Maes, llegó septiembre y con él, esa vara que a todos nos da un poquito de acidez estomacal: la presentación del Presupuesto Nacional. Es como esa tradición anual donde nos sentamos a ver cuánto más grande se hizo el hueco en la billetera del país. Y bueno, el del 2026 no decepciona en ese aspecto. El Gobierno, con el ministro de Hacienda Rudolf Lücke a la cabeza, nos tira la cifra de ¢12,8 billones. Así, como si nada. Un 3,2% más que el año pasado. Pero aquí es donde la película se pone de terror: de toda esa plata, un 39%, casi ¢5 billones, no la tenemos. Es deuda pura y dura que hay que salir a buscar.
Diay, para que nos entendamos sin tanto enredo técnico: de cada 100 colones que el Gobierno planea gastar el próximo año, 39 son prestados. ¡Casi la mitad! Es como si para pagar el alquiler y la comida, tuviéramos que ir a pedirle prestado al vecino casi la mitad del sueldo, todos los meses. Claro, nos dicen que parte de esa plata va para cosas importantes. Le van a meter ¢50 mil millones más a seguridad (que buena falta hace, la verdad) y ¢200 mil millones a educación. Suena bien, ¿no? El problema es que estamos tapando un hueco haciendo otro más grande en otro lado. Es el eterno brete de la cobija corta: si te tapas la cabeza, se te enfrían los pies.
Y aquí es donde el propio ministro Lücke, en su discurso, nos deja ver que el panorama está color de hormiga. Dice, con palabras muy elegantes, que el "perfil de vencimientos de la deuda" es una prioridad. Traducido al cristiano: tenemos una cantidad absurda de deudas que se nos vencen en los próximos cinco años (un 47% del total). ¡Qué torta! Imagínense tener casi la mitad de sus préstamos con el banco venciéndose al mismo tiempo. Es una presión brutal. Básicamente, estamos pidiendo plata nueva no solo para los gastos del día a día, sino para pagar las tarjetas de crédito viejas que ya tenemos hasta el cuello.
El ministro también nos advierte de los "riesgos externos". Esto es clave, porque no vivimos en una burbuja. Si las condiciones afuera cambian, si a las grandes economías se les ocurre subir las tasas de interés para controlar su propia inflación, el costo de nuestros préstamos se dispara. Ahí sí que la cosa se puede ir al traste. Sería como si el banco de repente te dice que la cuota de tu préstamo ahora es el doble. Si no tenemos un plan B sólido y una disciplina fiscal a prueba de balas, nos podemos jalar una torta de proporciones épicas. No es ser alarmista, es leer entre líneas lo que el mismo Gobierno nos está diciendo.
Entonces, la situación es esta: un presupuesto más grande, financiado peligrosamente con más deuda, con pagos enormes a la vuelta de la esquina y una dependencia heavy del clima económico mundial. Los aumentos en áreas críticas como seguridad y educación son parches necesarios, pero no solucionan el problema de fondo: el modelo de gastar plata que no tenemos parece no tener fin. Diay, maes, la pregunta del millón es: ¿hasta cuándo aguanta la faja? ¿Estamos condenados a este ciclo de pedir prestado para pagar lo prestado, o de verdad hay alguna forma de salir de este enredo? ¿Qué se les ocurre a ustedes?
Diay, para que nos entendamos sin tanto enredo técnico: de cada 100 colones que el Gobierno planea gastar el próximo año, 39 son prestados. ¡Casi la mitad! Es como si para pagar el alquiler y la comida, tuviéramos que ir a pedirle prestado al vecino casi la mitad del sueldo, todos los meses. Claro, nos dicen que parte de esa plata va para cosas importantes. Le van a meter ¢50 mil millones más a seguridad (que buena falta hace, la verdad) y ¢200 mil millones a educación. Suena bien, ¿no? El problema es que estamos tapando un hueco haciendo otro más grande en otro lado. Es el eterno brete de la cobija corta: si te tapas la cabeza, se te enfrían los pies.
Y aquí es donde el propio ministro Lücke, en su discurso, nos deja ver que el panorama está color de hormiga. Dice, con palabras muy elegantes, que el "perfil de vencimientos de la deuda" es una prioridad. Traducido al cristiano: tenemos una cantidad absurda de deudas que se nos vencen en los próximos cinco años (un 47% del total). ¡Qué torta! Imagínense tener casi la mitad de sus préstamos con el banco venciéndose al mismo tiempo. Es una presión brutal. Básicamente, estamos pidiendo plata nueva no solo para los gastos del día a día, sino para pagar las tarjetas de crédito viejas que ya tenemos hasta el cuello.
El ministro también nos advierte de los "riesgos externos". Esto es clave, porque no vivimos en una burbuja. Si las condiciones afuera cambian, si a las grandes economías se les ocurre subir las tasas de interés para controlar su propia inflación, el costo de nuestros préstamos se dispara. Ahí sí que la cosa se puede ir al traste. Sería como si el banco de repente te dice que la cuota de tu préstamo ahora es el doble. Si no tenemos un plan B sólido y una disciplina fiscal a prueba de balas, nos podemos jalar una torta de proporciones épicas. No es ser alarmista, es leer entre líneas lo que el mismo Gobierno nos está diciendo.
Entonces, la situación es esta: un presupuesto más grande, financiado peligrosamente con más deuda, con pagos enormes a la vuelta de la esquina y una dependencia heavy del clima económico mundial. Los aumentos en áreas críticas como seguridad y educación son parches necesarios, pero no solucionan el problema de fondo: el modelo de gastar plata que no tenemos parece no tener fin. Diay, maes, la pregunta del millón es: ¿hasta cuándo aguanta la faja? ¿Estamos condenados a este ciclo de pedir prestado para pagar lo prestado, o de verdad hay alguna forma de salir de este enredo? ¿Qué se les ocurre a ustedes?