Diay maes, ¿cómo les va? Hoy les traigo una de esas noticias que le amargan a uno el gallo pinto. Resulta que UNICEF, la gente que se supone vela por los güilas del mundo, acaba de soltar una bomba que debería tenernos a todos con el pelo parado: por primera vez en la historia, la obesidad infantil superó a la desnutrición a nivel global. Leen bien. En el planeta hay más niños y adolescentes de entre 5 y 19 años con sobrepeso que con bajo peso. ¡Qué despiche más monumental! Pasamos de preocuparnos porque los chiquitos no tenían qué comer, a que ahora lo que comen los está enfermando lentamente. Es una ironía tan amarga como un café sin azúcar.
Y antes de que salte el típico a decir que "es que los güilas de ahora no hacen nada", paremos el carro. El informe de UNICEF es clarísimo y le apunta con el dedo al verdadero villano: el "entorno tóxico" creado por la industria de los alimentos ultraprocesados. No es casualidad. Son décadas de publicidad agresiva, de ponernos al payaso en la cajita, de diseñar empaques que parecen juguetes y de llenar los supermercados con productos cargados de azúcar, grasa y sal que son más adictivos que cualquier serie de Netflix. La vara es que nos bombardearon tanto con la idea de que la felicidad viene en una bolsa que cruje, que se nos olvidó cómo se ve una fruta. La industria se ha dedicado a obtener ganancias a costa de la salud de nuestros niños con "prácticas comerciales poco éticas", como dice el informe. O sea, jugando sucio.
Para que vean que el asunto no es pura hablada, pongámosle números. Entre el año 2000 y el 2022, la cantidad de jóvenes con sobrepeso se duplicó. ¡Se duplicó! Pasó de 194 a 391 millones. Pero lo más salado es el dato de la obesidad pura y dura, esa que ya viene amarrada a un montón de broncas como diabetes, problemas del corazón y hasta depresión. En el 2000, un 3% de los jóvenes la padecía; para 2022 ya era un 8%. UNICEF proyecta que para el 2025, que está a la vuelta de la esquina, serán 188 millones de carajillos viviendo con esta enfermedad crónica. Esto significa que estamos criando una generación que, probablemente, va a tener una peor calidad de vida que la de sus papás. El plan se nos fue al traste por completo.
Y no nos hagamos los locos pensando que esto es un problema de "allá", de los gringos. Dense una vuelta por cualquier pulpería o supermercado del país. Vean lo que les dan a los chiquitos en las fiestas de cumpleaños o lo que llevan en la lonchera. Las galletas con cremita, los jugos de caja que son pura azúcar y los confites le están ganando la batalla al picadillo de papa, al agua dulce y a la tortilla con queso. Es una realidad que nos explota en la cara todos los días. La facilidad y el bajo costo de la comida chatarra la convirtieron en la opción por defecto para muchísimas familias que andan a mil por hora en el brete y no tienen tiempo. El sistema está diseñado para que la decisión más fácil sea, casi siempre, la menos saludable.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos sentamos a llorar sobre la leche derramada (o el fresco de paquete, en este caso)? UNICEF propone una serie de medidas que suenan a música para mis oídos: ponerle impuestos a las bebidas azucaradas, restringir de una vez por todas la publicidad de chunches no saludables dirigida a niños, mejorar el etiquetado para que uno sepa el veneno que se está comiendo y, en general, reorientar el sistema para que producir y comprar comida fresca y real sea más fácil y barato. Suena tuanis, pero del dicho al hecho hay un trecho larguísimo. Por eso les pregunto a ustedes, la gente pensante de este foro: ¿Quién tiene la mayor responsabilidad en este despiche? ¿Somos los papás los que nos jalamos la torta por pura comodidad, o es el Gobierno el que tiene que amarrarse los pantalones y ponerle un alto a las grandes corporaciones? ¿O es una mezcla de las dos? ¡Los leo!
Y antes de que salte el típico a decir que "es que los güilas de ahora no hacen nada", paremos el carro. El informe de UNICEF es clarísimo y le apunta con el dedo al verdadero villano: el "entorno tóxico" creado por la industria de los alimentos ultraprocesados. No es casualidad. Son décadas de publicidad agresiva, de ponernos al payaso en la cajita, de diseñar empaques que parecen juguetes y de llenar los supermercados con productos cargados de azúcar, grasa y sal que son más adictivos que cualquier serie de Netflix. La vara es que nos bombardearon tanto con la idea de que la felicidad viene en una bolsa que cruje, que se nos olvidó cómo se ve una fruta. La industria se ha dedicado a obtener ganancias a costa de la salud de nuestros niños con "prácticas comerciales poco éticas", como dice el informe. O sea, jugando sucio.
Para que vean que el asunto no es pura hablada, pongámosle números. Entre el año 2000 y el 2022, la cantidad de jóvenes con sobrepeso se duplicó. ¡Se duplicó! Pasó de 194 a 391 millones. Pero lo más salado es el dato de la obesidad pura y dura, esa que ya viene amarrada a un montón de broncas como diabetes, problemas del corazón y hasta depresión. En el 2000, un 3% de los jóvenes la padecía; para 2022 ya era un 8%. UNICEF proyecta que para el 2025, que está a la vuelta de la esquina, serán 188 millones de carajillos viviendo con esta enfermedad crónica. Esto significa que estamos criando una generación que, probablemente, va a tener una peor calidad de vida que la de sus papás. El plan se nos fue al traste por completo.
Y no nos hagamos los locos pensando que esto es un problema de "allá", de los gringos. Dense una vuelta por cualquier pulpería o supermercado del país. Vean lo que les dan a los chiquitos en las fiestas de cumpleaños o lo que llevan en la lonchera. Las galletas con cremita, los jugos de caja que son pura azúcar y los confites le están ganando la batalla al picadillo de papa, al agua dulce y a la tortilla con queso. Es una realidad que nos explota en la cara todos los días. La facilidad y el bajo costo de la comida chatarra la convirtieron en la opción por defecto para muchísimas familias que andan a mil por hora en el brete y no tienen tiempo. El sistema está diseñado para que la decisión más fácil sea, casi siempre, la menos saludable.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos sentamos a llorar sobre la leche derramada (o el fresco de paquete, en este caso)? UNICEF propone una serie de medidas que suenan a música para mis oídos: ponerle impuestos a las bebidas azucaradas, restringir de una vez por todas la publicidad de chunches no saludables dirigida a niños, mejorar el etiquetado para que uno sepa el veneno que se está comiendo y, en general, reorientar el sistema para que producir y comprar comida fresca y real sea más fácil y barato. Suena tuanis, pero del dicho al hecho hay un trecho larguísimo. Por eso les pregunto a ustedes, la gente pensante de este foro: ¿Quién tiene la mayor responsabilidad en este despiche? ¿Somos los papás los que nos jalamos la torta por pura comodidad, o es el Gobierno el que tiene que amarrarse los pantalones y ponerle un alto a las grandes corporaciones? ¿O es una mezcla de las dos? ¡Los leo!