Maes, no sé si ya le echaron un ojo a la última columna de Laura Fernández, la candidata del PPSO, pero la vara está interesante. Agarró el himno patriótico al 15 de setiembre, ese que todos cantamos a grito herido en la escuela sin pensar mucho en la letra, y lo usó de trampolín para lanzar su idea de una "Tercera República". La tesis es simple pero filosa: nuestros antepasados se independizaron de un imperio, y a nosotros nos toca independizarnos de un Estado que, según ella, se convirtió en un monstruo clientelista y corrupto. Básicamente, desempolvó una canción de 1883 para decirnos que el sistema actual ya no da más y que hay que hacerle un hard reset.
Y es que, viéndolo bien, la doña tiene un punto cuando conecta los versos con el día a día. Cuando el himno habla de no ser "siervos menguados" y de que "sólo es hombre el que tiene derechos", ella lo aterriza en el despiche que tenemos montado. Habla de un Poder Judicial que a veces parece una tortuga con artritis, donde la justicia es un lujo para el que puede pagarla y esperarla. Menciona la "casta política" que se blinda con privilegios y leyes hechas a la medida, mientras al ciudadano de a pie le toca remar en dulce de leche con trámites eternos y servicios públicos que van para atrás como el cangrejo. Es un diagnóstico con el que, seamos honestos, es difícil no estar de acuerdo. El sentimiento de que el sistema está hecho para unos pocos es algo que se respira en la calle.
Diay, aquí es donde entra su propuesta estrella: la famosa "Tercera República". Según Fernández, no es solo un eslogan bonito de campaña. La idea es construir un país sobre la base de que nadie, pero nadie, está por encima de la ley. Se acabó la fiesta de los apellidos políticos y los compadrazgos. La ley tiene que ser pareja para todos. La lógica es que si un político se jala una torta monumental, la pague igual que cualquier hijo de vecino, sin fueros ni portillos legales para escabullirse. El Estado, en esta visión, deja de ser un papá sobreprotector y a menudo ineficiente, para convertirse en un servidor limitado que garantiza lo esencial: vida, libertad y propiedad, y le facilita el brete a la gente en lugar de estorbar.
Ahora, suena tuanis, ¿verdad? Casi que a música celestial para los oídos de cualquiera que esté harto de la tramitomanía y la corrupción. Pero, maes, aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Una cosa es un discurso bien armado y otra muy distinta es llevarlo a la práctica. La historia de este país está llena de políticos que prometieron revoluciones, cambios estructurales y barrer con la corrupción, para terminar siendo parte del mismo sistema que criticaban. Pasar del discurso a la acción, de la columna de opinión a un proyecto de ley que no se vaya al traste en Cuesta de Moras, es donde a muchos se les enreda el mecate. El reto no es solo tener la visión, sino tener el carácter y el apoyo para desmantelar una maquinaria de privilegios que lleva décadas aceitándose.
Al final, el análisis de Fernández usando el himno es un movimiento astuto, porque apela a un sentimiento patriótico muy profundo para justificar una sacudida radical al sistema. Nos pone a pensar si esa letra que cantamos cada setiembre es solo un chunche del pasado o un verdadero llamado a la acción. Nos obliga a cuestionar si la independencia es algo que se celebra una vez al año con desfiles y faroles, o si es una lucha constante por mantener la libertad y la dignidad frente a cualquier forma de opresión, venga de un rey español o de un Estado que se olvidó de a quién debe servir.
Maes, ¿qué opinan ustedes de esta vara? ¿Es puro show de campaña, una forma poética de vender una candidatura, o de verdad creen que se puede "resetear" el país como propone ella? ¿Estamos listos como sociedad para romper con ese "Estado obsoleto" o es más de la misma hablada de siempre? Los leo.
Y es que, viéndolo bien, la doña tiene un punto cuando conecta los versos con el día a día. Cuando el himno habla de no ser "siervos menguados" y de que "sólo es hombre el que tiene derechos", ella lo aterriza en el despiche que tenemos montado. Habla de un Poder Judicial que a veces parece una tortuga con artritis, donde la justicia es un lujo para el que puede pagarla y esperarla. Menciona la "casta política" que se blinda con privilegios y leyes hechas a la medida, mientras al ciudadano de a pie le toca remar en dulce de leche con trámites eternos y servicios públicos que van para atrás como el cangrejo. Es un diagnóstico con el que, seamos honestos, es difícil no estar de acuerdo. El sentimiento de que el sistema está hecho para unos pocos es algo que se respira en la calle.
Diay, aquí es donde entra su propuesta estrella: la famosa "Tercera República". Según Fernández, no es solo un eslogan bonito de campaña. La idea es construir un país sobre la base de que nadie, pero nadie, está por encima de la ley. Se acabó la fiesta de los apellidos políticos y los compadrazgos. La ley tiene que ser pareja para todos. La lógica es que si un político se jala una torta monumental, la pague igual que cualquier hijo de vecino, sin fueros ni portillos legales para escabullirse. El Estado, en esta visión, deja de ser un papá sobreprotector y a menudo ineficiente, para convertirse en un servidor limitado que garantiza lo esencial: vida, libertad y propiedad, y le facilita el brete a la gente en lugar de estorbar.
Ahora, suena tuanis, ¿verdad? Casi que a música celestial para los oídos de cualquiera que esté harto de la tramitomanía y la corrupción. Pero, maes, aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Una cosa es un discurso bien armado y otra muy distinta es llevarlo a la práctica. La historia de este país está llena de políticos que prometieron revoluciones, cambios estructurales y barrer con la corrupción, para terminar siendo parte del mismo sistema que criticaban. Pasar del discurso a la acción, de la columna de opinión a un proyecto de ley que no se vaya al traste en Cuesta de Moras, es donde a muchos se les enreda el mecate. El reto no es solo tener la visión, sino tener el carácter y el apoyo para desmantelar una maquinaria de privilegios que lleva décadas aceitándose.
Al final, el análisis de Fernández usando el himno es un movimiento astuto, porque apela a un sentimiento patriótico muy profundo para justificar una sacudida radical al sistema. Nos pone a pensar si esa letra que cantamos cada setiembre es solo un chunche del pasado o un verdadero llamado a la acción. Nos obliga a cuestionar si la independencia es algo que se celebra una vez al año con desfiles y faroles, o si es una lucha constante por mantener la libertad y la dignidad frente a cualquier forma de opresión, venga de un rey español o de un Estado que se olvidó de a quién debe servir.
Maes, ¿qué opinan ustedes de esta vara? ¿Es puro show de campaña, una forma poética de vender una candidatura, o de verdad creen que se puede "resetear" el país como propone ella? ¿Estamos listos como sociedad para romper con ese "Estado obsoleto" o es más de la misma hablada de siempre? Los leo.