¡Ay, Dios mío! Parece que estamos pagando la factura de tantos remedios tomados, ¿eh? Un estudio de la UCR sacudió el avispero esta semana, demostrando que nuestras aguas están llenas de químicos de medicinas. No hablamos de algo insignificante, ¡compas!, sino de 37 compuestos distintos, algunos bien peligrosos, encontrados en ríos, plantitas de tratamiento… ¡en todos lados!
La investigación del Centro de Investigación en Contaminación Ambiental (CICA), echándole ojo a 163 lugares diferentes por todo el país, descubrió que la mayoría de nosotros, sin querer queriendo, estamos tirando nuestros medicamentos vencidos o restos del cuerpo directamente al sistema hídrico. Seamos honestos, ¿quién no ha tirado alguna pastillita al bote de basura pensando que así se soluciona?, pero parece que eso no es suficiente, parce.
Y ni hablar de lo que nuestro cuerpo hace con esas medicinas. No todas se van completas, ¿okis? Una parte queda circulando y sale por la orina o las heces, terminando ahí mismo, en las aguas que usamos para beber, regar las plantas y todo. Imagínate la bronca, ¡más encima cuando llueve a cántaros, todo se mezcla aún más!
Pero lo peor, señores, es que entre esos 37 compuestos hay nombres que nos suenan familiares: cafeína, acetaminofén, ibuprofeno... cosas que casi todos tenemos en el kit de supervivencia. Pero también encontraron antibióticos como la ciprofloxacina, la doxiciclina y la norfloxacina – ¡eso sí que es pa’ darle candela! –, que son clave para combatir infecciones graves, ¡y ahora estamos metiéndolos en el río!
El Dr. Carlos Rodríguez, el cerebro detrás del estudio, nos explica que la gran falla radica en que nuestras plantas de tratamiento no están preparadas para lidiar con este tipo de contaminación. Están hechas para quitarle la mugre y la materia orgánica al agua, pero las moléculas de los fármacos son demasiado astutas y se escapan. Es como intentar atrapar mosquitos con un colador grande, ¿me entienden?
¿Y qué significa esto para nosotros, la gente de a pie? Pues que estamos acelerando el proceso de crear bacterias súper resistentes a los antibióticos – ¡una verdadera pesadilla global! – y alterando los ecosistemas acuáticos. Pensemos en los peces, los cangrejos, toda la fauna que vive en el agua y depende de ella para sobrevivir. ¡Esto puede afectar nuestra comida, nuestro bienestar general!
La verdad, esto pinta feo, parce. Necesitamos urgentemente mejorar la gestión de los residuos sólidos y las plantas de tratamiento de aguas residuales. Implementar programas de recolección segura de medicamentos vencidos sería un buen comienzo. ¡Incluso podríamos hacer campañas de educación para que la gente entienda que tirar pastillas al inodoro no es la solución! Que le pongan empeño a estas vainas, porque si seguimos así, vamos a terminar bebiendo agua con receta médica... ¡y nadie quiere eso, diay!
Ahora me pregunto, ¿qué acciones podemos tomar desde nuestras casas y comunidades para ayudar a solucionar este problema? ¿Deberíamos exigir a las autoridades mayor control sobre la eliminación de medicamentos o deberíamos enfocarnos en cambiar nuestros propios hábitos de consumo y disposición?
La investigación del Centro de Investigación en Contaminación Ambiental (CICA), echándole ojo a 163 lugares diferentes por todo el país, descubrió que la mayoría de nosotros, sin querer queriendo, estamos tirando nuestros medicamentos vencidos o restos del cuerpo directamente al sistema hídrico. Seamos honestos, ¿quién no ha tirado alguna pastillita al bote de basura pensando que así se soluciona?, pero parece que eso no es suficiente, parce.
Y ni hablar de lo que nuestro cuerpo hace con esas medicinas. No todas se van completas, ¿okis? Una parte queda circulando y sale por la orina o las heces, terminando ahí mismo, en las aguas que usamos para beber, regar las plantas y todo. Imagínate la bronca, ¡más encima cuando llueve a cántaros, todo se mezcla aún más!
Pero lo peor, señores, es que entre esos 37 compuestos hay nombres que nos suenan familiares: cafeína, acetaminofén, ibuprofeno... cosas que casi todos tenemos en el kit de supervivencia. Pero también encontraron antibióticos como la ciprofloxacina, la doxiciclina y la norfloxacina – ¡eso sí que es pa’ darle candela! –, que son clave para combatir infecciones graves, ¡y ahora estamos metiéndolos en el río!
El Dr. Carlos Rodríguez, el cerebro detrás del estudio, nos explica que la gran falla radica en que nuestras plantas de tratamiento no están preparadas para lidiar con este tipo de contaminación. Están hechas para quitarle la mugre y la materia orgánica al agua, pero las moléculas de los fármacos son demasiado astutas y se escapan. Es como intentar atrapar mosquitos con un colador grande, ¿me entienden?
¿Y qué significa esto para nosotros, la gente de a pie? Pues que estamos acelerando el proceso de crear bacterias súper resistentes a los antibióticos – ¡una verdadera pesadilla global! – y alterando los ecosistemas acuáticos. Pensemos en los peces, los cangrejos, toda la fauna que vive en el agua y depende de ella para sobrevivir. ¡Esto puede afectar nuestra comida, nuestro bienestar general!
La verdad, esto pinta feo, parce. Necesitamos urgentemente mejorar la gestión de los residuos sólidos y las plantas de tratamiento de aguas residuales. Implementar programas de recolección segura de medicamentos vencidos sería un buen comienzo. ¡Incluso podríamos hacer campañas de educación para que la gente entienda que tirar pastillas al inodoro no es la solución! Que le pongan empeño a estas vainas, porque si seguimos así, vamos a terminar bebiendo agua con receta médica... ¡y nadie quiere eso, diay!
Ahora me pregunto, ¿qué acciones podemos tomar desde nuestras casas y comunidades para ayudar a solucionar este problema? ¿Deberíamos exigir a las autoridades mayor control sobre la eliminación de medicamentos o deberíamos enfocarnos en cambiar nuestros propios hábitos de consumo y disposición?