El sector agrícola en Costa Rica enfrenta un desafío recurrente: a pesar de que se abren más de 16,000 plazas laborales para recolectores de café, la mayoría de los costarricenses no muestran interés en ocupar estos puestos.
Es irónico y preocupante que, en un país con altos índices de desempleo, sean principalmente los migrantes quienes terminan llenando estas vacantes, mientras los nacionales parecen mirar hacia otro lado.
El proyecto CSAEM, junto con el Ministerio de Trabajo, busca incentivar a los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo a unirse a la recolección de café, garantizando permisos laborales y acceso a los mismos derechos que un ciudadano costarricense.
La falta de interés de los ticos en estas labores evidencia una desconexión cultural. Aunque el café ha sido uno de los productos más representativos de Costa Rica a nivel mundial, recolectarlo parece haberse convertido en una tarea de "otros". Este fenómeno no es nuevo, pero cada año se hace más evidente que las generaciones más jóvenes no están dispuestas a ensuciarse las manos en los cafetales. El esfuerzo físico, las largas jornadas y, en muchos casos, los bajos salarios asociados a este trabajo son factores disuasorios. Y mientras tanto, las zonas cafetaleras como Coto Brus, Pérez Zeledón y Turrialba dependen cada vez más de manos extranjeras.
La cuestión de fondo no es solo económica, sino también social y cultural.
Nos enorgullecemos del "grano de oro" y su fama internacional, pero hay una creciente desconexión entre la vida moderna y las raíces agrícolas que nos dieron identidad.
A esto se suma una crítica velada al sistema educativo y las expectativas laborales de la juventud costarricense. Mientras la educación técnica y universitaria ofrece la promesa de mejores trabajos, se ignoran las oportunidades en sectores considerados "inferiores". La mayoría de los jóvenes aspiran a trabajos de oficina o a ser profesionales en áreas más "glamorosas", olvidando que el campo también necesita profesionales y que la agricultura sigue siendo esencial para el país.
Es evidente que las más de 16,000 plazas disponibles para recolectores de café no serán ocupadas por costarricenses en su mayoría. Los migrantes, que ven en esta oportunidad un medio para sobrevivir y prosperar en un país que les ofrece más estabilidad que sus naciones de origen, seguirán siendo los héroes no reconocidos de la cosecha cafetalera. Y mientras tanto, los costarricenses continuarán lamentándose por la falta de empleo sin considerar la posibilidad de participar en una de las labores más tradicionales del país.
Es hora de reflexionar: si no somos nosotros quienes mantenemos viva la industria cafetalera,
¿quién lo hará en el futuro?
¿Acaso estamos dispuestos a dejar que esta tradición se pierda por completo en manos extranjeras?
Tal vez sea el momento de replantearnos nuestras prioridades y dar el valor que merece a un trabajo que, aunque difícil, es fundamental para la identidad y economía de Costa Rica.
Es irónico y preocupante que, en un país con altos índices de desempleo, sean principalmente los migrantes quienes terminan llenando estas vacantes, mientras los nacionales parecen mirar hacia otro lado.
El proyecto CSAEM, junto con el Ministerio de Trabajo, busca incentivar a los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo a unirse a la recolección de café, garantizando permisos laborales y acceso a los mismos derechos que un ciudadano costarricense.
La falta de interés de los ticos en estas labores evidencia una desconexión cultural. Aunque el café ha sido uno de los productos más representativos de Costa Rica a nivel mundial, recolectarlo parece haberse convertido en una tarea de "otros". Este fenómeno no es nuevo, pero cada año se hace más evidente que las generaciones más jóvenes no están dispuestas a ensuciarse las manos en los cafetales. El esfuerzo físico, las largas jornadas y, en muchos casos, los bajos salarios asociados a este trabajo son factores disuasorios. Y mientras tanto, las zonas cafetaleras como Coto Brus, Pérez Zeledón y Turrialba dependen cada vez más de manos extranjeras.
La cuestión de fondo no es solo económica, sino también social y cultural.
- ¿Por qué los costarricenses no ven atractivo un trabajo que durante décadas fue la base de la economía nacional?
- ¿Qué dice esto sobre nuestra percepción del trabajo manual?
- ¿Quién está dispuesto a hacer el esfuerzo detrás de esa taza de café que exportamos con tanto orgullo?
Nos enorgullecemos del "grano de oro" y su fama internacional, pero hay una creciente desconexión entre la vida moderna y las raíces agrícolas que nos dieron identidad.
A esto se suma una crítica velada al sistema educativo y las expectativas laborales de la juventud costarricense. Mientras la educación técnica y universitaria ofrece la promesa de mejores trabajos, se ignoran las oportunidades en sectores considerados "inferiores". La mayoría de los jóvenes aspiran a trabajos de oficina o a ser profesionales en áreas más "glamorosas", olvidando que el campo también necesita profesionales y que la agricultura sigue siendo esencial para el país.
Es evidente que las más de 16,000 plazas disponibles para recolectores de café no serán ocupadas por costarricenses en su mayoría. Los migrantes, que ven en esta oportunidad un medio para sobrevivir y prosperar en un país que les ofrece más estabilidad que sus naciones de origen, seguirán siendo los héroes no reconocidos de la cosecha cafetalera. Y mientras tanto, los costarricenses continuarán lamentándose por la falta de empleo sin considerar la posibilidad de participar en una de las labores más tradicionales del país.
Es hora de reflexionar: si no somos nosotros quienes mantenemos viva la industria cafetalera,
¿quién lo hará en el futuro?
¿Acaso estamos dispuestos a dejar que esta tradición se pierda por completo en manos extranjeras?
Tal vez sea el momento de replantearnos nuestras prioridades y dar el valor que merece a un trabajo que, aunque difícil, es fundamental para la identidad y economía de Costa Rica.