Mae, no sé ustedes, pero con tanto despiche que se ha visto últimamente en las noticias, ver las imágenes de la Antorcha de la Independencia llegando anoche a Cartago se sintió como un respiro necesario. Entre el caos vial de todos los días, las polémicas políticas y hasta las noticias trágicas que no dan tregua, por un momento todo se detuvo para ver llegar esa llama a la Vieja Metrópoli. Y la verdad, la vara estuvo bonita. Se sentía una vibra diferente en el aire, con la gente aplaudiendo y la Patriótica sonando de fondo. Un recordatorio de que, a veces, a pesar de todo, todavía hay cosas que nos unen como país.
Y hay que decirlo: ¡qué carga ver la movilización que hay detrás de todo esto! A menudo uno solo ve la foto final del mae llegando con la antorcha, pero la noticia dice que más de 22 mil estudiantes de todo el país se apuntaron al recorrido. ¡22 mil! Eso es un montón de gente. Imagínense el brete de coordinar a tanto güila, desde Peñas Blancas hasta Cartago, en un trayecto de casi 400 kilómetros. No es cualquier vara. Esos estudiantes, que se van pasando la llama de mano en mano, son el corazón de esta tradición. Más allá del simbolismo, hay un esfuerzo físico y una coordinación enormes que merecen todo el reconocimiento. Ellos son los que mantienen viva la llama, literal y figuradamente.
Claro, en el papel la vara suena súper formal: "representa el espíritu de libertad, unidad, paz y conocimiento". Y sí, todo eso es cierto. Pero en la calle, el significado es mucho más tuanis y tangible. Es ver a la señora que sale de su casa en Liberia con una banderita para echarle porras al corredor que pasa sudando la gota gorda. Es el compa del cole que te pasa el chunche prendido en fuego con una sonrisa de oreja a oreja, sintiéndose parte de algo más grande. Es ese sentimiento de orgullo que, aunque a veces lo tengamos guardado, sale a flote en estos días. Es una tradición que nos recuerda que compartimos una historia, un territorio y, con suerte, un futuro.
Pero diay, tampoco podemos hacernos los locos e ignorar el contexto. Es imposible no sentir la ironía de que esta antorcha, el máximo símbolo de unión, llegara a la misma Plaza Mayor de Cartago donde, según reportó el mismo medio, horas antes hubo un encontronazo feo entre manifestantes y seguidores del gobierno. Es el reflejo perfecto de la Tiquicia de hoy: un país que anhela la unidad y celebra sus símbolos patrios con fervor, pero que al mismo tiempo está más polarizado que nunca. La llama llega para unirnos, pero en el día a día, pareciera que cada quien jala para su lado y nos cuesta un mundo ponernos de acuerdo en lo más básico.
Al final, la llegada de la Antorcha y el conciertazo de Malpaís que venía después son un éxito. Un momento de celebración que se agradece y se disfruta. Pero la pregunta queda en el aire, flotando junto al humo de esa llama. Este sentimiento de unidad que nos embarga cada 14 de setiembre, ¿es algo genuino que podemos usar como motor para arreglar nuestros problemas, o es solo un espejismo que dura 24 horas antes de que volvamos al pleito de siempre?
Ahí se las dejo picando. ¿Ustedes qué opinan, maes? ¿Nos queda cuerda para esa unidad más allá de las fiestas patrias o es puro show de un día?
Y hay que decirlo: ¡qué carga ver la movilización que hay detrás de todo esto! A menudo uno solo ve la foto final del mae llegando con la antorcha, pero la noticia dice que más de 22 mil estudiantes de todo el país se apuntaron al recorrido. ¡22 mil! Eso es un montón de gente. Imagínense el brete de coordinar a tanto güila, desde Peñas Blancas hasta Cartago, en un trayecto de casi 400 kilómetros. No es cualquier vara. Esos estudiantes, que se van pasando la llama de mano en mano, son el corazón de esta tradición. Más allá del simbolismo, hay un esfuerzo físico y una coordinación enormes que merecen todo el reconocimiento. Ellos son los que mantienen viva la llama, literal y figuradamente.
Claro, en el papel la vara suena súper formal: "representa el espíritu de libertad, unidad, paz y conocimiento". Y sí, todo eso es cierto. Pero en la calle, el significado es mucho más tuanis y tangible. Es ver a la señora que sale de su casa en Liberia con una banderita para echarle porras al corredor que pasa sudando la gota gorda. Es el compa del cole que te pasa el chunche prendido en fuego con una sonrisa de oreja a oreja, sintiéndose parte de algo más grande. Es ese sentimiento de orgullo que, aunque a veces lo tengamos guardado, sale a flote en estos días. Es una tradición que nos recuerda que compartimos una historia, un territorio y, con suerte, un futuro.
Pero diay, tampoco podemos hacernos los locos e ignorar el contexto. Es imposible no sentir la ironía de que esta antorcha, el máximo símbolo de unión, llegara a la misma Plaza Mayor de Cartago donde, según reportó el mismo medio, horas antes hubo un encontronazo feo entre manifestantes y seguidores del gobierno. Es el reflejo perfecto de la Tiquicia de hoy: un país que anhela la unidad y celebra sus símbolos patrios con fervor, pero que al mismo tiempo está más polarizado que nunca. La llama llega para unirnos, pero en el día a día, pareciera que cada quien jala para su lado y nos cuesta un mundo ponernos de acuerdo en lo más básico.
Al final, la llegada de la Antorcha y el conciertazo de Malpaís que venía después son un éxito. Un momento de celebración que se agradece y se disfruta. Pero la pregunta queda en el aire, flotando junto al humo de esa llama. Este sentimiento de unidad que nos embarga cada 14 de setiembre, ¿es algo genuino que podemos usar como motor para arreglar nuestros problemas, o es solo un espejismo que dura 24 horas antes de que volvamos al pleito de siempre?
Ahí se las dejo picando. ¿Ustedes qué opinan, maes? ¿Nos queda cuerda para esa unidad más allá de las fiestas patrias o es puro show de un día?