Maes, a veces uno lee una vara que lo deja frío, de esas que no sabe si reír, llorar o simplemente apagar el internet por un rato. Y la historia que salió de Turrubares es exactamente eso. A primera vista, parece hasta una anécdota simpática, pero si uno rasca un poquito la superficie, lo que encuentra es para preocuparse, y en serio. La noticia en corto: a una profe de inglés le dan bajonazo con el carro, se pone a llorar desconsolada en la escuela y uno de sus alumnos, un chiquito, la ve así y le pregunta qué le pasa. Cuando le cuentan el churuco, el carajillo ni lo piensa: pide un teléfono, llama al tata y, ¡magia!, dos horas después el carro aparece intacto. El argumento de los que se lo llevaron: fue un “error”.
Aquí es donde la trama se pone densa. Porque, seamos honestos, el primer impulso de cualquiera es pensar: "¡Mira qué bien! La teacher recuperó su chunche". Y sí, qué bueno por ella, que de por sí bastante duro es el brete de educar en este país como para que encima la dejen a pata. Pero tenemos que detenernos un segundo y analizar el “cómo”. Un niño, que probablemente no llega ni a la adolescencia, no corrió a decirle a un policía, no sugirió poner la denuncia en el OIJ, no activó ningún protocolo oficial. No. Su primer y único instinto, con una calma que asusta, fue llamar a su papá. Y el papá, con una llamada, resolvió lo que a la mayoría de nosotros nos costaría semanas de trámites, frustración y, muy probablemente, resignarnos a perder el carro para siempre.
Y uno aquí, ingenuo, pensaría: "¡Ay, qué carga el chiquito ayudando a la teacher!". Pero no, compas. No. ¡Qué despiche de vara! Esto no es una historia de un héroe infantil, es el síntoma más claro de una sociedad que está normalizando estructuras de poder paralelas. Lo que ese niño aprendió ese día, o más bien, lo que demostró que ya sabía, es que la autoridad formal, la policía, el sistema, no son los que resuelven los problemas. El que resuelve es alguien con "contactos", alguien que puede levantar un teléfono y hacer que un "error" se corrija. Ese niño ya tiene interiorizado un mapa de poder que no es el que sale en los libros de cívica, y eso, maes, es aterrador. Revela una fractura profunda en la confianza que le tenemos a las instituciones.
Lo más irónico es que esta percepción no es un invento mío. El propio jefe policial de la zona, Manuel Cartín Sequeira, fue quien contó esta historia en la Asamblea Legislativa, y sus palabras fueron lapidarias: “El niño ya tiene una visión corrupta del poder y la autoridad”. Cuando el mismo sistema de seguridad admite que un niño entiende mejor las reglas del juego informal que las del juego oficial, es porque la cosa ya se nos fue de las manos. Estamos criando una generación que ve como algo normal que existan figuras intocables, códigos de silencio y una justicia que se imparte por teléfono, dependiendo de a quién conozcas. El bajonazo del carro es lo de menos; el verdadero robo aquí es el de la inocencia y el de la fe en un sistema justo para todos.
Al final, la profe tiene su carro de vuelta y el niño seguro se sintió el héroe del día. Pero la victoria es amarga, casi una derrota. Es un parche puesto sobre una herida que se está infectando. Celebramos que se resolvió un problema individual mientras ignoramos la bomba de tiempo social que lo hizo posible. Diay, maes, la pregunta que me carcome es: ¿estamos tan jodidos que ya un "favor" de estos nos parece una victoria? ¿O soy yo la única que ve esto como una bandera roja del tamaño del Estadio Nacional? ¿Qué opinan ustedes?
Aquí es donde la trama se pone densa. Porque, seamos honestos, el primer impulso de cualquiera es pensar: "¡Mira qué bien! La teacher recuperó su chunche". Y sí, qué bueno por ella, que de por sí bastante duro es el brete de educar en este país como para que encima la dejen a pata. Pero tenemos que detenernos un segundo y analizar el “cómo”. Un niño, que probablemente no llega ni a la adolescencia, no corrió a decirle a un policía, no sugirió poner la denuncia en el OIJ, no activó ningún protocolo oficial. No. Su primer y único instinto, con una calma que asusta, fue llamar a su papá. Y el papá, con una llamada, resolvió lo que a la mayoría de nosotros nos costaría semanas de trámites, frustración y, muy probablemente, resignarnos a perder el carro para siempre.
Y uno aquí, ingenuo, pensaría: "¡Ay, qué carga el chiquito ayudando a la teacher!". Pero no, compas. No. ¡Qué despiche de vara! Esto no es una historia de un héroe infantil, es el síntoma más claro de una sociedad que está normalizando estructuras de poder paralelas. Lo que ese niño aprendió ese día, o más bien, lo que demostró que ya sabía, es que la autoridad formal, la policía, el sistema, no son los que resuelven los problemas. El que resuelve es alguien con "contactos", alguien que puede levantar un teléfono y hacer que un "error" se corrija. Ese niño ya tiene interiorizado un mapa de poder que no es el que sale en los libros de cívica, y eso, maes, es aterrador. Revela una fractura profunda en la confianza que le tenemos a las instituciones.
Lo más irónico es que esta percepción no es un invento mío. El propio jefe policial de la zona, Manuel Cartín Sequeira, fue quien contó esta historia en la Asamblea Legislativa, y sus palabras fueron lapidarias: “El niño ya tiene una visión corrupta del poder y la autoridad”. Cuando el mismo sistema de seguridad admite que un niño entiende mejor las reglas del juego informal que las del juego oficial, es porque la cosa ya se nos fue de las manos. Estamos criando una generación que ve como algo normal que existan figuras intocables, códigos de silencio y una justicia que se imparte por teléfono, dependiendo de a quién conozcas. El bajonazo del carro es lo de menos; el verdadero robo aquí es el de la inocencia y el de la fe en un sistema justo para todos.
Al final, la profe tiene su carro de vuelta y el niño seguro se sintió el héroe del día. Pero la victoria es amarga, casi una derrota. Es un parche puesto sobre una herida que se está infectando. Celebramos que se resolvió un problema individual mientras ignoramos la bomba de tiempo social que lo hizo posible. Diay, maes, la pregunta que me carcome es: ¿estamos tan jodidos que ya un "favor" de estos nos parece una victoria? ¿O soy yo la única que ve esto como una bandera roja del tamaño del Estadio Nacional? ¿Qué opinan ustedes?