Diay, maes, a ver si vamos entendiendo el enredo que se armó en la Asamblea. Resulta que a don Rodrigo Arias, con todo y su experiencia, parece que le tocó jalarse una torta de las buenas. Hace apenas unos días, el presidente del Congreso se puso muy firme y dijo que la renuncia del vicepresidente Stephan Brunner se tenía que votar sí o sí en el Plenario. Sonaba lógico, ¿verdad? Un acto de soberanía legislativa y todo el show. Pues bueno, llegó el Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) y, con la tranquilidad de quien sabe que tiene la última palabra, le dijo: “Muchas gracias por participar, pero no”.
La vara es que el TSE, ese árbitro que a veces amamos y a veces nos saca canas verdes, aclaró que la renuncia de un vicepresidente no es algo que se somete a debate o votación. Simplemente, el Congreso debe “darse por enterado”. Punto. Es un trámite, no un pulso político. Con esa resolución, el Tribunal básicamente le enmendó la plana a don Rodrigo en público, dejando en evidencia un despiche de procedimiento que se pudo haber evitado con una simple consulta. Lo más irónico es que, para cuando el TSE se pronunció, el Plenario ya había hecho el papelón de votar y aceptar la renuncia con 45 votos. O sea, hicieron todo el brete para nada. ¡Qué sal!
Ahora, aquí viene la parte que es casi una obra de arte de la política criolla. Tras el manotazo del TSE, don Rodrigo salió a dar la cara. ¿Y qué dijo? Pues sacó el manual del político diplomático y nos regaló un discurso de antología sobre su “profundo respeto y confianza” en el Tribunal. Habló de la importancia de la institucionalidad, del Estado de derecho y de canalizar las diferencias por las vías correspondientes. Un discurso impecable, de esos que suenan bonito pero que, en el fondo, son una forma elegante de decir: “Metimos las de andar, pero sigamos adelante como si nada”. Nadie esperaba que saliera a decir “¡qué torta me jalé!”, pero la rapidez con que pasó del error a la cátedra de civismo es, cuanto menos, digna de estudio.
Y es que este asunto, que podría parecer un simple chisme de pasillo legislativo, es mucho más que eso. No es cualquier chunche. Estamos en un contexto preelectoral caldeadísimo, donde cada movimiento de los poderes de la República se mira con lupa. Que el presidente de la Asamblea y el TSE tengan un cortocircuito tan básico sobre un procedimiento constitucional dice mucho del ambiente. Demuestra una descoordinación preocupante o, peor aún, un intento de la Asamblea de marcar cancha que el Tribunal frenó en seco. Esta vara no ayuda para nada a generar esa “confianza en los mecanismos” de la que hablaba el propio Arias.
Al final, todo este despiche se fue al traste para las intenciones originales de la Asamblea, si es que había alguna más allá de seguir el procedimiento que creían correcto. El TSE levantó las credenciales de Brunner y sanseacabó. Lo que nos queda es la anécdota de un error innecesario y la posterior clase de civismo de don Rodrigo. Un recordatorio de que, en política, la forma es fondo, y que una llamada a tiempo a los expertos te puede ahorrar un papelón nacional y una buena dosis de explicaciones incómodas.
La vara es que el TSE, ese árbitro que a veces amamos y a veces nos saca canas verdes, aclaró que la renuncia de un vicepresidente no es algo que se somete a debate o votación. Simplemente, el Congreso debe “darse por enterado”. Punto. Es un trámite, no un pulso político. Con esa resolución, el Tribunal básicamente le enmendó la plana a don Rodrigo en público, dejando en evidencia un despiche de procedimiento que se pudo haber evitado con una simple consulta. Lo más irónico es que, para cuando el TSE se pronunció, el Plenario ya había hecho el papelón de votar y aceptar la renuncia con 45 votos. O sea, hicieron todo el brete para nada. ¡Qué sal!
Ahora, aquí viene la parte que es casi una obra de arte de la política criolla. Tras el manotazo del TSE, don Rodrigo salió a dar la cara. ¿Y qué dijo? Pues sacó el manual del político diplomático y nos regaló un discurso de antología sobre su “profundo respeto y confianza” en el Tribunal. Habló de la importancia de la institucionalidad, del Estado de derecho y de canalizar las diferencias por las vías correspondientes. Un discurso impecable, de esos que suenan bonito pero que, en el fondo, son una forma elegante de decir: “Metimos las de andar, pero sigamos adelante como si nada”. Nadie esperaba que saliera a decir “¡qué torta me jalé!”, pero la rapidez con que pasó del error a la cátedra de civismo es, cuanto menos, digna de estudio.
Y es que este asunto, que podría parecer un simple chisme de pasillo legislativo, es mucho más que eso. No es cualquier chunche. Estamos en un contexto preelectoral caldeadísimo, donde cada movimiento de los poderes de la República se mira con lupa. Que el presidente de la Asamblea y el TSE tengan un cortocircuito tan básico sobre un procedimiento constitucional dice mucho del ambiente. Demuestra una descoordinación preocupante o, peor aún, un intento de la Asamblea de marcar cancha que el Tribunal frenó en seco. Esta vara no ayuda para nada a generar esa “confianza en los mecanismos” de la que hablaba el propio Arias.
Al final, todo este despiche se fue al traste para las intenciones originales de la Asamblea, si es que había alguna más allá de seguir el procedimiento que creían correcto. El TSE levantó las credenciales de Brunner y sanseacabó. Lo que nos queda es la anécdota de un error innecesario y la posterior clase de civismo de don Rodrigo. Un recordatorio de que, en política, la forma es fondo, y que una llamada a tiempo a los expertos te puede ahorrar un papelón nacional y una buena dosis de explicaciones incómodas.