Mae, hay noticias que uno lee y de verdad que le dejan un sinsabor, un no sé qué en el cuerpo. Y la de hoy es una de esas. La Muni de Chepe, junto con la gente de Migración, tuvo que recoger a cinco chiquitos venezolanos que andaban pidiendo plata en pleno centro de la capital. ¡Qué torta! Y la parte que de verdad duele es que, según el reporte, eran los propios tatas los que los tenían en esa vuelta, exponiéndolos a mil peligros en la calle.
Diay, uno entiende que la situación está durísima para todo el mundo, y más para la gente que viene de afuera buscando una oportunidad. Pero aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Una cosa es buscar cómo ganarse la vida honradamente, y otra muy distinta es usar a los hijos como escudo o, peor aún, como herramienta de trabajo. Según el informe, esta familia tenía apenas cuatro días de haber llegado al país. ¡Cuatro días! Y ya estaban metidos en este despiche, sin un lugar fijo donde vivir. Esto nos demuestra la velocidad con la que la desesperación puede llevar a tomar decisiones terribles y, seamos claros, ilegales. Es un ciclo que, si no se corta de raíz, solo se hace más y más grande.
Y es que esto no es un caso aislado, ¿verdad? Es el pan de cada día en Chepe. El mismo operativo detuvo a otros adultos, y la noticia menciona el caso reciente de La Castellana, donde otros mae estaban amenazando choferes para limpiarles el parabrisas. Es esa línea delgadísima entre la necesidad y la delincuencia la que complica todo el panorama. La policía hace su brete, claro, interviene y trata de poner orden. Pero seamos honestos, esto se siente como intentar sacar el agua de un bote que se hunde usando un vaso. Es un esfuerzo, sí, pero el problema de fondo es un verdadero tsunami de factores sociales, económicos y migratorios.
Ahora, hablemos de la respuesta institucional, porque aquí es donde a uno le queda la duda. El PANI llegó, atendió a los cinco menores y ubicó a la mamá. ¿Y qué pasó? Se le dio un “apercibimiento”. O sea, un regaño, una advertencia. Le dijeron que no exponga a sus hijos a esos riesgos. Y listo. Después los refirieron para atención médica, educativa y al IMAS. Todo eso suena muy bien en el papel, pero ¿es suficiente un manazo en la muñeca para una situación tan grave? ¿De verdad creemos que una advertencia va a cambiar la dinámica de una familia que, en cuatro días, ya recurrió a la mendicidad infantil para sobrevivir? Suena más a un curita para una herida que necesita cirugía.
Al final, esta noticia nos deja con más preguntas que respuestas. Por un lado, está el drama humano de familias migrantes en una situación límite. Por otro, la realidad innegable de la explotación infantil y los riesgos de seguridad en nuestras calles. Y en medio, instituciones que parecen estar haciendo control de daños en lugar de aplicar soluciones estructurales. Está salado, porque no hay una respuesta fácil ni villanos claros, solo un montón de gente atrapada en una situación terrible. La pregunta que queda en el aire es: ¿dónde empieza y termina la responsabilidad? ¿Qué más se puede hacer, más allá de estos operativos, para atacar la raíz del problema y no solo los síntomas? Los leo en los comentarios.
Diay, uno entiende que la situación está durísima para todo el mundo, y más para la gente que viene de afuera buscando una oportunidad. Pero aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Una cosa es buscar cómo ganarse la vida honradamente, y otra muy distinta es usar a los hijos como escudo o, peor aún, como herramienta de trabajo. Según el informe, esta familia tenía apenas cuatro días de haber llegado al país. ¡Cuatro días! Y ya estaban metidos en este despiche, sin un lugar fijo donde vivir. Esto nos demuestra la velocidad con la que la desesperación puede llevar a tomar decisiones terribles y, seamos claros, ilegales. Es un ciclo que, si no se corta de raíz, solo se hace más y más grande.
Y es que esto no es un caso aislado, ¿verdad? Es el pan de cada día en Chepe. El mismo operativo detuvo a otros adultos, y la noticia menciona el caso reciente de La Castellana, donde otros mae estaban amenazando choferes para limpiarles el parabrisas. Es esa línea delgadísima entre la necesidad y la delincuencia la que complica todo el panorama. La policía hace su brete, claro, interviene y trata de poner orden. Pero seamos honestos, esto se siente como intentar sacar el agua de un bote que se hunde usando un vaso. Es un esfuerzo, sí, pero el problema de fondo es un verdadero tsunami de factores sociales, económicos y migratorios.
Ahora, hablemos de la respuesta institucional, porque aquí es donde a uno le queda la duda. El PANI llegó, atendió a los cinco menores y ubicó a la mamá. ¿Y qué pasó? Se le dio un “apercibimiento”. O sea, un regaño, una advertencia. Le dijeron que no exponga a sus hijos a esos riesgos. Y listo. Después los refirieron para atención médica, educativa y al IMAS. Todo eso suena muy bien en el papel, pero ¿es suficiente un manazo en la muñeca para una situación tan grave? ¿De verdad creemos que una advertencia va a cambiar la dinámica de una familia que, en cuatro días, ya recurrió a la mendicidad infantil para sobrevivir? Suena más a un curita para una herida que necesita cirugía.
Al final, esta noticia nos deja con más preguntas que respuestas. Por un lado, está el drama humano de familias migrantes en una situación límite. Por otro, la realidad innegable de la explotación infantil y los riesgos de seguridad en nuestras calles. Y en medio, instituciones que parecen estar haciendo control de daños en lugar de aplicar soluciones estructurales. Está salado, porque no hay una respuesta fácil ni villanos claros, solo un montón de gente atrapada en una situación terrible. La pregunta que queda en el aire es: ¿dónde empieza y termina la responsabilidad? ¿Qué más se puede hacer, más allá de estos operativos, para atacar la raíz del problema y no solo los síntomas? Los leo en los comentarios.