” genial al cual voy a llamar Sr. Chae. Con suma paciencia me condujo por ese país arruinado y hambriento, suministrando explicaciones convincentes para todo mediante algún mecanismo inconsciente de negación y al parecer sin perder jamás el interés por los monumentos faraónicos de la mayor y más histérica escenografía del mundo dedicada al culto a la personalidad de un líder. Una noche, mientras cenábamos unos trozos de pato correoso, mencionó otro motivo más para no aplazar el día en que toda la península de Corea se unificase bajo el gobierno radiante del Amado Líder. La gente de Corea del Sur, dijo, se estaba mestizando. Se casaban con extranjeros —incluso con soldados estadounidenses negros, o eso había oído para su evidente disgusto— y estaban perdiendo su pureza y categoría. El encanto del mosaico étnico no era para el Sr. Chae, sino una uniformidad rígida e inmaculada.
Dijo esto con tanta seguridad que me dejó helado, como si diera por sentado que yo no podía más que estar de acuerdo con él. Me pregunté entonces si aquella forma de totalitarismo (porque nada hay más “total” que el nacionalismo racista) también era parte de las idiosincrasias que el estado norcoreano cultivaba en sus súbditos. Sin embargo mi atención estaba ocupada, como la de la mayoría de los pocos visitantes que tiene el país, en las formas de totalitarismo más imponentes y exóticas que se mostraban a nuestra vista: los mausoleos ciclópeos y los desfiles gigantescos que parecían aunar el estalinismo clásico con cierta forma retorcida de ethos patriarcal confucianista.
Carlos Marx en su Dieciocho de Brumario escribió que aquellos que pretenden dominar otra lengua siempre empiezan traduciendo de ella al idioma que ya conocen. Yo me estaba limitando (y haciendo flaco favor a mis lectores) al usar el arsenal de imágenes tópicas que tenemos sobre el estalinismo y el fenómeno oriental del respeto. Hace poco me puse las bifocales que supone leer el nuevo libro de B.R. Myers “The Cleanest Race: How North Coreans See Themselves and Why it Matters” (La raza más limpia: Cómo los norcoreanos se ven a sí mismos y por qué es importante). Ahora entiendo que mi visión del asunto estaba patas arriba. Todo el concepto de comunismo está muerto en Corea del Norte y su última “Constitución,” ratificada el pasado abril, ha eliminado cualquier mención a dicha palabra. Las analogías con el confucianismo son simplistas y los paralelismos que se le pretenden son un producto del régimen para consumo de extranjeros. Myers desarrolla la tesis persuasiva de que debemos considerar al régimen de Kim Jong-Il como un fenómeno de la derecha más extrema y patológica. Está basado en la preeminencia de la movilización militar, está mantenido por mano de obra esclava e inculca una ideología que se autocomplace en el racismo y la xenofobia.
Estas conclusiones, recopiladas en un libro brillantemente escrito, tienen la preocupante implicación de que la propaganda del régimen puede estar diciendo lo que realmente piensa, lo que a su vez implicaría que las negociaciones con el mismo sobre paz y desarme son una pérdida de tiempo —y quizás una pérdida de tiempo peligrosa.
A tener en cuenta: incluso en los días del comunismo hubo informes de diplomáticos cubanos y del bloque del este que señalaban el carácter paranoide del sistema (para el cual no existe el concepto de disuasión y que había dicho a su propio pueblo cómo había firmado el Tratado de No Proliferación Nuclear de mala fe) y su odio intenso hacia los extranjeros. Un diplomático cubano negro casi fue linchado cuando sacó a su familia a pasear por Pyongyang. Las norcoreanas que regresan embarazadas de China —el principal aliado y protector del régimen— son obligadas a abortar. Los carteles y pancartas que retratan a todos los japoneses como bárbaros solamente son igualados por la forma en que se caricaturiza a los estadounidenses como monstruos de narices aguileñas (las ilustraciones del libro son una pedagogía en sí mismas). Los Estados Unidos y sus socios preparan ayuda para paliar la enorme carestía alimentaria de Corea del Norte, pero no hay un ápice de reconocimiento de esto por parte de las autoridades, que dicen a sus súbditos que los sacos de grano serigrafiados con el símbolo estadounidense de las barras y estrellas son el impuesto pagado al Amado Líder por unos Estados Unidos atemorizados.
Señala también Myers que muchas de las consignas utilizadas y mostradas por el estado norcoreano han sido tomadas directamente —parece algo irónico— de la ideología kamikaze del imperialismo japonés. A cada niño se le dice todos los días lo maravillosa que es la posibilidad de inmolarse al servicio de la patria y se le enseña a no temer la idea de la guerra, ni siquiera la nuclear.
El régimen no puede gobernar únicamente mediante el terror y ahora todo lo que le queda es su ideología militar racialista. No es de extrañar que cada “negociación” con él resulte más humillante que la anterior. Como señala Myers, no esperamos una negociación sobre su propia razón de vida así como así.
Una cuestión nos preocupa a todos los que observamos los asuntos norcoreanos. ¿Aman sus cadenas realmente estos esclavos? El acertijo tiene varias conclusiones obscenas. La gente de este pequeño estado de pesadilla, naturalmente, no puede hacer comparaciones con las vidas de otros y si se quejan o cometen un delito se los arrumba a campos que —a juzgar por los niveles atención y nutrición de la sociedad “normal”— debe ser un infierno sólo excusable por lo breve de su duración. Pero la petulancia racial y el histerismo nacionalista son pegamentos poderosos para los sistemas más odiosos, como europeos y estadounidenses tienen buenas razones para recordar. Incluso en Corea del Sur hay quienes consideran al régimen de Kim Jong-Il, bajo el cual ellos mismos no podrían vivir un solo día, como algo más “auténticamente” coreano.
He aquí los dos hechos más impactantes sobre Corea del Norte. Primero, cuando se observa en una fotografía nocturna de satélite, es una zona de negrura continua. Apenas puede distinguirse un destello de luz incluso en la capital (Véase esta famosa fotografía img216.imageshack.us/img216/8351/1207koreaelectricitygrikf0.jpg ). Segundo, un norcoreano tiene, de media, una estatura seis pulgadas por debajo de la que tiene un surcoreano. Uno puede tratar de imaginar cuánta plusvalía se ha exprimido de cada esclavo, y durante cuánto tiempo, para alimentar y sostener a la familia criminal militarizada que posee completamente al país y a su gente.
Pero esto es lo que demuestra lo acertado de Myers. A diferencia de dictaduras racistas anteriores, la norcoreana sí ha logrado producir un tipo de especie nueva: enanos hambrientos y raquíticos que viven en la oscuridad y permanecen en la ignorancia y el temor perpetuos, sectarizados para odiar a los demás, reglamentados y coercionados, adoctrinados por un culto a la muerte. Esta película de terror está en nuestro futuro y es tan terrorífica que nuestros líderes no se atreven a afrontarla pues sólo aciertan a taparse la cara con las manos y a mirar entre los dedos lo que viene.
Notas:
(1) Dwarf más propiamente significa “enano”, que no “miniatura”. Se utiliza esta última para evitar un tono posiblemente ofensivo en el título. [Nota del Traductor]
FIN DE LA CITA
Versión original en inglés: Kim Jong-il's regime is even weirder and more despicable than you thought. - By Christopher Hitchens - Slate Magazine
Foto nocturna de ambas Coreas, la diferencia es evidente:
