Mae, hay noticias que a uno simplemente le patean el hígado, y esta es una de esas. Justo cuando conmemoramos el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, nos cae encima un baldazo de agua helada con cifras que deberían ponernos a todos a correr. Según datos de la UNED, los intentos de suicidio en adolescentes de 10 a 19 años no solo no bajan, sino que aumentaron. Pasamos de 1.505 casos en 2023 a 1.558 en 2024. No son solo números en un papel; son chiquillos, son güilas que sienten que no hay salida. Y honestamente, que la vara siga empeorando es un despiche monumental que nos grita en la cara que algo, o mucho, estamos haciendo terriblemente mal.
Los profesionales en Orientación están con la alarma encendida, y con toda la razón. Apuntan a un factor que a veces subestimamos: la falta de un proyecto de vida. Suena como algo muy elevado, ¿verdad? Pero pensémoslo un toque. Cuando uno es adolescente, el mundo es un torbellino de hormonas, presión social y preguntas sin respuesta. Si a ese coctel le sumamos la sensación de no tener un norte, de no saber para qué se es bueno o qué se quiere hacer… diay, el vacío se vuelve gigante. Como dice Jorge Robles, del Colegio de Profesionales en Orientación, no tener metas claras te quita el sentido de vida. Y sin un propósito que te ancle, cualquier tormenta se siente como un huracán categoría cinco capaz de arrasar con todo.
La adolescencia es, por definición, una etapa de construcción. Es el momento clave donde se forja la identidad, y es justo ahí donde las estadísticas nos pegan más fuerte. Los jóvenes entre 15 y 19 años lideran estos tristes números. Por eso el llamado de los expertos a las familias y a los docentes es tan crucial. No se trata solo de preguntar por las notas. Es sentarse a hablar, a escuchar sus sueños, por más locos que suenen. Es ayudarles a trazar un mapa, aunque sea uno borroso, de hacia dónde quieren ir. En los coles existen protocolos, sí, pero todos sabemos que un protocolo en un folder no sirve de nada si no hay empatía, si no hay un adulto que de verdad se interese y acompañe. No podemos dejar que esa responsabilidad se diluya en la burocracia.
Y claro, la falta de un proyecto de vida es solo una pieza del rompecabezas. La cosa se pone más fea cuando le sumamos los otros factores de riesgo. La depresión es la principal puerta de entrada a estas ideas oscuras, y con más de 6.000 atenciones reportadas en 2024, queda claro que es una epidemia silenciosa. Si a eso le agregamos el consumo de alcohol y drogas, la baja autoestima, la violencia que a veces viven en sus propias casas o el bullying en redes... estamos creando una bomba de tiempo. Un dato que no podemos pasar por alto es que casi el 67% de los intentos corresponden a mujeres, una tendencia que se mantiene y nos obliga a analizar qué presiones adicionales están enfrentando ellas.
Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta no es sencilla, pero la inacción es criminal. Esto va más allá de una campaña bonita en redes sociales. Se trata de fortalecer las redes de apoyo reales, de enseñar resiliencia desde la escuela, de hacer accesible la ayuda psicológica sin estigmas y, sobre todo, de volver a conectar con nuestros güilas. Necesitamos hablar, escuchar y validar lo que sienten, recordarles que las crisis son temporales, aunque en el momento parezcan eternas. Como sociedad, ¿no nos estaremos jalando una torta al normalizar que nuestros adolescentes se sientan tan desesperanzados? Aquí les dejo la pregunta, foro: más allá de los protocolos y los discursos oficiales, ¿qué creen ustedes que está fallando en la cancha, en el día a día, para que nuestros güilas se sientan tan solos?
Los profesionales en Orientación están con la alarma encendida, y con toda la razón. Apuntan a un factor que a veces subestimamos: la falta de un proyecto de vida. Suena como algo muy elevado, ¿verdad? Pero pensémoslo un toque. Cuando uno es adolescente, el mundo es un torbellino de hormonas, presión social y preguntas sin respuesta. Si a ese coctel le sumamos la sensación de no tener un norte, de no saber para qué se es bueno o qué se quiere hacer… diay, el vacío se vuelve gigante. Como dice Jorge Robles, del Colegio de Profesionales en Orientación, no tener metas claras te quita el sentido de vida. Y sin un propósito que te ancle, cualquier tormenta se siente como un huracán categoría cinco capaz de arrasar con todo.
La adolescencia es, por definición, una etapa de construcción. Es el momento clave donde se forja la identidad, y es justo ahí donde las estadísticas nos pegan más fuerte. Los jóvenes entre 15 y 19 años lideran estos tristes números. Por eso el llamado de los expertos a las familias y a los docentes es tan crucial. No se trata solo de preguntar por las notas. Es sentarse a hablar, a escuchar sus sueños, por más locos que suenen. Es ayudarles a trazar un mapa, aunque sea uno borroso, de hacia dónde quieren ir. En los coles existen protocolos, sí, pero todos sabemos que un protocolo en un folder no sirve de nada si no hay empatía, si no hay un adulto que de verdad se interese y acompañe. No podemos dejar que esa responsabilidad se diluya en la burocracia.
Y claro, la falta de un proyecto de vida es solo una pieza del rompecabezas. La cosa se pone más fea cuando le sumamos los otros factores de riesgo. La depresión es la principal puerta de entrada a estas ideas oscuras, y con más de 6.000 atenciones reportadas en 2024, queda claro que es una epidemia silenciosa. Si a eso le agregamos el consumo de alcohol y drogas, la baja autoestima, la violencia que a veces viven en sus propias casas o el bullying en redes... estamos creando una bomba de tiempo. Un dato que no podemos pasar por alto es que casi el 67% de los intentos corresponden a mujeres, una tendencia que se mantiene y nos obliga a analizar qué presiones adicionales están enfrentando ellas.
Entonces, ¿qué hacemos? La respuesta no es sencilla, pero la inacción es criminal. Esto va más allá de una campaña bonita en redes sociales. Se trata de fortalecer las redes de apoyo reales, de enseñar resiliencia desde la escuela, de hacer accesible la ayuda psicológica sin estigmas y, sobre todo, de volver a conectar con nuestros güilas. Necesitamos hablar, escuchar y validar lo que sienten, recordarles que las crisis son temporales, aunque en el momento parezcan eternas. Como sociedad, ¿no nos estaremos jalando una torta al normalizar que nuestros adolescentes se sientan tan desesperanzados? Aquí les dejo la pregunta, foro: más allá de los protocolos y los discursos oficiales, ¿qué creen ustedes que está fallando en la cancha, en el día a día, para que nuestros güilas se sientan tan solos?