Maes, paren todo un toque. Imagínense ir al EBAIS y que el doctor le diga que tiene el colesterol por las nubes, los triglicéridos disparados y hasta caries por comer cochinadas. Ahora, imagínese que usted no es un humano, sino un mono carablanca del Parque Nacional Manuel Antonio. Diay, suena a chiste, pero es la pura y triste realidad. Y lo peor de todo es que la culpa es nuestra. ¡Qué torta la que estamos armando en uno de los lugares más tuanis del país!
La vara no es invento mío. Un grupo de cargas del Instituto Internacional en Conservación y Manejo de Vida Silvestre (Icomvis-UNA) lleva en este brete desde el 2012, y lo que encontraron es para sentarse a llorar. Según la investigadora Laura Porras, a los monos capuchinos no solo les encontraron esas enfermedades de humanos sedentarios, sino que también andan con el pelaje hecho un desastre, dientes oscuros y hasta ronchas. En una autopsia, ¡qué sal!, encontraron parásitos que normalmente viven en nosotros, como los que causan la malaria y el chagas. Un despiche total que demuestra que nuestra interacción con ellos se fue al traste.
Y si el asunto con los monos no fuera suficiente, agarren esto: los mapaches de la zona se nos volvieron diurnos. Estos compas, que por naturaleza son nocturnos, le dieron vuelta a su reloj biológico con un solo objetivo: pegarse a los turistas para ver qué les caía de comida. Los investigadores les pusieron radiocollares y cámaras trampa y ¡bingo! Confirmaron que los maes cambiaron su rutina para aprovecharse del buffet de snacks, galletas y emparedados que la gente lleva. La prueba más clara es que durante el parón de la pandemia, sin turistas a la vista, los mapaches volvieron a sus andadas nocturnas. Más claro no canta un gallo.
Entonces, ¿cuál es el misterio detrás de este zoológico de enfermedades y comportamientos extraños? La respuesta es tan obvia que duele: somos nosotros y nuestra manía de querer humanizar todo lo que se mueve. La gente, con la mejor o la peor de las intenciones, les da comida que sus sistemas no están diseñados para procesar. Porras mencionó de todo, desde galletas hasta el bendito banano que, aunque la gente crea que es la comida oficial de los monos, les puede hacer un daño tremendo. Es un desbalance dietético que los deja vulnerables a un montón de bichos y enfermedades.
Para intentar arreglar el despiche, en el 2023 se mandaron a poner unas jaulas gigantes alrededor de la soda y las mesas. Pero ojo, las jaulas no son para los monos, son para la gente. Sí, llegamos al punto de tener que enjaular a los turistas para que coman sin que la fauna les robe la comida o, peor aún, se la regalen. Y ni así. Porras cuenta que siempre hay vivos que se las ingenian para sacar comida. Está claro que la solución no es solo poner más rejas, sino educar. Hacen falta más rótulos, más vigilancia y, sobre todo, más conciencia. Esto no es solo en Manuel Antonio, es en cada playa, hotel y restaurante donde un animal silvestre se acerca.
Maes, la cosa es seria. Más allá de las multas y las jaulas, ¿cómo le cambiamos el chip a la gente? ¿Es pura falta de educación o es que de verdad a una parte de la población simplemente "le vale" el daño que hacen? ¿Qué harían ustedes para frenar esta vara de una vez por todas? ¡Los leo!
La vara no es invento mío. Un grupo de cargas del Instituto Internacional en Conservación y Manejo de Vida Silvestre (Icomvis-UNA) lleva en este brete desde el 2012, y lo que encontraron es para sentarse a llorar. Según la investigadora Laura Porras, a los monos capuchinos no solo les encontraron esas enfermedades de humanos sedentarios, sino que también andan con el pelaje hecho un desastre, dientes oscuros y hasta ronchas. En una autopsia, ¡qué sal!, encontraron parásitos que normalmente viven en nosotros, como los que causan la malaria y el chagas. Un despiche total que demuestra que nuestra interacción con ellos se fue al traste.
Y si el asunto con los monos no fuera suficiente, agarren esto: los mapaches de la zona se nos volvieron diurnos. Estos compas, que por naturaleza son nocturnos, le dieron vuelta a su reloj biológico con un solo objetivo: pegarse a los turistas para ver qué les caía de comida. Los investigadores les pusieron radiocollares y cámaras trampa y ¡bingo! Confirmaron que los maes cambiaron su rutina para aprovecharse del buffet de snacks, galletas y emparedados que la gente lleva. La prueba más clara es que durante el parón de la pandemia, sin turistas a la vista, los mapaches volvieron a sus andadas nocturnas. Más claro no canta un gallo.
Entonces, ¿cuál es el misterio detrás de este zoológico de enfermedades y comportamientos extraños? La respuesta es tan obvia que duele: somos nosotros y nuestra manía de querer humanizar todo lo que se mueve. La gente, con la mejor o la peor de las intenciones, les da comida que sus sistemas no están diseñados para procesar. Porras mencionó de todo, desde galletas hasta el bendito banano que, aunque la gente crea que es la comida oficial de los monos, les puede hacer un daño tremendo. Es un desbalance dietético que los deja vulnerables a un montón de bichos y enfermedades.
Para intentar arreglar el despiche, en el 2023 se mandaron a poner unas jaulas gigantes alrededor de la soda y las mesas. Pero ojo, las jaulas no son para los monos, son para la gente. Sí, llegamos al punto de tener que enjaular a los turistas para que coman sin que la fauna les robe la comida o, peor aún, se la regalen. Y ni así. Porras cuenta que siempre hay vivos que se las ingenian para sacar comida. Está claro que la solución no es solo poner más rejas, sino educar. Hacen falta más rótulos, más vigilancia y, sobre todo, más conciencia. Esto no es solo en Manuel Antonio, es en cada playa, hotel y restaurante donde un animal silvestre se acerca.
Maes, la cosa es seria. Más allá de las multas y las jaulas, ¿cómo le cambiamos el chip a la gente? ¿Es pura falta de educación o es que de verdad a una parte de la población simplemente "le vale" el daño que hacen? ¿Qué harían ustedes para frenar esta vara de una vez por todas? ¡Los leo!