Mae, cada vez que sale una noticia de estas uno no sabe si ponerse a llorar, enojarse o simplemente resignarse. Leemos titulares que mencionan al Clan del Golfo, al Cártel de Sinaloa y a otros de esos pesos pesados del bajo mundo, y la primera reacción es pensar “qué duro lo que pasa en Colombia o México”. Pero se nos olvida un pequeño, pequeñísimo detalle: el epicentro de muchas de esas operaciones, la bodega de confianza y el hub logístico para mover la merca, es nuestra querida Costa Rica. La vara es que el despiche ya no es ajeno, lo tenemos metido hasta la cocina.
Y no es puro cuento para asustar. Los papeles cantan. Basta con echarle un ojo a las solicitudes de extradición que vienen de Estados Unidos. Mencionan a ticos como Celso Gamboa Sánchez o a Edwin López Vega, alias “Pecho de Rata”, y los ponen no como simples peones, sino como líderes de una red con sede aquí. Y no lo digo yo, mae, lo dice textualmente una Corte de Dallas, Texas, que los vincula directamente con el Clan del Golfo para recibir cocaína desde Colombia y Panamá. A ellos se suma el clan de los Picado Grijalba (“Noni” y “Shock”), que también aparecen en la misma foto familiar. O sea, no es un caso aislado, es un patrón. Ya no somos solo el puente, somos la oficina central.
Pero, ¿quiénes son estos maes del Clan del Golfo? Para los que no están muy metidos en el tema, no son cualquier banda de barrio. Este grupo, también conocido con un montón de nombres como “Los Urabeños” o “Autodefensas Gaitanistas”, es lo que quedó después de la desmovilización de los paramilitares en Colombia. Son una máquina de hacer plata y sembrar terror. Y su negocio no es solo la cocaína, es un combo completo: extorsión, minería ilegal para lavar la plata y un control militar de las rutas. Son, en pocas palabras, una empresa criminal multinacional, y el premio gordo es que nuestro país, el del “pura vida”, ahora es pieza clave en su ajedrez de distribución.
La noticia que reventó este fin de semana es la cereza en el pastel de esta torta que nos estamos comiendo. Allá en Colombia agarraron a 38 miembros del clan, y entre ellos un tipo alias “Carlos”. ¿El brete de este señor? Coordinar el envío de SEIS TONELADAS de cocaína al mes para Centroamérica. Mae, para que se haga una idea, esa es una cantidad absurda, un volumen industrial de droga. Y seamos honestos, esa droga no se esfuma en el aire; pasa por aquí, se queda aquí, se vende aquí en narcomenudeo y, sobre todo, financia el desmadre de violencia que vemos todos los días en las calles. La cosa se nos fue de las manos hace rato.
Lo que más agüeva de todo esto es la sensación de que vamos por detrás, siempre reaccionando. Cae un capo en Colombia, se publica un expediente de extradición, y por un par de días hablamos del tema. Pero el problema de fondo sigue ahí: nuestras fronteras son un colador, las instituciones parecen superadas y la plata del narco corrompe todo lo que toca. Y mientras tanto aquí, seguimos contando muertos y viendo cómo la cosa se pone más fea. Aquí es donde les pregunto a ustedes, maes: ¿Estamos a tiempo de hacer algo o esta vara ya se nos fue al traste? ¿Es un tema de policía, de educación, de plata, o ya es muy tarde para lamentos?
Y no es puro cuento para asustar. Los papeles cantan. Basta con echarle un ojo a las solicitudes de extradición que vienen de Estados Unidos. Mencionan a ticos como Celso Gamboa Sánchez o a Edwin López Vega, alias “Pecho de Rata”, y los ponen no como simples peones, sino como líderes de una red con sede aquí. Y no lo digo yo, mae, lo dice textualmente una Corte de Dallas, Texas, que los vincula directamente con el Clan del Golfo para recibir cocaína desde Colombia y Panamá. A ellos se suma el clan de los Picado Grijalba (“Noni” y “Shock”), que también aparecen en la misma foto familiar. O sea, no es un caso aislado, es un patrón. Ya no somos solo el puente, somos la oficina central.
Pero, ¿quiénes son estos maes del Clan del Golfo? Para los que no están muy metidos en el tema, no son cualquier banda de barrio. Este grupo, también conocido con un montón de nombres como “Los Urabeños” o “Autodefensas Gaitanistas”, es lo que quedó después de la desmovilización de los paramilitares en Colombia. Son una máquina de hacer plata y sembrar terror. Y su negocio no es solo la cocaína, es un combo completo: extorsión, minería ilegal para lavar la plata y un control militar de las rutas. Son, en pocas palabras, una empresa criminal multinacional, y el premio gordo es que nuestro país, el del “pura vida”, ahora es pieza clave en su ajedrez de distribución.
La noticia que reventó este fin de semana es la cereza en el pastel de esta torta que nos estamos comiendo. Allá en Colombia agarraron a 38 miembros del clan, y entre ellos un tipo alias “Carlos”. ¿El brete de este señor? Coordinar el envío de SEIS TONELADAS de cocaína al mes para Centroamérica. Mae, para que se haga una idea, esa es una cantidad absurda, un volumen industrial de droga. Y seamos honestos, esa droga no se esfuma en el aire; pasa por aquí, se queda aquí, se vende aquí en narcomenudeo y, sobre todo, financia el desmadre de violencia que vemos todos los días en las calles. La cosa se nos fue de las manos hace rato.
Lo que más agüeva de todo esto es la sensación de que vamos por detrás, siempre reaccionando. Cae un capo en Colombia, se publica un expediente de extradición, y por un par de días hablamos del tema. Pero el problema de fondo sigue ahí: nuestras fronteras son un colador, las instituciones parecen superadas y la plata del narco corrompe todo lo que toca. Y mientras tanto aquí, seguimos contando muertos y viendo cómo la cosa se pone más fea. Aquí es donde les pregunto a ustedes, maes: ¿Estamos a tiempo de hacer algo o esta vara ya se nos fue al traste? ¿Es un tema de policía, de educación, de plata, o ya es muy tarde para lamentos?
