Diay, maes, ¿otra vez sopa? Parece que la eterna novela de Crucitas de Cutris sumó otro capítulo esta semana, y como siempre, el guion es el mismo: un montón de gente pulseándola de forma ilegal, la Fuerza Pública llegando a apagar el incendio con un vaso de agua, y al final del día, la sensación de que estamos corriendo en una misma rueda, como un hámster cansado. La noticia del momento es que la gente del GAO (Grupo de Apoyo Operacional) se metió de madrugada en Cerro Fortuna y se trajo a 12 oreros, todos nicaragüenses, que estaban metidos en túneles dándole durísimo al brete de sacar oro. O sea, los agarraron con las manos en la masa, o mejor dicho, en el barro.
Aquí es donde la vara se pone interesante. Uno lee el parte policial y piensa que desmantelaron una operación de la NASA. Y no es para menos, ¡vean la lista de chunches que decomisaron! Tres plantas eléctricas, trece extensiones, doce rotamartillos, veintidós malacates... maes, no andaban jugando de chapulines con una pala y un balde. Esto es una operación en toda regla, con una logística que ya la quisieran muchas empresas formales de este país. Es la prueba irrefutable de que esto no es un problema de cuatro gatos buscando cómo llevarse el arroz y los frijoles para la casa; es un negocio organizado, con inversión y con una estructura que, claramente, sigue operando a pesar de los constantes patrullajes. ¿Qué nivel de audacia hay que tener para meter todo ese equipo en media montaña sin que nadie, supuestamente, se dé cuenta?
Pero más allá del show mediático del decomiso y las detenciones, que se agradece y se aplaude el esfuerzo de la policía, hay que poner el dedo en la llaga. Cada rotamartillo de esos, cada gramo de oro que sacan, deja atrás un despiche ambiental de proporciones bíblicas. Estamos hablando de mercurio en los ríos, de deforestación que parece una cicatriz en el mapa, de una herida abierta en una de las zonas supuestamente más protegidas del país. Cada operativo es una curita para una herida de bala. Atrapan a doce, y al día siguiente hay veinte más listos para tomar su lugar, porque la necesidad y la codicia son un motor más potente que el miedo a que te agarre la ley. Es un problema social, económico y ambiental que no se va a solucionar mandando una patrulla cada vez que un dron ve movimiento.
Ahora, la pelota está en la cancha de la Fiscalía de Flagrancia de San Carlos. Los doce detenidos enfrentan un proceso por infracción al Código de Minería. Y aquí es donde a muchos nos entra el escepticismo. ¿Qué va a pasar realmente? ¿Unos meses de preventiva y para afuera? ¿Una multa que jamás podrán pagar? La historia nos ha enseñado que el sistema judicial, con toda su burocracia, no siempre es el músculo que necesitamos para frenar este cáncer. Mientras los peces gordos, los que financian estas operaciones y compran el oro, siguen tranquilos en sus casas contando billetes, estos doce maes son solo la carnada, el eslabón más débil y reemplazable de una cadena gigante y bien aceitada. Es frustrante, porque el brete de la Fuerza Pública se siente como arar en el mar.
En resumen, es una buena noticia que haya control y que se den estos golpes. ¡Claro que sí! Pero no podemos quedarnos solo con la foto de los detenidos y el equipo decomisado. Crucitas es la prueba de que como país nos jalamos una torta monumental hace años, y todavía estamos pagando los platos rotos. La minería ilegal es solo el síntoma más visible de un abandono estatal histórico en la zona fronteriza. Mientras no haya una estrategia integral, con oportunidades reales, educación y un desarrollo sostenible para esas comunidades, esta novela va a seguir sumando temporadas. Así que, abro el foro: más allá de mandar más policías, ¿qué carajos se puede hacer para que Crucitas deje de ser nuestro eterno dolor de cabeza? ¿Cuál es la solución de fondo que nadie se atreve a proponer?
Aquí es donde la vara se pone interesante. Uno lee el parte policial y piensa que desmantelaron una operación de la NASA. Y no es para menos, ¡vean la lista de chunches que decomisaron! Tres plantas eléctricas, trece extensiones, doce rotamartillos, veintidós malacates... maes, no andaban jugando de chapulines con una pala y un balde. Esto es una operación en toda regla, con una logística que ya la quisieran muchas empresas formales de este país. Es la prueba irrefutable de que esto no es un problema de cuatro gatos buscando cómo llevarse el arroz y los frijoles para la casa; es un negocio organizado, con inversión y con una estructura que, claramente, sigue operando a pesar de los constantes patrullajes. ¿Qué nivel de audacia hay que tener para meter todo ese equipo en media montaña sin que nadie, supuestamente, se dé cuenta?
Pero más allá del show mediático del decomiso y las detenciones, que se agradece y se aplaude el esfuerzo de la policía, hay que poner el dedo en la llaga. Cada rotamartillo de esos, cada gramo de oro que sacan, deja atrás un despiche ambiental de proporciones bíblicas. Estamos hablando de mercurio en los ríos, de deforestación que parece una cicatriz en el mapa, de una herida abierta en una de las zonas supuestamente más protegidas del país. Cada operativo es una curita para una herida de bala. Atrapan a doce, y al día siguiente hay veinte más listos para tomar su lugar, porque la necesidad y la codicia son un motor más potente que el miedo a que te agarre la ley. Es un problema social, económico y ambiental que no se va a solucionar mandando una patrulla cada vez que un dron ve movimiento.
Ahora, la pelota está en la cancha de la Fiscalía de Flagrancia de San Carlos. Los doce detenidos enfrentan un proceso por infracción al Código de Minería. Y aquí es donde a muchos nos entra el escepticismo. ¿Qué va a pasar realmente? ¿Unos meses de preventiva y para afuera? ¿Una multa que jamás podrán pagar? La historia nos ha enseñado que el sistema judicial, con toda su burocracia, no siempre es el músculo que necesitamos para frenar este cáncer. Mientras los peces gordos, los que financian estas operaciones y compran el oro, siguen tranquilos en sus casas contando billetes, estos doce maes son solo la carnada, el eslabón más débil y reemplazable de una cadena gigante y bien aceitada. Es frustrante, porque el brete de la Fuerza Pública se siente como arar en el mar.
En resumen, es una buena noticia que haya control y que se den estos golpes. ¡Claro que sí! Pero no podemos quedarnos solo con la foto de los detenidos y el equipo decomisado. Crucitas es la prueba de que como país nos jalamos una torta monumental hace años, y todavía estamos pagando los platos rotos. La minería ilegal es solo el síntoma más visible de un abandono estatal histórico en la zona fronteriza. Mientras no haya una estrategia integral, con oportunidades reales, educación y un desarrollo sostenible para esas comunidades, esta novela va a seguir sumando temporadas. Así que, abro el foro: más allá de mandar más policías, ¿qué carajos se puede hacer para que Crucitas deje de ser nuestro eterno dolor de cabeza? ¿Cuál es la solución de fondo que nadie se atreve a proponer?