¡Ay, pata negra! La bronca familiar por el caso de Randall Gamboa Esquivel sigue candela pura. Resulta que este señor, oriundo de Pérez Zeledón y buscando mejorar su brete en Estados Unidos, salió de Costa Rica con buenas intenciones, pero terminó deportado en un estado que te deja helao el alma. La historia es tan despistada que parece sacada de novela, pero es la cruda realidad de una familia que pide, por favor, que alguien escuche sus súplicas.
Todo empezó cuando Randall, de 52 años, se fue a laburar con maquinaria pesada allá en Estados Unidos, esperando mandar unos mangales pa’ ayudar en casa. Pero luego, ¡sorpresa!, lo agarraron los migra en Webb County, Texas, el 27 de diciembre del año pasado. Tres meses desapareció sin dejar rastro, atrapado en una dinámica burocrática que, según su hermana Greidy Mata Esquivel, lo dejó abandonado a su suerte.
“Estábamos tranquilos, mándale, aunque estuviera en la cárcel, porque teníamos contacto con él y podíamos verlo por medio de videollamadas, las cuales pagábamos desde acá,” cuenta Greidy con la voz cargada de emoción. “Él nos llamaba dos o tres veces al día, y eso nos mantenía tranquilos.” Imagínate la angustia de no saber nada de tu hermano, solo poder hablar con él a través de una pantalla, pagando un dineral por minutos que parecían volar. Un verdadero chururrón, diay.
Pero la situación empeoró aún más. Randall intentó buscar asilo político, pero el proceso se convirtió en un lío, lleno de abogados que, según la familia, les estafaron. La última comunicación fue el 12 de junio, y después... silencio absoluto. Un vacío enorme que la familia trató de llenar visitando al consulado y a la Corte Interamericana, pero chocaron contra muros de indiferencia. ¿En serio, quién atiende a nadie en estos lugares?
Las alarmas empezaron a sonar fuerte cuando Randall dejó de llamar. Su hermana explica que él siempre fue muy unido a su familia, un tipo cariñoso y apegado. Que de repente dejara de comunicarse era algo incomprensible, una vara que no cuadraba en absoluto. Una verdadera torta, ver cómo alguien se esfuma sin dejar rastro, dejando a sus seres queridos en la incertidumbre.
Y luego vino el golpe más duro. Gracias a una amiga en Estados Unidos, una abogada de inmigración logró ubicar a Randall en un estado crítico: encefalopatía y rabdomiólisis. ¡Imagínate!, el tipo casi muerto, incapaz de comer, hablar o moverse, solo con la capacidad de parpadear. La abogada exigió explicaciones, pero el ICE, como siempre, guardó silencio. Un despojo humano, según la familia, un abandono imperdonable.
El 2 de septiembre lo deportaron en un vuelo ambulancia, financiado por el gobierno estadounidense, llegando al Juan Santamaría en un estado deplorable: 56 úlceras abiertas, desnutrición extrema y mugriento. Al Hospital San Juan de Dios lo llevaron gracias a la ayuda de la Cruz Roja. Ahí, los médicos descubrieron que el historial médico de Randall, traído desde Estados Unidos, estaba lleno de diagnósticos absurdos, muchos de ellos ya descartados aquí. Una cirrosis hepática que nunca existió, entre otras enfermedades inventadas. ¡Qué nivel de irresponsabilidad!
Hoy, Randall está recibiendo terapia en Pérez Zeledón, luchando por recuperar su vida. Su hermana Greidy clama por justicia, por respuestas claras sobre lo que le hicieron a su hermano. Pide a las autoridades costarricenses que se pongan las pilas y investiguen este caso, que no permitan que esto quede impune. Después de todo, ¿qué piensan ustedes, compas? ¿Creen que el gobierno de Costa Rica debería pedirle cuentas a Estados Unidos por este abandono inhumano? Compartan sus opiniones y reflexionemos juntos sobre este tema que nos afecta a todos como comunidad costarricense.
Todo empezó cuando Randall, de 52 años, se fue a laburar con maquinaria pesada allá en Estados Unidos, esperando mandar unos mangales pa’ ayudar en casa. Pero luego, ¡sorpresa!, lo agarraron los migra en Webb County, Texas, el 27 de diciembre del año pasado. Tres meses desapareció sin dejar rastro, atrapado en una dinámica burocrática que, según su hermana Greidy Mata Esquivel, lo dejó abandonado a su suerte.
“Estábamos tranquilos, mándale, aunque estuviera en la cárcel, porque teníamos contacto con él y podíamos verlo por medio de videollamadas, las cuales pagábamos desde acá,” cuenta Greidy con la voz cargada de emoción. “Él nos llamaba dos o tres veces al día, y eso nos mantenía tranquilos.” Imagínate la angustia de no saber nada de tu hermano, solo poder hablar con él a través de una pantalla, pagando un dineral por minutos que parecían volar. Un verdadero chururrón, diay.
Pero la situación empeoró aún más. Randall intentó buscar asilo político, pero el proceso se convirtió en un lío, lleno de abogados que, según la familia, les estafaron. La última comunicación fue el 12 de junio, y después... silencio absoluto. Un vacío enorme que la familia trató de llenar visitando al consulado y a la Corte Interamericana, pero chocaron contra muros de indiferencia. ¿En serio, quién atiende a nadie en estos lugares?
Las alarmas empezaron a sonar fuerte cuando Randall dejó de llamar. Su hermana explica que él siempre fue muy unido a su familia, un tipo cariñoso y apegado. Que de repente dejara de comunicarse era algo incomprensible, una vara que no cuadraba en absoluto. Una verdadera torta, ver cómo alguien se esfuma sin dejar rastro, dejando a sus seres queridos en la incertidumbre.
Y luego vino el golpe más duro. Gracias a una amiga en Estados Unidos, una abogada de inmigración logró ubicar a Randall en un estado crítico: encefalopatía y rabdomiólisis. ¡Imagínate!, el tipo casi muerto, incapaz de comer, hablar o moverse, solo con la capacidad de parpadear. La abogada exigió explicaciones, pero el ICE, como siempre, guardó silencio. Un despojo humano, según la familia, un abandono imperdonable.
El 2 de septiembre lo deportaron en un vuelo ambulancia, financiado por el gobierno estadounidense, llegando al Juan Santamaría en un estado deplorable: 56 úlceras abiertas, desnutrición extrema y mugriento. Al Hospital San Juan de Dios lo llevaron gracias a la ayuda de la Cruz Roja. Ahí, los médicos descubrieron que el historial médico de Randall, traído desde Estados Unidos, estaba lleno de diagnósticos absurdos, muchos de ellos ya descartados aquí. Una cirrosis hepática que nunca existió, entre otras enfermedades inventadas. ¡Qué nivel de irresponsabilidad!
Hoy, Randall está recibiendo terapia en Pérez Zeledón, luchando por recuperar su vida. Su hermana Greidy clama por justicia, por respuestas claras sobre lo que le hicieron a su hermano. Pide a las autoridades costarricenses que se pongan las pilas y investiguen este caso, que no permitan que esto quede impune. Después de todo, ¿qué piensan ustedes, compas? ¿Creen que el gobierno de Costa Rica debería pedirle cuentas a Estados Unidos por este abandono inhumano? Compartan sus opiniones y reflexionemos juntos sobre este tema que nos afecta a todos como comunidad costarricense.
