Mae, ¿se acuerdan de esa vara del Acuerdo Transpacífico? Ese chunche con el nombre larguísimo que suena a película de ciencia ficción (Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, casi nada). Diay, para muchos era como un tema ahí, guardado en una gaveta de COMEX. Pues parece que alguien encontró la llave y le está metiendo el hombro, porque la cosa se está moviendo y, la verdad, se está poniendo interesante. Costa Rica acaba de dar un paso que, aunque suene técnico y hasta aburrido, podría ser una de las movidas más importantes para el brete de un montón de gente en los próximos años. ¡Qué nivel!
Resulta que la semana pasada, del 2 al 5 de septiembre, esto se convirtió en una especie de cumbre de las Naciones Unidas en miniatura. Cayeron a San José delegaciones de pesos pesados como Japón, Canadá, Australia, Reino Unido y compas de la región como Chile y Perú. El objetivo: empezar a negociar en serio nuestro ingreso a este club comercial. Y no, no estaban aquí solo para tomarse un cafecito y comprar chorreadores. El brete fue intenso, enfocado en dos varas que son el futuro: servicios financieros y cómo negociar con las empresas que son propiedad del Estado en esos países. Es decir, estamos hablando de abrir puertas que van mucho más allá de mandar piñas en un contenedor.
Aquí es donde la cosa se pone chiva. Según Manuel Tovar, el ministro de Comercio Exterior, este acuerdo es la principal herramienta que tenemos para meternos de cabeza en la región de Asia-Pacífico. Y seamos honestos, ese es el mercado del futuro. La vara es que esto no es solo para que las grandes empresas exportadoras vendan más. Tovar lo dijo claro: las oportunidades vienen en servicios, inversión y hasta en compras públicas. ¿Qué significa eso en español? Que una startup tica de software podría competir para venderle sus servicios al gobierno de Nueva Zelanda, o que un fondo de inversión de Singapur podría meterle plata a proyectos de tecnología limpia aquí. Las posibilidades son enormes.
Obviamente, este arroz apenas se está empezando a cocinar. El mismo ministro Tovar admite que el proceso es “complejo y ambicioso”. Y tiene que serlo. Negociar con once países al mismo tiempo, cada uno con sus mañas e intereses, no es un mejengue de domingo. Implica alinear un montón de regulaciones, proteger sectores sensibles de nuestra economía y, sobre todo, asegurarse de que el trato nos beneficie de verdad y no terminemos siendo el que paga la cuenta en la fiesta. Hay que tener un ojo en la letra pequeña, porque en estos tratados es donde a veces se esconden las sorpresas no tan tuanis.
Al final del día, esta noticia es una bocanada de aire fresco. Demuestra que el país no está quieto y que está buscando activamente cómo jugar en las grandes ligas. Nos posiciona en el mapa global y nos abre un abanico de posibilidades que hasta ahora parecían lejanas. La jugada es audaz y tiene el potencial de dejarnos en una posición a cachete para las próximas décadas. Pero claro, del dicho al hecho hay mucho trecho y el éxito dependerá de la habilidad de nuestros negociadores para amarrar un buen trato. Aquí es donde se verá de qué estamos hechos. Diay, ¿ustedes qué opinan, maes? ¿Creen que esta es la movida que nos hacía falta para diversificar la economía o corremos el riesgo de que las grandes potencias nos coman el mandado? ¡Los leo en los comentarios!
Resulta que la semana pasada, del 2 al 5 de septiembre, esto se convirtió en una especie de cumbre de las Naciones Unidas en miniatura. Cayeron a San José delegaciones de pesos pesados como Japón, Canadá, Australia, Reino Unido y compas de la región como Chile y Perú. El objetivo: empezar a negociar en serio nuestro ingreso a este club comercial. Y no, no estaban aquí solo para tomarse un cafecito y comprar chorreadores. El brete fue intenso, enfocado en dos varas que son el futuro: servicios financieros y cómo negociar con las empresas que son propiedad del Estado en esos países. Es decir, estamos hablando de abrir puertas que van mucho más allá de mandar piñas en un contenedor.
Aquí es donde la cosa se pone chiva. Según Manuel Tovar, el ministro de Comercio Exterior, este acuerdo es la principal herramienta que tenemos para meternos de cabeza en la región de Asia-Pacífico. Y seamos honestos, ese es el mercado del futuro. La vara es que esto no es solo para que las grandes empresas exportadoras vendan más. Tovar lo dijo claro: las oportunidades vienen en servicios, inversión y hasta en compras públicas. ¿Qué significa eso en español? Que una startup tica de software podría competir para venderle sus servicios al gobierno de Nueva Zelanda, o que un fondo de inversión de Singapur podría meterle plata a proyectos de tecnología limpia aquí. Las posibilidades son enormes.
Obviamente, este arroz apenas se está empezando a cocinar. El mismo ministro Tovar admite que el proceso es “complejo y ambicioso”. Y tiene que serlo. Negociar con once países al mismo tiempo, cada uno con sus mañas e intereses, no es un mejengue de domingo. Implica alinear un montón de regulaciones, proteger sectores sensibles de nuestra economía y, sobre todo, asegurarse de que el trato nos beneficie de verdad y no terminemos siendo el que paga la cuenta en la fiesta. Hay que tener un ojo en la letra pequeña, porque en estos tratados es donde a veces se esconden las sorpresas no tan tuanis.
Al final del día, esta noticia es una bocanada de aire fresco. Demuestra que el país no está quieto y que está buscando activamente cómo jugar en las grandes ligas. Nos posiciona en el mapa global y nos abre un abanico de posibilidades que hasta ahora parecían lejanas. La jugada es audaz y tiene el potencial de dejarnos en una posición a cachete para las próximas décadas. Pero claro, del dicho al hecho hay mucho trecho y el éxito dependerá de la habilidad de nuestros negociadores para amarrar un buen trato. Aquí es donde se verá de qué estamos hechos. Diay, ¿ustedes qué opinan, maes? ¿Creen que esta es la movida que nos hacía falta para diversificar la economía o corremos el riesgo de que las grandes potencias nos coman el mandado? ¡Los leo en los comentarios!