Seamos honestos. Uno se mete al Instagram y el bombardeo es salvaje: maes y güilas levantando pesos que ni entre tres, gente corriendo como si los persiguiera la Fuerza Pública y la típica frase motivacional de “sin dolor no hay ganancia”. Diay, con esa presión, a uno hasta que se le quitan las ganas de levantarse del sillón. Si hacer ejercicio significa terminar hecho leña y con ganas de no existir al día siguiente, ¿quién quiere apuntarse a esa torta?
Pero ¡qué nivel! Parece que hay una nueva vara en el ambiente que le da una patada a esa cultura de matarse en el gimnasio. Se llama ejercicio de “Zona Cero” y, para que me entiendan, es básicamente la antítesis del sufrimiento. Piense en esto: ir en la cleta tan despacio que puede ir viendo el paisaje, caminar por el parque con un compa pegando cháchara sin que se le vaya el aire, o hasta ponerse a jugar con el perro en el patio. La clave es moverse tan suave que el corazón ni se entera de que está haciendo algo. Es una actividad tan ligera que ni siquiera califica como “Zona 1” en esos chunches que miden el pulso.
Y aquí es donde la cosa se pone tuanis de verdad. Uno pensaría que eso es perder el tiempo, ¿verdad? Pues no. Resulta que esta movida tiene unos beneficios que son una maravilla. Para empezar, es para todo el mundo. Desde la abuelita que quiere mantenerse activa hasta el mae que se está recuperando de una lesión y no puede ni ver una mancuerna. Varios estudios demuestran que moverse así, suavecito, mejora la circulación, ayuda a regular el azúcar y hasta pone de mejor humor. Es una forma de decirle al cuerpo: “tranquilo, miher, todo bien, solo nos estamos estirando un poco”.
Además, está el tema de la constancia, que es donde la mayoría fallamos. ¿Cuántos no hemos pagado el gimnasio en enero para ir solo dos semanas? Nos ponemos metas tan altas que el plan se va al traste antes de empezar. Con la Zona Cero, la presión desaparece. No se ocupa equipo caro ni ropa de marca. Es más fácil ser constante con una caminadita de media hora después del brete que con una clase de spinning donde uno siente que va a escupir un pulmón. Y al final del día, ese poquito constante suma más que el “todo o nada” que nos deja frustrados y adoloridos.
Claro, si su meta es correr la maratón de Nueva York o desarrollar unos músculos de portada de revista, la Zona Cero no lo va a llevar ahí por sí sola. El cuerpo necesita retos más intensos para fortalecerse de verdad. Pero esta vara es la base, el fundamento para no ser una persona sedentaria. Es el recordatorio de que cualquier movimiento cuenta. En lugar de pensar en el ejercicio como un castigo, la Zona Cero lo plantea como algo para sentirse bien, para conectar con el cuerpo y, simplemente, para moverse. ¡Qué carga esa idea!
Y ustedes, maes, ¿se apuntan a bajarle dos rayitas al gas con esta vara de la 'Zona Cero' o son de los que si no sudan la gota gorda sienten que no hicieron nada? ¡Cuenten a ver!
Pero ¡qué nivel! Parece que hay una nueva vara en el ambiente que le da una patada a esa cultura de matarse en el gimnasio. Se llama ejercicio de “Zona Cero” y, para que me entiendan, es básicamente la antítesis del sufrimiento. Piense en esto: ir en la cleta tan despacio que puede ir viendo el paisaje, caminar por el parque con un compa pegando cháchara sin que se le vaya el aire, o hasta ponerse a jugar con el perro en el patio. La clave es moverse tan suave que el corazón ni se entera de que está haciendo algo. Es una actividad tan ligera que ni siquiera califica como “Zona 1” en esos chunches que miden el pulso.
Y aquí es donde la cosa se pone tuanis de verdad. Uno pensaría que eso es perder el tiempo, ¿verdad? Pues no. Resulta que esta movida tiene unos beneficios que son una maravilla. Para empezar, es para todo el mundo. Desde la abuelita que quiere mantenerse activa hasta el mae que se está recuperando de una lesión y no puede ni ver una mancuerna. Varios estudios demuestran que moverse así, suavecito, mejora la circulación, ayuda a regular el azúcar y hasta pone de mejor humor. Es una forma de decirle al cuerpo: “tranquilo, miher, todo bien, solo nos estamos estirando un poco”.
Además, está el tema de la constancia, que es donde la mayoría fallamos. ¿Cuántos no hemos pagado el gimnasio en enero para ir solo dos semanas? Nos ponemos metas tan altas que el plan se va al traste antes de empezar. Con la Zona Cero, la presión desaparece. No se ocupa equipo caro ni ropa de marca. Es más fácil ser constante con una caminadita de media hora después del brete que con una clase de spinning donde uno siente que va a escupir un pulmón. Y al final del día, ese poquito constante suma más que el “todo o nada” que nos deja frustrados y adoloridos.
Claro, si su meta es correr la maratón de Nueva York o desarrollar unos músculos de portada de revista, la Zona Cero no lo va a llevar ahí por sí sola. El cuerpo necesita retos más intensos para fortalecerse de verdad. Pero esta vara es la base, el fundamento para no ser una persona sedentaria. Es el recordatorio de que cualquier movimiento cuenta. En lugar de pensar en el ejercicio como un castigo, la Zona Cero lo plantea como algo para sentirse bien, para conectar con el cuerpo y, simplemente, para moverse. ¡Qué carga esa idea!
Y ustedes, maes, ¿se apuntan a bajarle dos rayitas al gas con esta vara de la 'Zona Cero' o son de los que si no sudan la gota gorda sienten que no hicieron nada? ¡Cuenten a ver!