Maes, seamos honestos. Vivir en el Valle Central, o en cualquier cabecera de cantón, es sinónimo de un corre-corre eterno. Entre el brete, las presas y el costo de la vida, a veces es fácil olvidar qué es lo que nos une en este chunche que llamamos país. Pero llega setiembre, y con él, una de esas varas que logran lo imposible: poner en pausa el caos. Hablo, por supuesto, de la Antorcha de la Independencia, ese evento que genera un despiche vial que, por una vez, a casi nadie le importa. Porque ver esa llama pasar, llevada con un orgullo que asusta por más de 22,000 güilas, simplemente nos resetea el patriotismo.
Es que hay algo hipnótico en todo el asunto. Uno va manejando, pensando en las mil y una cosas que tiene que hacer, y de repente, ve el tumulto a la orilla de la calle. Celulares en mano listos para el story, banderas ondeando y esa energía colectiva que se siente en el aire. Y ahí viene, un estudiante del cole de la zona, sudando la gota gorda pero con una cara de concentración absoluta, custodiando el fuego como si fuera el tesoro más grande. Y por un instante, todos somos ese mae. Todos recordamos esa vez que nos tocó correr nuestros 200 metros, o la vez que salimos con nuestros tatas a verla pasar de noche. Es una tradición que se nos metió en el ADN, y diay, ¡qué bien se siente!
Lo que de verdad me vuela la cabeza es la logística detrás de este evento. No es vara, estamos hablando de 378 kilómetros de puro esfuerzo coordinado por el MEP. La llama no solo atraviesa las ciudades principales; se desvía y se multiplica. ¡Qué carga ver las fotos de la Antorcha en lancha llegando a Isla Venado, o en manos de estudiantes de comunidades indígenas llevándola a sus territorios en Talamanca o Boruca! Eso demuestra que el simbolismo va más allá del GAM. Se trata de que ese fuego, esa idea de libertad, llegue literalmente a cada rincón, sin importar lo remoto que sea. La organización para que cada pebetero encienda otras antorchas locales y la fiesta se riegue por todo lado es, sinceramente, un trabajo monumental que sale a cachete.
Y para los que a veces nos preguntamos de dónde salió toda esta tradición, no es algo que se inventó ayer. La idea nació en 1964, una iniciativa de un profesor visionario llamado Alfredo Cruz. El objetivo era simple pero potentísimo: rememorar la hazaña original de 1821. Aquel correo a caballo que se vino desde Guatemala, atravesando Centroamérica con la noticia que nos cambiaría la historia para siempre. Los estudiantes de hoy no son más que la versión moderna de ese mensajero, y la antorcha es esa "buena nueva" que nos recuerda que somos un país libre. Entender ese contexto le da una profundidad increíble a cada zancada de esos 22,000 jóvenes.
Al final, la Antorcha es mucho más que un simple recorrido. Es un cable a tierra. Es ver a la gente de Esparza recibiéndola a las 5:30 de la mañana con campanas de iglesia y aplausos, o a la gente de Barranca poniéndole cimarrona al paso. Es ese sentimiento que estruja un poco el corazón cuando la vemos pasar frente al Hospital de Niños. Es una pausa necesaria en nuestra rutina para recordarnos que, a pesar de todo, compartimos una historia y un pedacito de tierra. Es la prueba de que todavía hay cosas que nos pueden unir como comunidad.
Y ustedes, maes, ¿qué es lo que más les cuadra de esta tradición? ¿Tienen alguna historia personal con la Antorcha, de cuando estaban en el cole o de verla pasar por su barrio? ¡Cuenten a ver!
Es que hay algo hipnótico en todo el asunto. Uno va manejando, pensando en las mil y una cosas que tiene que hacer, y de repente, ve el tumulto a la orilla de la calle. Celulares en mano listos para el story, banderas ondeando y esa energía colectiva que se siente en el aire. Y ahí viene, un estudiante del cole de la zona, sudando la gota gorda pero con una cara de concentración absoluta, custodiando el fuego como si fuera el tesoro más grande. Y por un instante, todos somos ese mae. Todos recordamos esa vez que nos tocó correr nuestros 200 metros, o la vez que salimos con nuestros tatas a verla pasar de noche. Es una tradición que se nos metió en el ADN, y diay, ¡qué bien se siente!
Lo que de verdad me vuela la cabeza es la logística detrás de este evento. No es vara, estamos hablando de 378 kilómetros de puro esfuerzo coordinado por el MEP. La llama no solo atraviesa las ciudades principales; se desvía y se multiplica. ¡Qué carga ver las fotos de la Antorcha en lancha llegando a Isla Venado, o en manos de estudiantes de comunidades indígenas llevándola a sus territorios en Talamanca o Boruca! Eso demuestra que el simbolismo va más allá del GAM. Se trata de que ese fuego, esa idea de libertad, llegue literalmente a cada rincón, sin importar lo remoto que sea. La organización para que cada pebetero encienda otras antorchas locales y la fiesta se riegue por todo lado es, sinceramente, un trabajo monumental que sale a cachete.
Y para los que a veces nos preguntamos de dónde salió toda esta tradición, no es algo que se inventó ayer. La idea nació en 1964, una iniciativa de un profesor visionario llamado Alfredo Cruz. El objetivo era simple pero potentísimo: rememorar la hazaña original de 1821. Aquel correo a caballo que se vino desde Guatemala, atravesando Centroamérica con la noticia que nos cambiaría la historia para siempre. Los estudiantes de hoy no son más que la versión moderna de ese mensajero, y la antorcha es esa "buena nueva" que nos recuerda que somos un país libre. Entender ese contexto le da una profundidad increíble a cada zancada de esos 22,000 jóvenes.
Al final, la Antorcha es mucho más que un simple recorrido. Es un cable a tierra. Es ver a la gente de Esparza recibiéndola a las 5:30 de la mañana con campanas de iglesia y aplausos, o a la gente de Barranca poniéndole cimarrona al paso. Es ese sentimiento que estruja un poco el corazón cuando la vemos pasar frente al Hospital de Niños. Es una pausa necesaria en nuestra rutina para recordarnos que, a pesar de todo, compartimos una historia y un pedacito de tierra. Es la prueba de que todavía hay cosas que nos pueden unir como comunidad.
Y ustedes, maes, ¿qué es lo que más les cuadra de esta tradición? ¿Tienen alguna historia personal con la Antorcha, de cuando estaban en el cole o de verla pasar por su barrio? ¡Cuenten a ver!