Maes, si ustedes pensaban que la celebración de la Independencia en Cartago iba a ser puro desfile, faroles y el himno a la bandera, déjenme decirles que la vara se puso más interesante. Lo que debía ser una sesión solemne en la Vieja Metrópoli terminó pareciéndose más a un clásico de Saprissa contra la Liga, con dos barras bravas gritándose de todo bajo un baldazo de agua. La visita del presidente Rodrigo Chaves a la cuna de nuestra independencia no fue precisamente un paseo por el parque; fue el reflejo perfecto del despiche político que tenemos montado en el país, donde ya ni en una fiesta patria nos ponemos de acuerdo.
Para nadie es un secreto que el ambiente en Cartago ya venía caldeado. No es una vara de ahora. La gente de allá tiene meses, si no años, esperando que el chunche del nuevo hospital deje de ser una maqueta y que el proyecto Taras-La Lima avance a más de un kilómetro por hora. La paciencia tiene un límite, y con esa procesión de promesas incumplidas, varios sectores le tenían guardado un “cariñito” al presi. Por eso, cuando se anunció su visita, de una vez empezaron a moverse las aguas. La idea de declararlo “non grato” no cuajó en el Concejo Municipal, pero el sentimiento quedó flotando en el aire, tanto así que las mantas con el mensaje aparecieron como si nada en el lote del futuro hospital. Era la crónica de un encontronazo anunciado.
Y diay, el domingo en la noche, el guion se cumplió a cachete. Por un lado, tenías a un grupo de manifestantes que, aguantando el frío y la lluvia, le gritaban de todo al mandatario. “¡Fuera Chaves!” y “¡Corrupto!” eran parte del repertorio. Ahí andaba la diputada Johana Obando, celular en mano, documentando el descontento y llevándose de paso uno que otro insulto de la otra acera. Porque claro, del otro lado de la plaza estaba la contraparte: el grupo de apoyo, bien organizado, con sus gritos de “¡No estás solo!”. Era un duelo de decibeles, una batalla por ver quién se hacía sentir más fuerte en la Plaza Mayor.
Lo más tuanis de analizar, desde el punto de vista periodístico, fue la reacción de Chaves. Fiel a su estilo, el mae no se arrugó. Al contrario, agarró el micrófono y, con la confianza que lo caracteriza, le dio vuelta a la torta. Para él, los gritos de sus seguidores ahogaron por completo las protestas. Llegó a decir que ahí mismo “murió el mito” de que Cartago no lo quería y que los datos (y los gritos) mataban las mentiras. Básicamente, nos dijo que lo que vimos y oímos no pasó, o que si pasó, era obra de “alguna gente que hizo ruido”. Mientras tanto, la transmisión oficial de Presidencia hacía malabares para enfocar únicamente a los simpatizantes, creando una narrativa paralela donde todo era apoyo y selfis. Una clase magistral de manejo de imagen, hay que admitirlo.
Al final, ¿qué nos queda de todo este enredo? Más allá de los gritos y las mantas, lo que vimos en Cartago es un retrato en miniatura de la Costa Rica de hoy. Un país fracturado, donde la conversación es casi imposible y cada bando vive en su propia burbuja de realidad, reforzada por las redes sociales y los medios que consumen. La sesión solemne se convirtió en un evento político más, un round de una pelea que parece no tener fin. La antorcha llegó, sí, pero la llama de la unidad parece cada vez más débil. Fue un recordatorio de que el brete de unir a este país está más complicado que nunca.
Ahora les paso la bola a ustedes, maes. Viendo todo el panorama, ¿quién creen que ganó el round en Cartago? ¿Fue una muestra de apoyo real que calló las críticas o un despiche bien disimulado por las cámaras oficiales? ¿O simplemente perdimos todos al convertir una fiesta de independencia en otro campo de batalla? ¡Los leo en los comentarios!
Para nadie es un secreto que el ambiente en Cartago ya venía caldeado. No es una vara de ahora. La gente de allá tiene meses, si no años, esperando que el chunche del nuevo hospital deje de ser una maqueta y que el proyecto Taras-La Lima avance a más de un kilómetro por hora. La paciencia tiene un límite, y con esa procesión de promesas incumplidas, varios sectores le tenían guardado un “cariñito” al presi. Por eso, cuando se anunció su visita, de una vez empezaron a moverse las aguas. La idea de declararlo “non grato” no cuajó en el Concejo Municipal, pero el sentimiento quedó flotando en el aire, tanto así que las mantas con el mensaje aparecieron como si nada en el lote del futuro hospital. Era la crónica de un encontronazo anunciado.
Y diay, el domingo en la noche, el guion se cumplió a cachete. Por un lado, tenías a un grupo de manifestantes que, aguantando el frío y la lluvia, le gritaban de todo al mandatario. “¡Fuera Chaves!” y “¡Corrupto!” eran parte del repertorio. Ahí andaba la diputada Johana Obando, celular en mano, documentando el descontento y llevándose de paso uno que otro insulto de la otra acera. Porque claro, del otro lado de la plaza estaba la contraparte: el grupo de apoyo, bien organizado, con sus gritos de “¡No estás solo!”. Era un duelo de decibeles, una batalla por ver quién se hacía sentir más fuerte en la Plaza Mayor.
Lo más tuanis de analizar, desde el punto de vista periodístico, fue la reacción de Chaves. Fiel a su estilo, el mae no se arrugó. Al contrario, agarró el micrófono y, con la confianza que lo caracteriza, le dio vuelta a la torta. Para él, los gritos de sus seguidores ahogaron por completo las protestas. Llegó a decir que ahí mismo “murió el mito” de que Cartago no lo quería y que los datos (y los gritos) mataban las mentiras. Básicamente, nos dijo que lo que vimos y oímos no pasó, o que si pasó, era obra de “alguna gente que hizo ruido”. Mientras tanto, la transmisión oficial de Presidencia hacía malabares para enfocar únicamente a los simpatizantes, creando una narrativa paralela donde todo era apoyo y selfis. Una clase magistral de manejo de imagen, hay que admitirlo.
Al final, ¿qué nos queda de todo este enredo? Más allá de los gritos y las mantas, lo que vimos en Cartago es un retrato en miniatura de la Costa Rica de hoy. Un país fracturado, donde la conversación es casi imposible y cada bando vive en su propia burbuja de realidad, reforzada por las redes sociales y los medios que consumen. La sesión solemne se convirtió en un evento político más, un round de una pelea que parece no tener fin. La antorcha llegó, sí, pero la llama de la unidad parece cada vez más débil. Fue un recordatorio de que el brete de unir a este país está más complicado que nunca.
Ahora les paso la bola a ustedes, maes. Viendo todo el panorama, ¿quién creen que ganó el round en Cartago? ¿Fue una muestra de apoyo real que calló las críticas o un despiche bien disimulado por las cámaras oficiales? ¿O simplemente perdimos todos al convertir una fiesta de independencia en otro campo de batalla? ¡Los leo en los comentarios!
