Diay, mae, parece que ya no es chiste. El selfie, ese simple gesto de apuntar la cámara hacia uno mismo como si fuera el centro del universo, se ha convertido en una verdadera revolución cultural. Ayer vi a la tía más seria del banco sacándose una foto con filtro de conejo y, ¡qué carga!, me di cuenta de que estamos frente a una verdadera vara.
La generación selfie no solo se refiere a los jóvenes que pasan horas inventando ángulos perfectos frente al espejo. No, mae, la cosa es más profunda. Es una nueva forma de comunicar, de validar nuestras experiencias, de decir "yo estuve aquí y esto fue mío". Es como si, de repente, todos hubiéramos decidido que nuestras vidas valen la pena ser fotografiadas, que cada momento merece ser guardado en el altar sagrado del celular.
Y es que, aunque muchos lo vean como una simple moda, la verdad es que el selfie ha traído consigo un cambio significativo. Antes, hacíamos fotos para recordar, ahora hacemos fotos para ser vistos, para ganar likes, para ser parte de un algo más grande. Es como si cada selfie fuera una pequeña gota en un océano de egos que, juntos, forman un tsunami de autoafirmación social.
Pero, ¿qué dice la ciencia sobre este fenómeno? Según un estudio reciente de la Universidad de Costa Rica, el acto de sacarse un selfie libera dopamina, la misma sustancia que se produce cuando comemos chocolate o recibimos un cumplido. ¡Qué chiva!, ¿no? Entonces, cada vez que nos sacamos una foto y nos gustamos, nuestro cerebro se siente como si hubiéramos ganado la lotería. Y, como todo buen adicto, siempre queremos más.
No obstante, no todo es color de rosa (o filtro de rosa, mejor dicho). La obsesión por el selfie perfecto ha generado una gran presión entre los jóvenes. Según un reportaje publicado por La Nación, el 70% de los adolescentes costarricenses admiten sentirse inseguros debido a las fotos de sus amigos en redes sociales. Y es que, cuando todos parecen estar viviendo vidas a cachete mientras tú solo miras desde la galería, es fácil caer en la trampa de la comparación.
Sin embargo, también hay una parte bien chiva de todo esto. Los selfies nos han obligado a valorar lo visual, a prestar atención a los detalles y a entender que, muchas veces, la imagen dice más que mil palabras. Y, aunque suene raro, el selfie también ha democratizado la fotografía. Antes, solo unos pocos podían llamar la atención con sus imágenes; ahora, cualquiera con un celular puede ser protagonista.
Pero, como en todo fenómeno cultural, la clave está en el equilibrio. Y aunque me parezca un poco lento el día que la Vara - la mamá más seria del pueblo - se haga un selfie con filtro de perrito, mientras que un adolescente experto en "Centros" o "Tareas" sacándose selfies geniales. La clave está en disfrutar del momento, sin olvidar que la vida real es mucho más rica que cualquier filtro de Instagram.
¿Entonces, mae? ¿Qué opinas de esta revolución de los selfies? ¿Es una moda pasajera o estamos ante un cambio cultural definitivo? ¡Déjanos tu comentario! Y si te animas, por qué no te sacas un selfie y lo compartes en nuestros comentarios. Qué, ¡al fin pichas!, es un mundo nuevo, ¿no?
La generación selfie no solo se refiere a los jóvenes que pasan horas inventando ángulos perfectos frente al espejo. No, mae, la cosa es más profunda. Es una nueva forma de comunicar, de validar nuestras experiencias, de decir "yo estuve aquí y esto fue mío". Es como si, de repente, todos hubiéramos decidido que nuestras vidas valen la pena ser fotografiadas, que cada momento merece ser guardado en el altar sagrado del celular.
Y es que, aunque muchos lo vean como una simple moda, la verdad es que el selfie ha traído consigo un cambio significativo. Antes, hacíamos fotos para recordar, ahora hacemos fotos para ser vistos, para ganar likes, para ser parte de un algo más grande. Es como si cada selfie fuera una pequeña gota en un océano de egos que, juntos, forman un tsunami de autoafirmación social.
Pero, ¿qué dice la ciencia sobre este fenómeno? Según un estudio reciente de la Universidad de Costa Rica, el acto de sacarse un selfie libera dopamina, la misma sustancia que se produce cuando comemos chocolate o recibimos un cumplido. ¡Qué chiva!, ¿no? Entonces, cada vez que nos sacamos una foto y nos gustamos, nuestro cerebro se siente como si hubiéramos ganado la lotería. Y, como todo buen adicto, siempre queremos más.
No obstante, no todo es color de rosa (o filtro de rosa, mejor dicho). La obsesión por el selfie perfecto ha generado una gran presión entre los jóvenes. Según un reportaje publicado por La Nación, el 70% de los adolescentes costarricenses admiten sentirse inseguros debido a las fotos de sus amigos en redes sociales. Y es que, cuando todos parecen estar viviendo vidas a cachete mientras tú solo miras desde la galería, es fácil caer en la trampa de la comparación.
Sin embargo, también hay una parte bien chiva de todo esto. Los selfies nos han obligado a valorar lo visual, a prestar atención a los detalles y a entender que, muchas veces, la imagen dice más que mil palabras. Y, aunque suene raro, el selfie también ha democratizado la fotografía. Antes, solo unos pocos podían llamar la atención con sus imágenes; ahora, cualquiera con un celular puede ser protagonista.
Pero, como en todo fenómeno cultural, la clave está en el equilibrio. Y aunque me parezca un poco lento el día que la Vara - la mamá más seria del pueblo - se haga un selfie con filtro de perrito, mientras que un adolescente experto en "Centros" o "Tareas" sacándose selfies geniales. La clave está en disfrutar del momento, sin olvidar que la vida real es mucho más rica que cualquier filtro de Instagram.
¿Entonces, mae? ¿Qué opinas de esta revolución de los selfies? ¿Es una moda pasajera o estamos ante un cambio cultural definitivo? ¡Déjanos tu comentario! Y si te animas, por qué no te sacas un selfie y lo compartes en nuestros comentarios. Qué, ¡al fin pichas!, es un mundo nuevo, ¿no?
