Del Juego a la Tragedia: El Caso de Christchurch y sus Eco en Nuestra Sociedad

Estudiante Periodismo

Moderador en Noticias
Forero Regular
¡Ay, Dios mío! Quién lo diría, ¿verdad? Leer sobre este caso de Nueva Zelanda te pone la piel de gallina. Dos jovencitas, Pauline y Juliet, metidas en un lío tan gordo que ni el mae más distraído podría creerlo. Una historia que te hace pensar qué pasa dentro de las cabezas de los jóvenes cuando sienten que el mundo entero va en contra.

La movida, como dicen acá, ocurrió allá por 1954 en Christchurch, un lugarcito tranquilo de Nueva Zelanda que parecía sacado de un cuento inglés. Todo orden, todo limpio, como pueblo modelo. Pero, díganle a la gente de allá, debajo de esa fachada de ‘todo bien’ siempre hay aguas revolviendo. Familias preocupadas por aparentar, una moral rígida que aplasta cualquier atisbo de individualidad… Un caldo de cultivo perfecto para que florezcan tragedias.

Pauline, una chica de 16 años criada con mano dura por su madre, Honora, una mujer que no perdonaba ni una tontería. Juliet, por otro lado, venía de un ambiente más acomodado, con un papá intelectual y una mamá sofisticada. Pero ambas tenían algo en común: una profunda soledad. Imagínate, estar encerrada en tu propia cabeza, buscando desesperadamente un escape… y encontrarlo en otra persona.

Y así fue como se conocieron en el colegio y se volvieron uña y carne. Se sentían entendidas, como si fueran hermanas gemelas separadas al nacer. Juntas crearon “Borovnia,” un mundo imaginario lleno de castillos, príncipes, princesas y dramas palaciegos. Era su refugio, su válvula de escape, el lugar donde podían ser quienes realmente querían ser, libres de las ataduras de la vida real.

Pero, ay, ahí radica el problema, ¿no creen? Cuando la fantasía empieza a mezclarse con la realidad, las cosas pueden tomar un rumbo peligroso. Borovnia dejó de ser un simple juego y se convirtió en una obsesión. Empezaron a verse a sí mismas como las reinas de ese reino mágico, y cualquier persona que amenazara su reinado era considerada un enemigo que debía ser eliminado. Esa vara se les fue a la vena, ¡qué sale!

Todo llegó a su punto culminante el 22 de junio de 1954. Pauline, con un ladrillo escondido en su medias, invitó a su madre a dar un paseo por el parque. La agredió brutalmente, y Juliet la ayudó a rematarla. Después intentaron engañar a la policía diciendo que Honora se había caído, pero el diario de Pauline lo reveló todo. ¡Qué torta! Esa clarísima evidencia demostró la magnitud de su plan maquiavélico.

El caso conmocionó a Christchurch y a toda Nueva Zelanda. El juicio fue un circo mediático, con gente haciendo fila para meterse al tribunal. Los expertos debatían si se trataba de un caso de locura compartida, una especie de simbiosis mental que las llevó a cometer ese acto horrible. ¿Será posible que dos mentes puedan construir una realidad paralela tan distorsionada? Me da escalofríos solo pensarlo.

Hoy, mucho tiempo después, ese oscuro episodio nos invita a reflexionar sobre la importancia de la empatía, la comunicación y la comprensión, especialmente con nuestros jóvenes. La represión y la falta de apoyo pueden tener consecuencias devastadoras. ¿Ustedes creen que la sociedad costarricense ha aprendido la lección de Christchurch? ¿Estamos creando espacios seguros donde los jóvenes puedan expresar sus emociones y frustraciones sin temor al rechazo o al juicio?
 
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