Maes, seamos honestos. Uno escucha “Convención Americana sobre Derechos Humanos” o “Pacto de San José” y lo primero que piensa es en una clase de cívica de las que daban ganas de jalar. Suena a un chunche legal súper denso, un papel guardado en un archivo empolvado que solo les importa a los abogados con corbata. Pero diay, la realidad es otra. Esa vara, que se firmó aquí mismo en Chepe en el 69, es básicamente el sistema operativo de nuestros derechos fundamentales, y ha tenido un impacto tan grande en nuestra vida que a veces ni nos damos cuenta. No es un documento de adorno; es un escudo que nos protege hasta de nuestro propio gobierno cuando se le van las cabras al monte.
Lo más tuanis de todo este asunto es que no estamos hablando de una corte por allá en Europa. ¡No, mae! La sede de la Corte Interamericana de Derechos Humanos está aquí, en Los Yoses. Y esa cercanía no es solo geográfica. Gracias a un concepto que los entendidos llaman “bloque de constitucionalidad”, las decisiones de esa Corte y lo que dice el Pacto tienen un peso enorme en Costa Rica, a veces hasta por encima de nuestras propias leyes. Piénsenlo así: si nuestras leyes son las reglas de la casa, el Pacto de San José es como la regla de oro del condominio que todos tienen que respetar sí o sí. ¡Qué nivel de protección! Esto significa que un juez tico no solo tiene que ver la Constitución, sino que también tiene la obligación de revisar que todo calce con los estándares internacionales. Un verdadero seguro contra abusos.
Y si creen que esto es pura teoría, recordemos un par de despiches históricos que el Pacto ayudó a ordenar. ¿Se acuerdan de todo el drama con la Fecundación In Vitro (FIV)? Durante más de una década, la Sala Constitucional la prohibió, dejando a un montón de parejas con el corazón en la mano. Fue un despiche total. ¿Y quién vino a poner orden? Exacto. La Corte Interamericana, aplicando el Pacto, le dijo a Costa Rica: “Un momentito, están violando el derecho a la vida privada y a formar una familia”. Gracias a ese fallo, hoy cientos de familias han podido cumplir su sueño. O pensemos en los periodistas. En varios casos, como el de Herrera Ulloa, el Estado se jaló una torta y condenó a comunicadores por hacer su brete. De nuevo, la Corte intervino para proteger la libertad de prensa, recordándonos que un país sin periodismo crítico no es una democracia de verdad.
Ahora, no es por rajar, pero Costa Rica tiene un papel protagónico en esta historia. No solo pusimos la casa para que se firmara el tratado y para que la Corte tuviera su sede, sino que fuimos el primer país en ratificarlo. Tenemos esa imagen de ser los campeones de los derechos humanos en la región, y en gran parte es por este compromiso. Pero lo interesante es que este sistema también nos jala las orejas. Ser la sede no nos da corona. Cuando el país la ha pifiado, la Corte nos ha condenado como a cualquier otro. Y eso, lejos de ser una vergüenza, demuestra la madurez de nuestra democracia: la capacidad de reconocer nuestros errores y aceptar que hay un árbitro superior que vela por los derechos de todos, sin importar nacionalidades.
Al final del día, el Pacto de San José no es solo para abogados ni para políticos. Es una herramienta para la gente de a pie. Es la garantía de que tenemos a quién acudir cuando sentimos que aquí adentro no nos están haciendo caso. Es un recordatorio de que nuestros derechos no son un regalo del gobierno, sino algo inherente a nosotros. Desde la libertad para decir lo que pensamos sin miedo, hasta el derecho a la privacidad o a un juicio justo, todo ese andamiaje se sostiene, en gran parte, por este acuerdo que nació en el corazón de nuestra capital. Es una de esas varas que, sin hacer mucho ruido, nos hace un país un poquito más justo.
Diay maes, ¿ustedes qué piensan? ¿Sienten que de verdad se vive este respeto por los derechos humanos en el día a día o a veces se queda en pura paja? ¿Conocen otro caso donde el Pacto nos haya salvado la tanda? ¡Ahí los leo en los comentarios!
Lo más tuanis de todo este asunto es que no estamos hablando de una corte por allá en Europa. ¡No, mae! La sede de la Corte Interamericana de Derechos Humanos está aquí, en Los Yoses. Y esa cercanía no es solo geográfica. Gracias a un concepto que los entendidos llaman “bloque de constitucionalidad”, las decisiones de esa Corte y lo que dice el Pacto tienen un peso enorme en Costa Rica, a veces hasta por encima de nuestras propias leyes. Piénsenlo así: si nuestras leyes son las reglas de la casa, el Pacto de San José es como la regla de oro del condominio que todos tienen que respetar sí o sí. ¡Qué nivel de protección! Esto significa que un juez tico no solo tiene que ver la Constitución, sino que también tiene la obligación de revisar que todo calce con los estándares internacionales. Un verdadero seguro contra abusos.
Y si creen que esto es pura teoría, recordemos un par de despiches históricos que el Pacto ayudó a ordenar. ¿Se acuerdan de todo el drama con la Fecundación In Vitro (FIV)? Durante más de una década, la Sala Constitucional la prohibió, dejando a un montón de parejas con el corazón en la mano. Fue un despiche total. ¿Y quién vino a poner orden? Exacto. La Corte Interamericana, aplicando el Pacto, le dijo a Costa Rica: “Un momentito, están violando el derecho a la vida privada y a formar una familia”. Gracias a ese fallo, hoy cientos de familias han podido cumplir su sueño. O pensemos en los periodistas. En varios casos, como el de Herrera Ulloa, el Estado se jaló una torta y condenó a comunicadores por hacer su brete. De nuevo, la Corte intervino para proteger la libertad de prensa, recordándonos que un país sin periodismo crítico no es una democracia de verdad.
Ahora, no es por rajar, pero Costa Rica tiene un papel protagónico en esta historia. No solo pusimos la casa para que se firmara el tratado y para que la Corte tuviera su sede, sino que fuimos el primer país en ratificarlo. Tenemos esa imagen de ser los campeones de los derechos humanos en la región, y en gran parte es por este compromiso. Pero lo interesante es que este sistema también nos jala las orejas. Ser la sede no nos da corona. Cuando el país la ha pifiado, la Corte nos ha condenado como a cualquier otro. Y eso, lejos de ser una vergüenza, demuestra la madurez de nuestra democracia: la capacidad de reconocer nuestros errores y aceptar que hay un árbitro superior que vela por los derechos de todos, sin importar nacionalidades.
Al final del día, el Pacto de San José no es solo para abogados ni para políticos. Es una herramienta para la gente de a pie. Es la garantía de que tenemos a quién acudir cuando sentimos que aquí adentro no nos están haciendo caso. Es un recordatorio de que nuestros derechos no son un regalo del gobierno, sino algo inherente a nosotros. Desde la libertad para decir lo que pensamos sin miedo, hasta el derecho a la privacidad o a un juicio justo, todo ese andamiaje se sostiene, en gran parte, por este acuerdo que nació en el corazón de nuestra capital. Es una de esas varas que, sin hacer mucho ruido, nos hace un país un poquito más justo.
Diay maes, ¿ustedes qué piensan? ¿Sienten que de verdad se vive este respeto por los derechos humanos en el día a día o a veces se queda en pura paja? ¿Conocen otro caso donde el Pacto nos haya salvado la tanda? ¡Ahí los leo en los comentarios!