Mae, ¿se acuerdan de la época oscura? Ese torneo pasado donde un técnico o un jugador decía “el árbitro se equivocó” y al día siguiente le llegaba una multa que dolía más que perder una final. Parecía que la Fedefútbol había impuesto una ley mordaza y que hablar del arbitraje era un pecado capital. Diay, pues parece que la fiesta del silencio se acabó. La Sala Constitucional llegó con un bate, rompió la piñata y ahora están lloviendo críticas por todo lado. Y como era de esperar, el primero en agarrar el micrófono fue don Jafet Soto.
La vara es que la Fedefútbol, con su famoso artículo 44BIS, se jaló una torta monumental. Quisieron apagar el fuego con gasolina, pensando que multando a todo el que abriera la boca iban a mejorar la imagen del arbitraje. ¡Qué despiche! Lo único que lograron fue crear un ambiente artificial, donde la frustración se acumulaba en silencio. Pero un fallo a favor del extécnico morado, José Giacone, cambió todo. La Sala IV básicamente dijo: “Un momentito, una cosa es insultar y otra muy diferente es criticar el brete de alguien”. Y con esa resolución, le quitó el bozal a medio campeonato.
Y claro, Jafet Soto, que tiene menos pelos en la lengua que una bola de billar, no esperó ni cinco minutos. Después del partido contra la Liga, donde hubo un despiche de tarjetas y tiempo de reposición, el presi florense salió con todo. “Ahora tenemos el salacuartazo”, tiró, casi como un grito de guerra. Se quejó de que les metieron siete amarillas, de un tiro de esquina mal pitado… de todo. Y no fue el único. Al fin de semana siguiente ya teníamos a Andrés Carevic, técnico del Cartaginés, preguntando con una ironía filosa: “Yo no sé qué fue lo que cobró, ¿ustedes sí?”. Y a Geiner Segura en San Carlos pidiendo, muy educadamente eso sí, que se revisen las amarillas injustas. Se abrió la caja de Pandora.
Recordemos que esta novela no es nueva. El torneo pasado, la lista de sancionados parecía un álbum de Panini: Giacone, Yossimar Arias, Hernán Medford, Johan Condega y hasta el mismo Soto. Las multas eran un platal, de medio millón a un millón de colones, por atreverse a cuestionar las decisiones arbitrales. El Disciplinario andaba repartiendo castigos como si fueran confites. La intención, supuestamente, era proteger a los árbitros, pero en la práctica se convirtió en una censura que iba en contra de un derecho tan básico como la libertad de expresión. Al final, la jugada les salió carísima, porque la Sala IV no solo anuló la sanción, sino que condenó a la Fedefútbol a pagar costas, daños y perjuicios. ¡Salado!
Ahora el panorama es otro. Volvimos al folclor de siempre, a la polémica que le pone picante a cada jornada. Por un lado, es un alivio que se pueda hablar sin miedo a que te vacíen la billetera. Por otro, se abre la puerta para que cualquier decisión sea cuestionada hasta el cansancio. El equilibrio va a ser clave. Los árbitros seguirán cometiendo errores, como cualquiera, y los técnicos seguirán frustrados, como es natural. La diferencia es que ahora la discusión vuelve a ser pública, en la cancha mediática y no en un tribunal. Y eso, para bien o para mal, es mucho más entretenido. Ahora la pregunta es para el foro, para la grada: Ustedes qué dicen, ¿hizo bien la Sala IV en devolvernos el derecho al pataleo, o esto se va a convertir en un lloriqueo sin fin cada fin de semana?
La vara es que la Fedefútbol, con su famoso artículo 44BIS, se jaló una torta monumental. Quisieron apagar el fuego con gasolina, pensando que multando a todo el que abriera la boca iban a mejorar la imagen del arbitraje. ¡Qué despiche! Lo único que lograron fue crear un ambiente artificial, donde la frustración se acumulaba en silencio. Pero un fallo a favor del extécnico morado, José Giacone, cambió todo. La Sala IV básicamente dijo: “Un momentito, una cosa es insultar y otra muy diferente es criticar el brete de alguien”. Y con esa resolución, le quitó el bozal a medio campeonato.
Y claro, Jafet Soto, que tiene menos pelos en la lengua que una bola de billar, no esperó ni cinco minutos. Después del partido contra la Liga, donde hubo un despiche de tarjetas y tiempo de reposición, el presi florense salió con todo. “Ahora tenemos el salacuartazo”, tiró, casi como un grito de guerra. Se quejó de que les metieron siete amarillas, de un tiro de esquina mal pitado… de todo. Y no fue el único. Al fin de semana siguiente ya teníamos a Andrés Carevic, técnico del Cartaginés, preguntando con una ironía filosa: “Yo no sé qué fue lo que cobró, ¿ustedes sí?”. Y a Geiner Segura en San Carlos pidiendo, muy educadamente eso sí, que se revisen las amarillas injustas. Se abrió la caja de Pandora.
Recordemos que esta novela no es nueva. El torneo pasado, la lista de sancionados parecía un álbum de Panini: Giacone, Yossimar Arias, Hernán Medford, Johan Condega y hasta el mismo Soto. Las multas eran un platal, de medio millón a un millón de colones, por atreverse a cuestionar las decisiones arbitrales. El Disciplinario andaba repartiendo castigos como si fueran confites. La intención, supuestamente, era proteger a los árbitros, pero en la práctica se convirtió en una censura que iba en contra de un derecho tan básico como la libertad de expresión. Al final, la jugada les salió carísima, porque la Sala IV no solo anuló la sanción, sino que condenó a la Fedefútbol a pagar costas, daños y perjuicios. ¡Salado!
Ahora el panorama es otro. Volvimos al folclor de siempre, a la polémica que le pone picante a cada jornada. Por un lado, es un alivio que se pueda hablar sin miedo a que te vacíen la billetera. Por otro, se abre la puerta para que cualquier decisión sea cuestionada hasta el cansancio. El equilibrio va a ser clave. Los árbitros seguirán cometiendo errores, como cualquiera, y los técnicos seguirán frustrados, como es natural. La diferencia es que ahora la discusión vuelve a ser pública, en la cancha mediática y no en un tribunal. Y eso, para bien o para mal, es mucho más entretenido. Ahora la pregunta es para el foro, para la grada: Ustedes qué dicen, ¿hizo bien la Sala IV en devolvernos el derecho al pataleo, o esto se va a convertir en un lloriqueo sin fin cada fin de semana?