Maes, acaba de salir el reporte de la OCDE sobre educación (el famoso Education at a Glance) y la vara está para sentarse a analizarla con un cafecito bien chorreado. Porque, viéndolo por encima, uno no sabe si alegrarse o preocuparse. Por un lado, el informe nos echa flores en varias áreas, como la inversión en las U públicas y los salarios de los profes. Pero por otro, deja ver un par de números que lo dejan a uno rascándose la cabeza y preguntándose si todo el esfuerzo está valiendo la pena para la nueva generación que busca su primer brete.
Aquí es donde la cosa se pone color de hormiga y el informe nos tira un baldazo de agua fría. En la mayoría de países de la OCDE, la lógica es simple: a más estudios, menos desempleo. Sacar un título universitario es casi un pase directo para no estar en la calle. Pero en Costa Rica… diay, parece que esa regla no aplica igual. El informe lo deja clarísimo: la diferencia en la tasa de desempleo entre un joven con bachillerato de cole (8.1%) y uno con título universitario (8.3%) es prácticamente NADA. ¡Incluso sube un poquito! ¿Me explican esa vara? O sea, nos estamos matando cinco años o más en la U, endeudándonos muchos hasta el cuello, para que al final el cartón no mueva la aguja a la hora de buscar brete. Esto es un despiche para la movilidad social que siempre nos ha vendido la educación.
Y aquí viene otra parte del enredo: la plata. Cuando se trata de billete, el informe muestra que somos un país de extremos. Para los güilas de escuela y cole, la inversión por estudiante es de unos $5,226. Según los estándares de la OCDE, eso es poquillo, nos deja casi en la cola. Pero ¡ojo al cristo! Cuando un estudiante llega a la educación superior pública, el país abre la billetera con todo y suelta un promedio de $16,922 por cabeza. Eso es más que el promedio de $15,102 de toda la organización, que incluye a potencias mundiales. La pregunta es obvia: ¿Será que estamos apostando toda la plata a la recta final y estamos descuidando las bases? ¿De qué sirve tener universidades a cachete si los estudiantes no llegan con la mejor formación posible desde la escuela?
Pero bueno, no todo es para jalarse el pelo. El reporte también nos da unas palmaditas en la espalda que hay que reconocer. Por ejemplo, en el tema de los docentes. Según la OCDE, a nuestros profes, en comparación, no les va nada mal con la paga. De hecho, sus salarios reales son un 31% más altos que los de otros profesionales con título universitario. ¡Qué nivel! Eso es un contraste enorme con el promedio de la OCDE, donde los profes más bien ganan menos. Además, nuestros chamacos están entre los que más horas de clase reciben al año y, para rematar, el tamaño de las aulas ha ido bajando. En 2023 teníamos un promedio de 15 estudiantes por clase en primaria, una cifra que muchos países envidiarían. En teoría, el ambiente está puesto para que la educación sea de primera.
Entonces, ¿en qué quedamos? Por un lado, tenemos una inversión salvaje en las universidades, salarios docentes competitivos y clases pequeñas. Por otro, esa millonada no se está traduciendo en una ventaja clara para conseguir brete, y la inversión en la base del sistema (escuela y cole) se queda corta. La vara está compleja y llena de matices. No es un tema de buenos y malos, sino de un sistema que quizás necesita una buena sacudida y una revisión profunda para que vuelva a ser el motor del país que todos queremos. La pregunta del millón, maes: ¿Estamos invirtiendo bien la plata o solo estamos inflando una burbuja académica? ¿Es un problema de cómo se gasta, de lo que se enseña en las U, o es que el mercado laboral simplemente ya no le da pelota al cartón? ¡Abro debate en el foro! ¿Ustedes qué opinan?
Aquí es donde la cosa se pone color de hormiga y el informe nos tira un baldazo de agua fría. En la mayoría de países de la OCDE, la lógica es simple: a más estudios, menos desempleo. Sacar un título universitario es casi un pase directo para no estar en la calle. Pero en Costa Rica… diay, parece que esa regla no aplica igual. El informe lo deja clarísimo: la diferencia en la tasa de desempleo entre un joven con bachillerato de cole (8.1%) y uno con título universitario (8.3%) es prácticamente NADA. ¡Incluso sube un poquito! ¿Me explican esa vara? O sea, nos estamos matando cinco años o más en la U, endeudándonos muchos hasta el cuello, para que al final el cartón no mueva la aguja a la hora de buscar brete. Esto es un despiche para la movilidad social que siempre nos ha vendido la educación.
Y aquí viene otra parte del enredo: la plata. Cuando se trata de billete, el informe muestra que somos un país de extremos. Para los güilas de escuela y cole, la inversión por estudiante es de unos $5,226. Según los estándares de la OCDE, eso es poquillo, nos deja casi en la cola. Pero ¡ojo al cristo! Cuando un estudiante llega a la educación superior pública, el país abre la billetera con todo y suelta un promedio de $16,922 por cabeza. Eso es más que el promedio de $15,102 de toda la organización, que incluye a potencias mundiales. La pregunta es obvia: ¿Será que estamos apostando toda la plata a la recta final y estamos descuidando las bases? ¿De qué sirve tener universidades a cachete si los estudiantes no llegan con la mejor formación posible desde la escuela?
Pero bueno, no todo es para jalarse el pelo. El reporte también nos da unas palmaditas en la espalda que hay que reconocer. Por ejemplo, en el tema de los docentes. Según la OCDE, a nuestros profes, en comparación, no les va nada mal con la paga. De hecho, sus salarios reales son un 31% más altos que los de otros profesionales con título universitario. ¡Qué nivel! Eso es un contraste enorme con el promedio de la OCDE, donde los profes más bien ganan menos. Además, nuestros chamacos están entre los que más horas de clase reciben al año y, para rematar, el tamaño de las aulas ha ido bajando. En 2023 teníamos un promedio de 15 estudiantes por clase en primaria, una cifra que muchos países envidiarían. En teoría, el ambiente está puesto para que la educación sea de primera.
Entonces, ¿en qué quedamos? Por un lado, tenemos una inversión salvaje en las universidades, salarios docentes competitivos y clases pequeñas. Por otro, esa millonada no se está traduciendo en una ventaja clara para conseguir brete, y la inversión en la base del sistema (escuela y cole) se queda corta. La vara está compleja y llena de matices. No es un tema de buenos y malos, sino de un sistema que quizás necesita una buena sacudida y una revisión profunda para que vuelva a ser el motor del país que todos queremos. La pregunta del millón, maes: ¿Estamos invirtiendo bien la plata o solo estamos inflando una burbuja académica? ¿Es un problema de cómo se gasta, de lo que se enseña en las U, o es que el mercado laboral simplemente ya no le da pelota al cartón? ¡Abro debate en el foro! ¿Ustedes qué opinan?