¡Ay, Dios mío! La cosa está más que fea en Puerto Caldera, máes. Llevamos años escuchando promesas y anuncios bonitos, pero la realidad es que el puerto sigue siendo un brete pa’ la industria alimentaria y, por ende, pa' todos nosotros. Ya ni hablamos de productividad; estamos hablando de supervivencia.
La Cámara Costarricense de la Industria Alimentaria (CACIA) no se anda con rodeos: la crisis de Caldera es un problema estructural grave que nos está comiendo vivo. No es cuestión de echarle la culpa a nadie, sino de aceptar que la situación actual simplemente no se sostiene. Las importaciones y exportaciones se retrasan, los costos se disparan y el bolsillo del consumidor promedio termina pagando la cuenta – ¡y vaya que la paga!
Juan Ignacio Pérez, el presidente de la CACIA, ya le ha dicho a quien quiera escuchar: esto lleva rato así. Se lanzaron esperanzas con la licitación hace casi un año, pero entre revisión tras revisión y papeleo interminable de la Contraloría, parece que llegaremos al 2026 y todavía no tenemos una empresa concesionaria definida. ¡Una verdadera torta, máes! Te quedas viendo cómo la competitividad de nuestros productos se va al traste mientras otros países avanzan a toda máquina.
Y no me vengan con cuentos de burocracia necesaria. Entendemos que hay que hacer bien las cosas, revisar contratos, asegurar transparencia... Pero cuando esto se prolonga tanto tiempo, empieza a afectar seriamente nuestra capacidad de competir en el mercado internacional. Cada día que pasa, perdemos oportunidades y seguimos dependiendo de un puerto que está claramente saturado y obsoleto.
Lo peor de todo es que este problema no solo afecta a las empresas de alimentos. Impacta directamente en el empleo, en la generación de riqueza y, claro, en el precio de la comida que encontramos en los supermercados. Piensenlo: si la logística es cara e ineficiente, esos costos se trasladan al consumidor final. ¡Nosotros, los simples mortales, siempre terminamos pagando la factura!
Según datos de la CACIA, el movimiento comercial que transita por Caldera es un motor clave para la economía nacional. Es decir, si el puerto tose, todos nos enfermamos. Por eso, la urgencia de concluir el proceso de concesión es tan grande. Necesitamos una solución rápida y efectiva, una que garantice la modernización del puerto y mejore su operatividad. Esto no es un lujo, es una necesidad imperiosa.
Algunos argumentarán que hay otras opciones, alternativas a Caldera. Sí, existen, pero no son suficientes para suplir la demanda actual. Además, diversificar puertos implica inversiones adicionales y mayor complejidad logística. Lo más sensato y eficiente es arreglar la casa propia, ponerle orden a Caldera y convertirla nuevamente en un puerto competitivo y funcional. Dejar pasar más tiempo sería un error estratégico de enormes proporciones.
Así que aquí estamos, a ver qué sale de esta vaina. ¿Será que finalmente, en el 2026, podremos respirar tranquilos y ver a Caldera funcionando a toda marcha? ¿O seguiremos lamentándonos por la pérdida de oportunidades y el aumento de precios en los mercados? ¿Ustedes, máes, qué soluciones propondrían para sacar a Caldera de este embrollo y evitar que sigamos llevándonos una sal?
La Cámara Costarricense de la Industria Alimentaria (CACIA) no se anda con rodeos: la crisis de Caldera es un problema estructural grave que nos está comiendo vivo. No es cuestión de echarle la culpa a nadie, sino de aceptar que la situación actual simplemente no se sostiene. Las importaciones y exportaciones se retrasan, los costos se disparan y el bolsillo del consumidor promedio termina pagando la cuenta – ¡y vaya que la paga!
Juan Ignacio Pérez, el presidente de la CACIA, ya le ha dicho a quien quiera escuchar: esto lleva rato así. Se lanzaron esperanzas con la licitación hace casi un año, pero entre revisión tras revisión y papeleo interminable de la Contraloría, parece que llegaremos al 2026 y todavía no tenemos una empresa concesionaria definida. ¡Una verdadera torta, máes! Te quedas viendo cómo la competitividad de nuestros productos se va al traste mientras otros países avanzan a toda máquina.
Y no me vengan con cuentos de burocracia necesaria. Entendemos que hay que hacer bien las cosas, revisar contratos, asegurar transparencia... Pero cuando esto se prolonga tanto tiempo, empieza a afectar seriamente nuestra capacidad de competir en el mercado internacional. Cada día que pasa, perdemos oportunidades y seguimos dependiendo de un puerto que está claramente saturado y obsoleto.
Lo peor de todo es que este problema no solo afecta a las empresas de alimentos. Impacta directamente en el empleo, en la generación de riqueza y, claro, en el precio de la comida que encontramos en los supermercados. Piensenlo: si la logística es cara e ineficiente, esos costos se trasladan al consumidor final. ¡Nosotros, los simples mortales, siempre terminamos pagando la factura!
Según datos de la CACIA, el movimiento comercial que transita por Caldera es un motor clave para la economía nacional. Es decir, si el puerto tose, todos nos enfermamos. Por eso, la urgencia de concluir el proceso de concesión es tan grande. Necesitamos una solución rápida y efectiva, una que garantice la modernización del puerto y mejore su operatividad. Esto no es un lujo, es una necesidad imperiosa.
Algunos argumentarán que hay otras opciones, alternativas a Caldera. Sí, existen, pero no son suficientes para suplir la demanda actual. Además, diversificar puertos implica inversiones adicionales y mayor complejidad logística. Lo más sensato y eficiente es arreglar la casa propia, ponerle orden a Caldera y convertirla nuevamente en un puerto competitivo y funcional. Dejar pasar más tiempo sería un error estratégico de enormes proporciones.
Así que aquí estamos, a ver qué sale de esta vaina. ¿Será que finalmente, en el 2026, podremos respirar tranquilos y ver a Caldera funcionando a toda marcha? ¿O seguiremos lamentándonos por la pérdida de oportunidades y el aumento de precios en los mercados? ¿Ustedes, máes, qué soluciones propondrían para sacar a Caldera de este embrollo y evitar que sigamos llevándonos una sal?