Maes, en serio que hay días en que uno abre las noticias y parece que está leyendo el guion de un novelón de esos bien enredados. Pero no, es Costa Rica, es nuestro sistema judicial y es, una vez más, la saga interminable que involucra a Johnny Araya y a las altas esferas del poder. La última entrega de esta serie, que ya tiene más temporadas que cualquier otra cosa en Netflix, viene con el testimonio de la fiscal Natalia Rojas en el juicio contra Celso Gamboa y compañía. Y agárrense, porque la vara está que arde.
Vamos al grano. La fiscal Rojas se paró en el juicio y soltó la bomba, sin anestesia: afirmó que Celso Gamboa, que en ese entonces era nada menos que el subjefe del Ministerio Público, y la exfiscal Berenice Smith, la presionaron directamente. ¿Para qué? Para que el nombre de Johnny Araya, por arte de magia, dejara de figurar como “imputado” en un caso y pasara a ser un simple “investigado” o “denunciado” en los registros. O sea, maquillar el chunche para que se viera menos feo. Según Rojas, la orden fue “tajante”, sin derecho a pataleo ni a pedir opinión. Un “lo hace porque lo hace” en toda regla.
Y aquí es donde la cosa se pone todavía más color de hormiga. Gamboa, según la testigo, le metió prisa con una frase que es para enmarcar: “Me urge que la gestión sea contestada hoy, porque así se lo dije a Johnny Araya”. Diay, ¿me pueden explicar esa prisa? No era un trámite cualquiera, no era que se iba a vencer un plazo legal. Sonaba más bien a que había que cumplir un favorcito personal, una promesa entre compas. Es ese nivel de aparente normalidad con el que se manejan estas varas lo que de verdad asusta. ¡Qué torta más grande para la credibilidad de la justicia!
Ahora, pongámonos en los zapatos de la fiscal Rojas por un segundo. Ella misma lo dijo: acató la orden porque venía de sus jefes, de la gente de arriba en el Ministerio Público. Y ahí es donde el sistema entero se tambalea. ¿Cuántos funcionarios públicos no estarán en una encrucijada similar, teniendo que decidir entre hacer lo correcto y conservar el brete? Es la dinámica del “pez gordo” que mueve los hilos y de la gente de abajo que queda atrapada, obligada a obedecer para no buscarse un problema. Al final, parece que todo el plan de tener una justicia imparcial se va al traste por presiones de este tipo.
Francamente, este tipo de noticias ya ni sorprenden, y eso es lo más triste de todo. Se ha vuelto el pan de cada día. Escuchamos de tráfico de influencias, de favores políticos, de cómo las reglas parecen aplicar diferente dependiendo de quién sea usted o a quién conozca. Uno siente que, como ciudadanos, estamos bien salados. Vemos cómo se jalan estas tortas en las más altas esferas y la sensación de impunidad es casi total. Se convierte en un despiche mediático por unos días, nos indignamos todos en redes y luego, poco a poco, pasa a la siguiente noticia, al siguiente escándalo.
Por eso les pregunto, maes, más allá de la indignación del momento: ¿Ustedes creen que un testimonio como el de la fiscal Rojas realmente puede cambiar algo a largo plazo? ¿O estamos condenados a vivir en este ciclo, donde el poder parece tener sus propias reglas y la justicia es solo para algunos? Me interesa mucho saber si todavía queda optimismo o si ya la mayoría tiró la toalla con esta vara. Los leo.
Vamos al grano. La fiscal Rojas se paró en el juicio y soltó la bomba, sin anestesia: afirmó que Celso Gamboa, que en ese entonces era nada menos que el subjefe del Ministerio Público, y la exfiscal Berenice Smith, la presionaron directamente. ¿Para qué? Para que el nombre de Johnny Araya, por arte de magia, dejara de figurar como “imputado” en un caso y pasara a ser un simple “investigado” o “denunciado” en los registros. O sea, maquillar el chunche para que se viera menos feo. Según Rojas, la orden fue “tajante”, sin derecho a pataleo ni a pedir opinión. Un “lo hace porque lo hace” en toda regla.
Y aquí es donde la cosa se pone todavía más color de hormiga. Gamboa, según la testigo, le metió prisa con una frase que es para enmarcar: “Me urge que la gestión sea contestada hoy, porque así se lo dije a Johnny Araya”. Diay, ¿me pueden explicar esa prisa? No era un trámite cualquiera, no era que se iba a vencer un plazo legal. Sonaba más bien a que había que cumplir un favorcito personal, una promesa entre compas. Es ese nivel de aparente normalidad con el que se manejan estas varas lo que de verdad asusta. ¡Qué torta más grande para la credibilidad de la justicia!
Ahora, pongámonos en los zapatos de la fiscal Rojas por un segundo. Ella misma lo dijo: acató la orden porque venía de sus jefes, de la gente de arriba en el Ministerio Público. Y ahí es donde el sistema entero se tambalea. ¿Cuántos funcionarios públicos no estarán en una encrucijada similar, teniendo que decidir entre hacer lo correcto y conservar el brete? Es la dinámica del “pez gordo” que mueve los hilos y de la gente de abajo que queda atrapada, obligada a obedecer para no buscarse un problema. Al final, parece que todo el plan de tener una justicia imparcial se va al traste por presiones de este tipo.
Francamente, este tipo de noticias ya ni sorprenden, y eso es lo más triste de todo. Se ha vuelto el pan de cada día. Escuchamos de tráfico de influencias, de favores políticos, de cómo las reglas parecen aplicar diferente dependiendo de quién sea usted o a quién conozca. Uno siente que, como ciudadanos, estamos bien salados. Vemos cómo se jalan estas tortas en las más altas esferas y la sensación de impunidad es casi total. Se convierte en un despiche mediático por unos días, nos indignamos todos en redes y luego, poco a poco, pasa a la siguiente noticia, al siguiente escándalo.
Por eso les pregunto, maes, más allá de la indignación del momento: ¿Ustedes creen que un testimonio como el de la fiscal Rojas realmente puede cambiar algo a largo plazo? ¿O estamos condenados a vivir en este ciclo, donde el poder parece tener sus propias reglas y la justicia es solo para algunos? Me interesa mucho saber si todavía queda optimismo o si ya la mayoría tiró la toalla con esta vara. Los leo.