Mae, a veces la realidad en Tiquicia supera cualquier guion de Netflix, y esta última vara del OIJ es la prueba. ¿Vieron el despiche del caso “Falsos Empleados”? No estamos hablando del típico carterista o de un asalto improvisado. No, señores. Aquí estamos frente a una operación casi de película, con disfraces, equipo pesado y, para ponerle la cereza al pastel, una traición nivel telenovela turca. La banda no solo llegó a robarse 50 melones de un Palí en Hone Creek, sino que entraron por la puerta grande, con el uniforme puesto y, al parecer, con la bendición de los de adentro. ¡Una locura!
El modo de operar de estos maes era de un nivel de planificación que asusta. La vara no era forzar una puerta en la madrugada; era mucho más sofisticado. Se vestían con la chema de la empresa, llegaban con toda la calma del mundo y, una vez adentro, el plan se ponía oscuro. Amordazaban y golpeaban a los empleados que sí estaban haciendo su brete de verdad, los que no tenían ni idea del chanchullo. Luego, sacaban el chunche estrella: un equipo de óxido de acetileno. Con eso, reventaron la caja fuerte como si fuera una lata de atún. Imagínense el terror de los trabajadores, viendo a supuestos “compañeros” actuar con esa violencia para llevarse un botín millonario.
Pero aquí es donde la historia se pone realmente fea y donde a uno se le revuelve el estómago. El OIJ no solo detuvo a los ladrones; los allanamientos revelaron la pieza clave del rompecabezas: la presunta complicidad venía desde arriba. Entre los detenidos están nada más y nada menos que la supervisora regional de Walmart en Limón y el administrador del Palí de Hone Creek. O sea, las personas encargadas de velar por la seguridad y el bienestar de sus equipos, supuestamente, fueron las que les abrieron la puerta a los lobos. ¡Qué torta más monumental! Ya no es solo el crimen, es la traición. Es saber que la persona que te da órdenes, la que debería cuidarte la espalda, es la misma que te entrega en bandeja de plata. Esto va más allá de un robo; es un quiebre total de la confianza.
Como era de esperarse, el OIJ montó un operativo masivo para desarticular esta banda. Hicieron seis allanamientos simultáneos en San José, Liberia, Cartago y Limón, demostrando que la red estaba bien esparcida por todo el país. Randall Zúñiga, el director del OIJ, salió a decir que están comprometidos a desmantelar una banda organizada por semana, y que a veces hasta se echan dos o tres. Por un lado, ¡qué bueno que los estén agarrando! Pero por otro, asusta pensar que hay tantas bandas de este calibre operando como para tener una en fila cada semana. La investigación sigue abierta y se habla de un soldador que les daba el soporte técnico, lo que confirma el nivel de especialización que manejaban.
Al final, este caso nos deja un montón de preguntas y un sinsabor terrible. La plata se recuperará o no, pero el golpe a la confianza es durísimo. Ya no es solo cuidarse del ladrón que viene de afuera, sino también del que podría estar sentado a la par tuya, o peor, del que te firma el cheque a fin de mes. Este despiche nos obliga a pensar en los protocolos de seguridad de las grandes empresas y en la vulnerabilidad de los empleados que sí son honestos. Diay, maes, la pregunta que queda en el aire es jodida: Después de ver algo así, ¿cómo se vuelve a confiar en el ambiente laboral? ¿Creen que las empresas hacen lo suficiente para filtrar a su propio personal de alto rango o esto es una bomba de tiempo en cualquier lado? Los leo.
El modo de operar de estos maes era de un nivel de planificación que asusta. La vara no era forzar una puerta en la madrugada; era mucho más sofisticado. Se vestían con la chema de la empresa, llegaban con toda la calma del mundo y, una vez adentro, el plan se ponía oscuro. Amordazaban y golpeaban a los empleados que sí estaban haciendo su brete de verdad, los que no tenían ni idea del chanchullo. Luego, sacaban el chunche estrella: un equipo de óxido de acetileno. Con eso, reventaron la caja fuerte como si fuera una lata de atún. Imagínense el terror de los trabajadores, viendo a supuestos “compañeros” actuar con esa violencia para llevarse un botín millonario.
Pero aquí es donde la historia se pone realmente fea y donde a uno se le revuelve el estómago. El OIJ no solo detuvo a los ladrones; los allanamientos revelaron la pieza clave del rompecabezas: la presunta complicidad venía desde arriba. Entre los detenidos están nada más y nada menos que la supervisora regional de Walmart en Limón y el administrador del Palí de Hone Creek. O sea, las personas encargadas de velar por la seguridad y el bienestar de sus equipos, supuestamente, fueron las que les abrieron la puerta a los lobos. ¡Qué torta más monumental! Ya no es solo el crimen, es la traición. Es saber que la persona que te da órdenes, la que debería cuidarte la espalda, es la misma que te entrega en bandeja de plata. Esto va más allá de un robo; es un quiebre total de la confianza.
Como era de esperarse, el OIJ montó un operativo masivo para desarticular esta banda. Hicieron seis allanamientos simultáneos en San José, Liberia, Cartago y Limón, demostrando que la red estaba bien esparcida por todo el país. Randall Zúñiga, el director del OIJ, salió a decir que están comprometidos a desmantelar una banda organizada por semana, y que a veces hasta se echan dos o tres. Por un lado, ¡qué bueno que los estén agarrando! Pero por otro, asusta pensar que hay tantas bandas de este calibre operando como para tener una en fila cada semana. La investigación sigue abierta y se habla de un soldador que les daba el soporte técnico, lo que confirma el nivel de especialización que manejaban.
Al final, este caso nos deja un montón de preguntas y un sinsabor terrible. La plata se recuperará o no, pero el golpe a la confianza es durísimo. Ya no es solo cuidarse del ladrón que viene de afuera, sino también del que podría estar sentado a la par tuya, o peor, del que te firma el cheque a fin de mes. Este despiche nos obliga a pensar en los protocolos de seguridad de las grandes empresas y en la vulnerabilidad de los empleados que sí son honestos. Diay, maes, la pregunta que queda en el aire es jodida: Después de ver algo así, ¿cómo se vuelve a confiar en el ambiente laboral? ¿Creen que las empresas hacen lo suficiente para filtrar a su propio personal de alto rango o esto es una bomba de tiempo en cualquier lado? Los leo.