Si usted creía que la única forma de que le bajaran plata en este país era con un asalto a mano armada, piénselo dos veces. Mae, parece que la creatividad de los chorizos no tiene fin, y el menú de la extorsión en Costa Rica está más variado que el de una soda de mercado. El OIJ ya tiró el número y es para preocuparse: casi 800 personas han caído en estas trampas solo en la primera mitad del año. ¡Qué despiche! Y eso, como veremos, es solo la gente que se anima a poner la denuncia.
Vamos por partes, como diría el carnicero. La modalidad “estrella”, por la cantidad de casos (más de 460), es la que nace de los famosos préstamos gota a gota. La vara empieza como una solución mágica: ocupa plata, se la dan sin mucho papeleo. El problema es que para devolverla le ponen unos intereses de usura que son imposibles de pagar. Y cuando usted se atrasa, empieza el infierno. Los maes no se andan con rodeos: le llegan a patear el portón, le mandan mensajes con amenazas que le hielan la sangre y le hacen un show enfrente de los vecinos. La gente, ahogada y con el agua al cuello, a veces se jala la torta de sacar otro préstamo informal para pagar el primero, y ahí es donde la bola de nieve se vuelve una avalancha que se lleva todo por delante.
Luego está el otro numerito, el chantaje 2.0 que conocemos como “sextorsión”, con 257 denuncias. Aquí hay para todos los gustos retorcidos. Está el clásico mae que se mete a una página de servicios sexuales, pregunta precios y al rato le llega un mensaje de un supuesto narco diciéndole que por “hacerle perder el tiempo” ahora le debe un platal, con fotos de gente desmembrada para que vea que “no están jugando”. También está la jugada de compartir fotos o videos íntimos con alguien que después resulta ser un vivazo y le exige plata para no regar el material por todo lado. Pero la que se lleva el premio a la más bizarra es la de los falsos brujos. Le ofrecen un “amarre” o una “limpia”, le piden que se desnude en una videollamada para el “ritual” y ¡zaz! Lo graban para después exprimirle hasta el último cinco. Diay, y si uno cae, queda bien salado, porque la vergüenza es tremenda.
Y para cerrar con broche de oro esta galería del horror, tenemos el secuestro virtual o psicológico. Esta es una producción digna de Netflix. Los delincuentes contactan a gente que ofrece servicios a domicilio —fotógrafos, decoradores, lo que sea— y los citan en un lugar alejado. Una vez ahí, le entra una videollamada de un número extranjero y un mae con acento mexicano le dice que está en territorio de un cartel, que hay francotiradores apuntándole y que si se mueve, se muere. Mientras lo tienen paralizado del miedo, le sacan capturas de pantalla y con eso llaman a la familia para decirles que lo tienen secuestrado. Los familiares, desesperados, sueltan la plata sin pensarlo, y el plan para las vacaciones o los ahorros de toda una vida se van al traste en cuestión de horas.
Lo más duro de toda esta vara es que esas casi 800 denuncias son apenas la punta del iceberg. Como explica un investigador del OIJ, un montón de gente no dice nada por puro miedo a las represalias o por la vergüenza de haber caído. Muchos solo se atreven a denunciar cuando ya no tienen ni para el pan o cuando sienten que de verdad van a lastimar a su familia. La recomendación es siempre la misma: mantener la calma (aunque suene imposible), no ceder, guardar toda la evidencia y denunciar de una. Porque si usted paga una vez, se convierte en su cajero automático personal para siempre.
Ahora sí, la pregunta del millón para el foro: ¿Ustedes o alguien cercano ha tenido que lidiar con una de estas varas? ¿Cómo se manejó la situación? O más allá, ¿creen que la gente no denuncia por pura vergüenza o por miedo real? ¡Los leo, maes!
Vamos por partes, como diría el carnicero. La modalidad “estrella”, por la cantidad de casos (más de 460), es la que nace de los famosos préstamos gota a gota. La vara empieza como una solución mágica: ocupa plata, se la dan sin mucho papeleo. El problema es que para devolverla le ponen unos intereses de usura que son imposibles de pagar. Y cuando usted se atrasa, empieza el infierno. Los maes no se andan con rodeos: le llegan a patear el portón, le mandan mensajes con amenazas que le hielan la sangre y le hacen un show enfrente de los vecinos. La gente, ahogada y con el agua al cuello, a veces se jala la torta de sacar otro préstamo informal para pagar el primero, y ahí es donde la bola de nieve se vuelve una avalancha que se lleva todo por delante.
Luego está el otro numerito, el chantaje 2.0 que conocemos como “sextorsión”, con 257 denuncias. Aquí hay para todos los gustos retorcidos. Está el clásico mae que se mete a una página de servicios sexuales, pregunta precios y al rato le llega un mensaje de un supuesto narco diciéndole que por “hacerle perder el tiempo” ahora le debe un platal, con fotos de gente desmembrada para que vea que “no están jugando”. También está la jugada de compartir fotos o videos íntimos con alguien que después resulta ser un vivazo y le exige plata para no regar el material por todo lado. Pero la que se lleva el premio a la más bizarra es la de los falsos brujos. Le ofrecen un “amarre” o una “limpia”, le piden que se desnude en una videollamada para el “ritual” y ¡zaz! Lo graban para después exprimirle hasta el último cinco. Diay, y si uno cae, queda bien salado, porque la vergüenza es tremenda.
Y para cerrar con broche de oro esta galería del horror, tenemos el secuestro virtual o psicológico. Esta es una producción digna de Netflix. Los delincuentes contactan a gente que ofrece servicios a domicilio —fotógrafos, decoradores, lo que sea— y los citan en un lugar alejado. Una vez ahí, le entra una videollamada de un número extranjero y un mae con acento mexicano le dice que está en territorio de un cartel, que hay francotiradores apuntándole y que si se mueve, se muere. Mientras lo tienen paralizado del miedo, le sacan capturas de pantalla y con eso llaman a la familia para decirles que lo tienen secuestrado. Los familiares, desesperados, sueltan la plata sin pensarlo, y el plan para las vacaciones o los ahorros de toda una vida se van al traste en cuestión de horas.
Lo más duro de toda esta vara es que esas casi 800 denuncias son apenas la punta del iceberg. Como explica un investigador del OIJ, un montón de gente no dice nada por puro miedo a las represalias o por la vergüenza de haber caído. Muchos solo se atreven a denunciar cuando ya no tienen ni para el pan o cuando sienten que de verdad van a lastimar a su familia. La recomendación es siempre la misma: mantener la calma (aunque suene imposible), no ceder, guardar toda la evidencia y denunciar de una. Porque si usted paga una vez, se convierte en su cajero automático personal para siempre.
Ahora sí, la pregunta del millón para el foro: ¿Ustedes o alguien cercano ha tenido que lidiar con una de estas varas? ¿Cómo se manejó la situación? O más allá, ¿creen que la gente no denuncia por pura vergüenza o por miedo real? ¡Los leo, maes!
