Mae, seamos honestos. ¿A quién no le ha llegado un SMS rarísimo diciendo que se ganó un carro, que tiene un paquete retenido en Aduanas o, la clásica, que su cuenta del banco fue bloqueada? Uno por lo general lo borra y sigue con su vida. Pero, diay, resulta que detrás de esa simpleza había una red de maes que se estaba forrando, y no era poquita plata: estamos hablando de un perjuicio de 15 melones de colones. ¡Quince millones! Un despiche total que por dicha los agentes del OIJ de Cartago ya empezaron a desarmar con allanamientos desde la Vieja Metrópoli hasta Río Claro y Corredores.
Ahora, póngale atención a la vara, porque la forma en que operaban es de esas que a uno le vuela la cabeza por lo sencilla y a la vez malvada que es. La jugada maestra no requería de hackers rusos ni nada por el estilo. Los sospechosos, muy campantes, iban y compraban chips prepago. ¿Sabe lo mejor? El número de teléfono viene impreso en la tarjeta plástica. Acto seguido, con una paciencia de santos, metían esos números en las apps de los bancos nacionales para ver si alguno estaba ligado a una cuenta. Era como jugar a la lotería, pero en vez de apuntarle al Gordo, le apuntaban a su salario.
Y aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Cuando un número “pegaba”, o sea, cuando descubrían que estaba asociado a una cuenta con platica, se jalaban la torta del siglo. Iban a la compañía telefónica y, con una facilidad que asusta, registraban esa línea a nombre de ellos o de un tercero, un tal "Juan Vainas". A partir de ese momento, usted podía seguir con su vida, sin saber que ya no tenía control de su propio número. Durante días, semanas o incluso meses, los estafadores empezaban a drenar la cuenta de la víctima, poquito a poquito, haciendo transferencias a cuentas de familiares cercanos para despistar y lavar la plata. ¡Un enredo familiar para ocultar el robo!
Usted se imaginará el dolor de cabeza. Un día va a pagar el marchamo y ¡pum! La cuenta en rojo. Revisa los movimientos y ve un montón de transferencias pequeñas que nunca autorizó. Para cuando se da cuenta, el daño ya está hecho y la frustración es gigante. Pero como dicen por ahí, a todo chancho le llega su sábado. Después de recibir al menos 10 denuncias formales, el OIJ le puso el ojo a este brete y montó el operativo. Los agentes se movilizaron por varias partes del país para detener a los sospechosos y decomisar toda la evidencia posible. Un brete de investigación que, esperemos, ponga a estos maes donde tienen que estar por un buen rato.
La moraleja de esta historia es que hoy más que nunca hay que andar avispado. Esa facilidad para conseguir líneas y la poca seguridad en algunos procesos nos dejan completamente expuestos. Ya no basta con no hacerle clic a un link sospechoso; ahora tenemos que estar pendientes de que nuestro propio número no sea un arma en nuestra contra. La verdad es que da cólera ver cómo se aprovechan de la gente. Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Qué otras mañas han visto o escuchado? ¿Qué hacen para blindarse de estas varas y no terminar salado? Cuenten sus historias, que aquí aprendemos todos y evitamos que nos agarren de monos.
Ahora, póngale atención a la vara, porque la forma en que operaban es de esas que a uno le vuela la cabeza por lo sencilla y a la vez malvada que es. La jugada maestra no requería de hackers rusos ni nada por el estilo. Los sospechosos, muy campantes, iban y compraban chips prepago. ¿Sabe lo mejor? El número de teléfono viene impreso en la tarjeta plástica. Acto seguido, con una paciencia de santos, metían esos números en las apps de los bancos nacionales para ver si alguno estaba ligado a una cuenta. Era como jugar a la lotería, pero en vez de apuntarle al Gordo, le apuntaban a su salario.
Y aquí es donde la puerca tuerce el rabo. Cuando un número “pegaba”, o sea, cuando descubrían que estaba asociado a una cuenta con platica, se jalaban la torta del siglo. Iban a la compañía telefónica y, con una facilidad que asusta, registraban esa línea a nombre de ellos o de un tercero, un tal "Juan Vainas". A partir de ese momento, usted podía seguir con su vida, sin saber que ya no tenía control de su propio número. Durante días, semanas o incluso meses, los estafadores empezaban a drenar la cuenta de la víctima, poquito a poquito, haciendo transferencias a cuentas de familiares cercanos para despistar y lavar la plata. ¡Un enredo familiar para ocultar el robo!
Usted se imaginará el dolor de cabeza. Un día va a pagar el marchamo y ¡pum! La cuenta en rojo. Revisa los movimientos y ve un montón de transferencias pequeñas que nunca autorizó. Para cuando se da cuenta, el daño ya está hecho y la frustración es gigante. Pero como dicen por ahí, a todo chancho le llega su sábado. Después de recibir al menos 10 denuncias formales, el OIJ le puso el ojo a este brete y montó el operativo. Los agentes se movilizaron por varias partes del país para detener a los sospechosos y decomisar toda la evidencia posible. Un brete de investigación que, esperemos, ponga a estos maes donde tienen que estar por un buen rato.
La moraleja de esta historia es que hoy más que nunca hay que andar avispado. Esa facilidad para conseguir líneas y la poca seguridad en algunos procesos nos dejan completamente expuestos. Ya no basta con no hacerle clic a un link sospechoso; ahora tenemos que estar pendientes de que nuestro propio número no sea un arma en nuestra contra. La verdad es que da cólera ver cómo se aprovechan de la gente. Ahora les pregunto a ustedes, maes: ¿Qué otras mañas han visto o escuchado? ¿Qué hacen para blindarse de estas varas y no terminar salado? Cuenten sus historias, que aquí aprendemos todos y evitamos que nos agarren de monos.