Diay, maes, seamos honestos. Cuando uno oye la palabra “hepatitis” como que piensa en algo lejano, una vara que le pasa a otros. Pero resulta que el Ministerio de Salud acaba de soltar los números del año pasado y, ¡qué torta! Tuvimos casi 700 casos confirmados entre los tipos A, B y C. Y aquí es donde la cosa se pone interesante: aunque la hepatitis A es la que arma el gran despiche en números, son sus primas, la B y la C, las que se están convirtiendo en unas asesinas silenciosas que de verdad deberían preocuparnos.
Vamos por partes. La Hepatitis A es, por mucho, la protagonista del desorden, con 504 casos, o sea, más del 70% del total. ¿Y a quiénes les está pegando más duro? A los güilas. El informe dice clarito que la mayoría de contagios son en niños de 1 a 9 años. Esto sugiere, y no hay que ser un genio para adivinarlo, que el virus anda feliz de la vida en escuelas y comunidades. Básicamente, donde la higiene a veces, diay, se va al traste. Los síntomas son los clásicos: piel amarilla, ganas de guacarear y un dolor de panza terrible. Y ojo, aunque suene a un montón, en realidad bajamos los números. El año pasado la vara fue un caos nivel apocalipsis con más de 2000 casos. Así que, un puntito a favor, pero no para cantar victoria, ni de lejos.
¿Y dónde está el epicentro de este fiestón viral? Diay, como casi todo en este país: en el Valle Central. Las regiones Central Sur y Central Este se llevan más del 70% de todos los casos de Hepatitis A. El reporte lo atribuye a “densidad poblacional y dinámica urbana”, que en tico significa: un montón de gente junta en un mismo lugar es la receta perfecta para que un virus se riegue como pólvora. Lógica pura. En cuanto a quién le da más, los hombres llevan una ligera “delantera” con 265 casos frente a 239 en mujeres, pero la diferencia es tan poca que en realidad nos pega a todos por igual. El Ministerio dice que le pone ojo a esto para ver cómo enfoca las campañas... ya veremos qué sale de ese brete.
Pero aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Hablemos de la hepatitis B y C. Son menos comunes, sí, pero infinitamente más peligrosas. Tuvimos 171 casos de hepatitis B, y para que se hagan una idea del calibre del problema, la OPS advierte que este virus es diez veces más infeccioso que el VIH. ¡Qué sal! No es jugando la cosa. Se transmite por sangre, sexo, fluidos… ahí entran en juego los tatuajes o piercings en lugares de dudosa reputación o el compartir jeringas. Luego está la C, la ninja de las hepatitis. Solo 23 casos, pero puede vivir en tu cuerpo hasta 20 años sin dar señales, cocinando a fuego lento una cirrosis o un cáncer de hígado. La buena noticia es que tiene cura, ¡menos mal!
Al final del día, los números fríos son los que más duelen: 8 personas murieron el año pasado en Costa Rica por hepatitis virales, y la gran mayoría fue por culpa de la B y la C, concentradas en adultos mayores. Y aunque la Hepatitis A casi nunca es mortal, se llevó a un adulto joven, una verdadera mala jugada del destino. Entonces, ¿cómo nos cuidamos de este enredo? No hay ciencia espacial, maes. Es volver a lo básico: vacunarse, usar condón, no compartir chunches que pinchen o corten, y por el amor de Dios, lavarse las manos como si la vida dependiera de ello (que a veces, depende). Además, mucho ojo con la comida callejera de origen desconocido. Un patí bien bueno no vale una visita al hospital.
Diay, maes, después de leer todo este enredo, ¿qué piensan ustedes? ¿Le estamos poniendo la atención que se merece a esta vara o es un tema que pasa por debajo de la mesa hasta que a alguien cercano le toca? ¿Conocen a alguien que le haya dado? Cuenten a ver en el foro.
Vamos por partes. La Hepatitis A es, por mucho, la protagonista del desorden, con 504 casos, o sea, más del 70% del total. ¿Y a quiénes les está pegando más duro? A los güilas. El informe dice clarito que la mayoría de contagios son en niños de 1 a 9 años. Esto sugiere, y no hay que ser un genio para adivinarlo, que el virus anda feliz de la vida en escuelas y comunidades. Básicamente, donde la higiene a veces, diay, se va al traste. Los síntomas son los clásicos: piel amarilla, ganas de guacarear y un dolor de panza terrible. Y ojo, aunque suene a un montón, en realidad bajamos los números. El año pasado la vara fue un caos nivel apocalipsis con más de 2000 casos. Así que, un puntito a favor, pero no para cantar victoria, ni de lejos.
¿Y dónde está el epicentro de este fiestón viral? Diay, como casi todo en este país: en el Valle Central. Las regiones Central Sur y Central Este se llevan más del 70% de todos los casos de Hepatitis A. El reporte lo atribuye a “densidad poblacional y dinámica urbana”, que en tico significa: un montón de gente junta en un mismo lugar es la receta perfecta para que un virus se riegue como pólvora. Lógica pura. En cuanto a quién le da más, los hombres llevan una ligera “delantera” con 265 casos frente a 239 en mujeres, pero la diferencia es tan poca que en realidad nos pega a todos por igual. El Ministerio dice que le pone ojo a esto para ver cómo enfoca las campañas... ya veremos qué sale de ese brete.
Pero aquí es donde la vara se pone color de hormiga. Hablemos de la hepatitis B y C. Son menos comunes, sí, pero infinitamente más peligrosas. Tuvimos 171 casos de hepatitis B, y para que se hagan una idea del calibre del problema, la OPS advierte que este virus es diez veces más infeccioso que el VIH. ¡Qué sal! No es jugando la cosa. Se transmite por sangre, sexo, fluidos… ahí entran en juego los tatuajes o piercings en lugares de dudosa reputación o el compartir jeringas. Luego está la C, la ninja de las hepatitis. Solo 23 casos, pero puede vivir en tu cuerpo hasta 20 años sin dar señales, cocinando a fuego lento una cirrosis o un cáncer de hígado. La buena noticia es que tiene cura, ¡menos mal!
Al final del día, los números fríos son los que más duelen: 8 personas murieron el año pasado en Costa Rica por hepatitis virales, y la gran mayoría fue por culpa de la B y la C, concentradas en adultos mayores. Y aunque la Hepatitis A casi nunca es mortal, se llevó a un adulto joven, una verdadera mala jugada del destino. Entonces, ¿cómo nos cuidamos de este enredo? No hay ciencia espacial, maes. Es volver a lo básico: vacunarse, usar condón, no compartir chunches que pinchen o corten, y por el amor de Dios, lavarse las manos como si la vida dependiera de ello (que a veces, depende). Además, mucho ojo con la comida callejera de origen desconocido. Un patí bien bueno no vale una visita al hospital.
Diay, maes, después de leer todo este enredo, ¿qué piensan ustedes? ¿Le estamos poniendo la atención que se merece a esta vara o es un tema que pasa por debajo de la mesa hasta que a alguien cercano le toca? ¿Conocen a alguien que le haya dado? Cuenten a ver en el foro.