Mae, ya casi se cumple un mes, y la historia de Jerry Gustavo Estrada Ruiz sigue siendo la misma pesadilla. Un mes desde que este compa, un médico tico que estaba haciendo su internado en Granada, fue sacado a la fuerza del hospital donde hacía su brete. No fue una invitación a conversar, fue una escena de película: dos patrullas, esposas y cero explicaciones. Lo sacaron del hospital Amistad Japón Nicaragua como si fuera un criminal de alta peligrosidad, y desde ese 13 de agosto, se lo tragó la tierra. La vara es que oficialmente, el gobierno de Nicaragua juega de loco; no confirman dónde está, de qué se le acusa, ni siquiera si está vivo.
Y aquí es donde el asunto se pone más denso. Los rumores, que en un país como Nicaragua muchas veces son la única fuente de verdad, apuntan a que podría estar en el centro de detención Evaristo Vásquez. Para los que no están enterados, ese es el nombre “bonito” para “El nuevo Chipote”. Un lugar que no sale en las postales turísticas, sino en los informes de Amnistía Internacional y la ONU como un centro de tortura y represión del régimen de Ortega. Mientras tanto, su familia aquí en Tiquicia vive una angustia que nadie debería pasar. La mamá pide a gritos una prueba de vida, una señal, lo que sea. Escucharla es un nudo en la garganta, una mezcla de fe y desesperación pura que demuestra la tortura psicológica a la que están sometiendo a esta gente.
Diay, ¿y por qué se llevaron a un médico que estaba pulseándola para terminar su carrera? Todo apunta a su pasado. Estrada no es ningún improvisado, el mae fue parte del Movimiento 19 de Abril y de la Unidad Nacional Azul y Blanco, los grupos que lideraron las protestas masivas contra Ortega en 2018. Parece que en Nicaragua, tener memoria y haber disentido te pone una diana en la espalda para siempre. Lo más salado es que no es un caso aislado; el mismo día que se lo llevaron a él, otro tico, Luis Francisco Ortiz, también fue detenido en Masaya y su paradero es otro misterio. Esto ya no es coincidencia, es un patrón clarísimo de persecución.
Francamente, lo que más frustra de todo este despiche es la sensación de impotencia. El gobierno de Costa Rica pide, la Embajada gestiona, los diputados mandan cartas, pero al otro lado de la frontera hay un muro de silencio. Cuando un Estado se niega a dar información sobre el paradero de una persona que tiene bajo su custodia, la vara cambia de nombre. Esto ya no es una simple “detención arbitraria”, esto tiene toda la pinta de ser una desaparición forzada, según denuncian ya varias organizaciones de derechos humanos. ¡Qué torta! Pasar de ser un estudiante de medicina a ser la víctima de un crimen de lesa humanidad en cuestión de minutos.
Al final, el caso de Jerry Estrada nos explota en la cara como un recordatorio de la fragilidad de nuestros derechos cuando cruzamos ciertas fronteras. Nos obliga a ver que tener un vecino tan inestable y autoritario no es un juego. Ya no es solo un problema de los nicaragüenses, es un problema de seguridad para cualquier tico que ponga un pie allá. La pregunta del millón es, ¿qué más puede o debe hacer Costa Rica? ¿Estamos siendo muy tibios con el régimen de Ortega o es una de esas situaciones donde, por más que se patalee, simplemente estamos atados de manos? ¿Ustedes qué opinan, maes?
Y aquí es donde el asunto se pone más denso. Los rumores, que en un país como Nicaragua muchas veces son la única fuente de verdad, apuntan a que podría estar en el centro de detención Evaristo Vásquez. Para los que no están enterados, ese es el nombre “bonito” para “El nuevo Chipote”. Un lugar que no sale en las postales turísticas, sino en los informes de Amnistía Internacional y la ONU como un centro de tortura y represión del régimen de Ortega. Mientras tanto, su familia aquí en Tiquicia vive una angustia que nadie debería pasar. La mamá pide a gritos una prueba de vida, una señal, lo que sea. Escucharla es un nudo en la garganta, una mezcla de fe y desesperación pura que demuestra la tortura psicológica a la que están sometiendo a esta gente.
Diay, ¿y por qué se llevaron a un médico que estaba pulseándola para terminar su carrera? Todo apunta a su pasado. Estrada no es ningún improvisado, el mae fue parte del Movimiento 19 de Abril y de la Unidad Nacional Azul y Blanco, los grupos que lideraron las protestas masivas contra Ortega en 2018. Parece que en Nicaragua, tener memoria y haber disentido te pone una diana en la espalda para siempre. Lo más salado es que no es un caso aislado; el mismo día que se lo llevaron a él, otro tico, Luis Francisco Ortiz, también fue detenido en Masaya y su paradero es otro misterio. Esto ya no es coincidencia, es un patrón clarísimo de persecución.
Francamente, lo que más frustra de todo este despiche es la sensación de impotencia. El gobierno de Costa Rica pide, la Embajada gestiona, los diputados mandan cartas, pero al otro lado de la frontera hay un muro de silencio. Cuando un Estado se niega a dar información sobre el paradero de una persona que tiene bajo su custodia, la vara cambia de nombre. Esto ya no es una simple “detención arbitraria”, esto tiene toda la pinta de ser una desaparición forzada, según denuncian ya varias organizaciones de derechos humanos. ¡Qué torta! Pasar de ser un estudiante de medicina a ser la víctima de un crimen de lesa humanidad en cuestión de minutos.
Al final, el caso de Jerry Estrada nos explota en la cara como un recordatorio de la fragilidad de nuestros derechos cuando cruzamos ciertas fronteras. Nos obliga a ver que tener un vecino tan inestable y autoritario no es un juego. Ya no es solo un problema de los nicaragüenses, es un problema de seguridad para cualquier tico que ponga un pie allá. La pregunta del millón es, ¿qué más puede o debe hacer Costa Rica? ¿Estamos siendo muy tibios con el régimen de Ortega o es una de esas situaciones donde, por más que se patalee, simplemente estamos atados de manos? ¿Ustedes qué opinan, maes?