¡Qué tuanis empezar el día con una noticia así! Uno abre el periódico digital y se topa con que Costa Rica subió en el Índice Global de Paz 2025. ¡Pum! Puesto 54 a nivel mundial y de cuartos en toda América, solo por debajo de gigantes como Canadá. A uno, diay, se le infla un poquito el pecho. Nos encanta llenarnos la jupa con la idea de que somos la Suiza centroamericana, el país sin ejército, el del Pura Vida. Y según este estudio, en la foto grande, la que ven desde afuera, la vara no está tan lejos de la realidad. Nos metimos de cabeza en el selecto grupo de naciones con un nivel de paz “alto”. Nada mal para un pañuelito de tierra en medio de un continente que a veces parece un despiche.
Si uno escarba en los detalles del informe, la cosa se pone todavía mejor. En las varas que nos definen como país, estamos volando. ¿Conflictos internos? Nota 1 de 5, la mínima. ¿Estabilidad política? Un 1. ¿Participación en guerras? ¡Ja! Otro 1. En el apartado de conflictos nacionales e internacionales, nos rankeamos en el puesto 22, superando a pesos pesados como Dinamarca y Canadá. ¡Qué carga! O sea, en lo que respecta a no andarnos agarrando del pelo entre nosotros a nivel político o metiéndonos en broncas ajenas, la verdad es que estamos a cachete. Somos ese compa tranquilo que no busca pleito en la fiesta y que, si hay una discusión, prefiere irse a pedir otra birra. Ese es el sello tico que el mundo aplaude y que nos sigue poniendo en el mapa.
Pero, y aquí es donde la puerca tuerce el rabo, el mismo informe que nos echa flores por un lado, nos tira un balde de agua fría por el otro. Porque una cosa es la paz “macro” y otra muy distinta es la paz que uno siente (o no siente) cuando va a sacar plata del cajero en la noche. El estudio es clarísimo: nuestro talón de Aquiles, nuestro punto débil, es la seguridad ciudadana. Mae, los números no mienten y aquí es donde la cosa se pone fea: la percepción de criminalidad, la tasa de homicidios, el crimen violento y el acceso a armas pequeñas son nuestros peores indicadores. Y lo más loco es el contraste con el año pasado: la gente *siente* que hay un poquito menos de crimen, pero la realidad es que la tasa de homicidios subió. ¿Diay? ¿Cómo se come eso?
Esta doble cara es lo que me deja pensando. Por un lado, somos un ejemplo de paz social y diplomacia. Por otro, tenemos un problema de violencia que se nos está saliendo de las manos y que se refleja en el miedo de la gente. La vara es que el ranking mide “la paz” de una forma muy amplia, pero el temor a que te bajen del carro en un semáforo o te asalten en la parada del bus, esa es otra historia que no siempre sale en los índices globales. Este informe, más que una medalla, debería ser una tremenda llamada de atención. De nada nos sirve ser un país sin ejército si por dentro nos estamos carcomiendo con la delincuencia. El verdadero brete de los que mandan no es solo mantener un buen puesto en un ranking, sino lograr que esa paz se sienta de verdad en cada esquina del país.
Al final, este avance en el Índice Global de Paz es una buena noticia, pero con un asterisco gigante. Demuestra que nuestra base como nación es sólida, que nuestros principios de paz y diálogo siguen vivos. Pero también nos grita en la cara que no podemos dormirnos en los laureles. La estabilidad y el Pura Vida no son un derecho divino; son una construcción diaria. Si no atacamos de frente la violencia social, el crimen y la desconfianza, corremos el riesgo de que ese bonito puesto 54 se nos vaya al traste y se convierta solo en un recuerdo de lo que alguna vez fuimos. Hay que celebrar el logro, claro, pero con los pies bien puestos sobre la tierra y los ojos abiertos a la realidad que vivimos todos los días.
Si uno escarba en los detalles del informe, la cosa se pone todavía mejor. En las varas que nos definen como país, estamos volando. ¿Conflictos internos? Nota 1 de 5, la mínima. ¿Estabilidad política? Un 1. ¿Participación en guerras? ¡Ja! Otro 1. En el apartado de conflictos nacionales e internacionales, nos rankeamos en el puesto 22, superando a pesos pesados como Dinamarca y Canadá. ¡Qué carga! O sea, en lo que respecta a no andarnos agarrando del pelo entre nosotros a nivel político o metiéndonos en broncas ajenas, la verdad es que estamos a cachete. Somos ese compa tranquilo que no busca pleito en la fiesta y que, si hay una discusión, prefiere irse a pedir otra birra. Ese es el sello tico que el mundo aplaude y que nos sigue poniendo en el mapa.
Pero, y aquí es donde la puerca tuerce el rabo, el mismo informe que nos echa flores por un lado, nos tira un balde de agua fría por el otro. Porque una cosa es la paz “macro” y otra muy distinta es la paz que uno siente (o no siente) cuando va a sacar plata del cajero en la noche. El estudio es clarísimo: nuestro talón de Aquiles, nuestro punto débil, es la seguridad ciudadana. Mae, los números no mienten y aquí es donde la cosa se pone fea: la percepción de criminalidad, la tasa de homicidios, el crimen violento y el acceso a armas pequeñas son nuestros peores indicadores. Y lo más loco es el contraste con el año pasado: la gente *siente* que hay un poquito menos de crimen, pero la realidad es que la tasa de homicidios subió. ¿Diay? ¿Cómo se come eso?
Esta doble cara es lo que me deja pensando. Por un lado, somos un ejemplo de paz social y diplomacia. Por otro, tenemos un problema de violencia que se nos está saliendo de las manos y que se refleja en el miedo de la gente. La vara es que el ranking mide “la paz” de una forma muy amplia, pero el temor a que te bajen del carro en un semáforo o te asalten en la parada del bus, esa es otra historia que no siempre sale en los índices globales. Este informe, más que una medalla, debería ser una tremenda llamada de atención. De nada nos sirve ser un país sin ejército si por dentro nos estamos carcomiendo con la delincuencia. El verdadero brete de los que mandan no es solo mantener un buen puesto en un ranking, sino lograr que esa paz se sienta de verdad en cada esquina del país.
Al final, este avance en el Índice Global de Paz es una buena noticia, pero con un asterisco gigante. Demuestra que nuestra base como nación es sólida, que nuestros principios de paz y diálogo siguen vivos. Pero también nos grita en la cara que no podemos dormirnos en los laureles. La estabilidad y el Pura Vida no son un derecho divino; son una construcción diaria. Si no atacamos de frente la violencia social, el crimen y la desconfianza, corremos el riesgo de que ese bonito puesto 54 se nos vaya al traste y se convierta solo en un recuerdo de lo que alguna vez fuimos. Hay que celebrar el logro, claro, pero con los pies bien puestos sobre la tierra y los ojos abiertos a la realidad que vivimos todos los días.