Maes, a veces uno se topa con noticias que lo dejan a uno con el ojo cuadrado, de esas que no sabe si reír por lo absurdo o ponerse a llorar por lo que significan. Y la última joyita viene desde Turrubares, una historia que parece sacada de un guion de comedia negra, pero que es tan real como el marchamo de diciembre. Resulta que a una profe de inglés le bajan el carro. Así, sin más. Imagínense la escena: la doña en la sala de profes, hecha un mar de lágrimas, pensando no solo en el chuzo que se le llevaron, sino en el despiche que iba a ser ahora moverse para ir al brete. Un clásico caso de '¡qué sal!', ¿verdad? Uno pensaría que la historia termina ahí, con la denuncia y la resignación. Pero no, aquí es donde la vara se pone interesante.
En medio del drama, se acerca un estudiante, un chiquito que ve a su maestra destrozada y pregunta qué pasa. El guarda, en un intento de explicar la situación sin asustarlo mucho, le dice que a la profe le robaron el carro y que está triste. La reacción del niño no fue la que uno esperaría. No se puso a llorar ni a preguntar por los 'malos'. No. El chiquito, ni lerdo ni perezoso, pide un teléfono para llamar a su papá. Y aquí, maes, es donde la película da un giro de 180 grados. El tata del güila llama a la directora del centro educativo y, con la tranquilidad de quien pide una pizza, le dice que no se preocupe, que el vehículo va a aparecer. Que todo fue un 'error'.
¿Un error? ¡Un error es ponerle lizano al gallo pinto dos veces! Robarse un carro no es un error, es un delito. Pero parece que en este rincón del país las reglas son otras. Dos horas. DOS. HORAS. Eso fue lo que tardó en aparecer el carro de la maestra, intacto. Lo que para la policía y el OIJ puede tomar semanas de investigación, si es que se resuelve, aquí se solucionó con una llamada. Esto ya no es una anécdota, es un síntoma de una enfermedad social gravísima. El hecho de que un padre de familia tenga la línea directa con la gente que 'por error' se roba un carro, y que tenga el poder para ordenar su devolución, es para sentarse a pensar. ¡Qué despiche de país estamos construyendo si la 'justicia' más efectiva es la que viene del hampa!
El jefe policial que narró este evento en la Asamblea Legislativa lo resumió de la forma más cruda y precisa: “El niño ya tiene una visión corrupta del poder y la autoridad”. Y no podría estar más en lo cierto. Ese niño no va a crecer pensando que si tiene un problema debe llamar al 911. ¿Para qué? Él aprendió, de primera mano, que es más rápido y efectivo llamar a papá, quien a su vez tiene los contactos que de verdad 'resuelven'. Se está criando una generación que entiende el poder no como una institución legítima que nos protege a todos, sino como una red de favores y contactos donde el que tiene más cuello, gana. El Estado y sus cuerpos policiales quedan como un chiste, como una figura decorativa a la que se acude por pura formalidad.
La vara es que esta torta va más allá de un simple carro devuelto. Es una radiografía de la impunidad y de las estructuras de poder paralelas que operan a la vista de todos. Nos muestra que hay zonas del país donde la ley del más fuerte, o del mejor conectado, es la que manda. Celebramos que la profe recuperó su chunche, claro, pero el trasfondo es escalofriante. Normalizamos que existan personas con la capacidad de mover los hilos del crimen a su antojo, y peor aún, lo vemos como algo casi normal, un 'favorcito'. Se nos olvida que ese 'poder' que devuelve un carro es el mismo que probablemente extorsiona, vende droga y tiene a comunidades enteras viviendo con miedo. Diay, maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Estamos ante un 'final feliz' porque apareció el carro, o es esta la radiografía más deprimente de la impunidad que hemos visto en mucho tiempo?
En medio del drama, se acerca un estudiante, un chiquito que ve a su maestra destrozada y pregunta qué pasa. El guarda, en un intento de explicar la situación sin asustarlo mucho, le dice que a la profe le robaron el carro y que está triste. La reacción del niño no fue la que uno esperaría. No se puso a llorar ni a preguntar por los 'malos'. No. El chiquito, ni lerdo ni perezoso, pide un teléfono para llamar a su papá. Y aquí, maes, es donde la película da un giro de 180 grados. El tata del güila llama a la directora del centro educativo y, con la tranquilidad de quien pide una pizza, le dice que no se preocupe, que el vehículo va a aparecer. Que todo fue un 'error'.
¿Un error? ¡Un error es ponerle lizano al gallo pinto dos veces! Robarse un carro no es un error, es un delito. Pero parece que en este rincón del país las reglas son otras. Dos horas. DOS. HORAS. Eso fue lo que tardó en aparecer el carro de la maestra, intacto. Lo que para la policía y el OIJ puede tomar semanas de investigación, si es que se resuelve, aquí se solucionó con una llamada. Esto ya no es una anécdota, es un síntoma de una enfermedad social gravísima. El hecho de que un padre de familia tenga la línea directa con la gente que 'por error' se roba un carro, y que tenga el poder para ordenar su devolución, es para sentarse a pensar. ¡Qué despiche de país estamos construyendo si la 'justicia' más efectiva es la que viene del hampa!
El jefe policial que narró este evento en la Asamblea Legislativa lo resumió de la forma más cruda y precisa: “El niño ya tiene una visión corrupta del poder y la autoridad”. Y no podría estar más en lo cierto. Ese niño no va a crecer pensando que si tiene un problema debe llamar al 911. ¿Para qué? Él aprendió, de primera mano, que es más rápido y efectivo llamar a papá, quien a su vez tiene los contactos que de verdad 'resuelven'. Se está criando una generación que entiende el poder no como una institución legítima que nos protege a todos, sino como una red de favores y contactos donde el que tiene más cuello, gana. El Estado y sus cuerpos policiales quedan como un chiste, como una figura decorativa a la que se acude por pura formalidad.
La vara es que esta torta va más allá de un simple carro devuelto. Es una radiografía de la impunidad y de las estructuras de poder paralelas que operan a la vista de todos. Nos muestra que hay zonas del país donde la ley del más fuerte, o del mejor conectado, es la que manda. Celebramos que la profe recuperó su chunche, claro, pero el trasfondo es escalofriante. Normalizamos que existan personas con la capacidad de mover los hilos del crimen a su antojo, y peor aún, lo vemos como algo casi normal, un 'favorcito'. Se nos olvida que ese 'poder' que devuelve un carro es el mismo que probablemente extorsiona, vende droga y tiene a comunidades enteras viviendo con miedo. Diay, maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Estamos ante un 'final feliz' porque apareció el carro, o es esta la radiografía más deprimente de la impunidad que hemos visto en mucho tiempo?