Maes, no sé si anduvieron por Chepe el sábado, pero si no fueron, de verdad que se perdieron de una de las mejores varas que le ha pasado a la capital en mucho tiempo. El centro de San José dejó el gris de lado por un día y se inundó con un nivel de color, sabor y música que ya quisiéramos tener todos los fines de semana. Hablo, por supuesto, del Diáspora Parade, el cierre del Festival Flores de la Diáspora Africana que, sinceramente, estuvo más que tuanis. Fue un recordatorio de que esta ciudad tiene un alma vibrante, y gran parte de esa alma tiene ritmo de calipso.
La jornada arrancó temprano, y desde el inicio se sintió la buena vibra. Le hicieron un homenaje a dos leyendas, Tipi Royes de Marfil y Geovanny Loaiza. Un aplauso de pie para esos maes, que son dos cargas absolutas y han mantenido viva la llama de la cultura afrocostarricense por años. Después de eso, ¡pum! arrancó el desfile. Y cuando digo desfile, no se imaginen tres carrozas y ya. Mae, eran 39 bandas de todo el país. Desde el Parque Morazán hasta el Parque Nacional, aquello era un río de gente, de música, de baile. Se escuchaba de todo: calipso, reggae, soca... era imposible quedarse quieto. Uno veía a todo el mundo, desde chiquitos hasta abuelitos, moviendo el esqueleto sin pena. ¡Qué nivel de ambiente!
Pero diay, la vara no era solo música. Paralelo al desfile, había una feria de emprendedores que estaba a reventar. Más de 150 puestos con de todo: ropa, chunches para la casa, productos de cuidado personal... de todo. Era increíble ver el brete de tanta gente talentosa. Y ni hablemos de la comida, porque ahí sí se me hace agua la boca. La feria gastronómica era una parada obligatoria. Ese olorcito a rice and beans, a patí recién hecho, a plantintá... ¡Uff! Yo no sé ustedes, pero yo me comí como tres patís sin culpa alguna. Ver a más de 20 puestos sirviendo esas delicias era un recordatorio de que la riqueza de la cultura afrocaribeña también se come, y sabe glorioso.
Y para rematar el día, el fiestón se trasladó al escenario principal en el Parque Nacional. Por ahí pasaron artistas como Johnnyman de Mekatelyu, Kenneth Mayorga y la Banda Dínamo Limón, que pusieron a todo el mundo a sudar. El cierre, como tenía que ser, estuvo a cargo del Grupo Marfil. Ver a miles de personas cantando y bailando juntas, unidas por la música, fue una cosa de otro mundo. De verdad, la energía que se sentía en ese parque era impresionante, todo estuvo a cachete. Fue la prueba viviente de que la cultura une y que la tradición, cuando se celebra así, está más viva que nunca.
Al final, como dijo Carol Britton, la directora de la fundación que organiza todo este evento, esta celebración nos recuerda la importancia de honrar la cultura afrocostarricense todos los días, no solo en un mes específico. Y tiene toda la razón. Lo que se vivió el sábado no fue solo un desfile o un concierto; fue una manifestación potente y alegre de una parte esencial de nuestro ADN como país. Es la cultura que nos da sabor, ritmo y una riqueza invaluable. Ojalá Chepe vibrara así más seguido. Definitivamente, un evento que demuestra que cuando nos proponemos hacer las cosas bien, salen espectaculares.
La jornada arrancó temprano, y desde el inicio se sintió la buena vibra. Le hicieron un homenaje a dos leyendas, Tipi Royes de Marfil y Geovanny Loaiza. Un aplauso de pie para esos maes, que son dos cargas absolutas y han mantenido viva la llama de la cultura afrocostarricense por años. Después de eso, ¡pum! arrancó el desfile. Y cuando digo desfile, no se imaginen tres carrozas y ya. Mae, eran 39 bandas de todo el país. Desde el Parque Morazán hasta el Parque Nacional, aquello era un río de gente, de música, de baile. Se escuchaba de todo: calipso, reggae, soca... era imposible quedarse quieto. Uno veía a todo el mundo, desde chiquitos hasta abuelitos, moviendo el esqueleto sin pena. ¡Qué nivel de ambiente!
Pero diay, la vara no era solo música. Paralelo al desfile, había una feria de emprendedores que estaba a reventar. Más de 150 puestos con de todo: ropa, chunches para la casa, productos de cuidado personal... de todo. Era increíble ver el brete de tanta gente talentosa. Y ni hablemos de la comida, porque ahí sí se me hace agua la boca. La feria gastronómica era una parada obligatoria. Ese olorcito a rice and beans, a patí recién hecho, a plantintá... ¡Uff! Yo no sé ustedes, pero yo me comí como tres patís sin culpa alguna. Ver a más de 20 puestos sirviendo esas delicias era un recordatorio de que la riqueza de la cultura afrocaribeña también se come, y sabe glorioso.
Y para rematar el día, el fiestón se trasladó al escenario principal en el Parque Nacional. Por ahí pasaron artistas como Johnnyman de Mekatelyu, Kenneth Mayorga y la Banda Dínamo Limón, que pusieron a todo el mundo a sudar. El cierre, como tenía que ser, estuvo a cargo del Grupo Marfil. Ver a miles de personas cantando y bailando juntas, unidas por la música, fue una cosa de otro mundo. De verdad, la energía que se sentía en ese parque era impresionante, todo estuvo a cachete. Fue la prueba viviente de que la cultura une y que la tradición, cuando se celebra así, está más viva que nunca.
Al final, como dijo Carol Britton, la directora de la fundación que organiza todo este evento, esta celebración nos recuerda la importancia de honrar la cultura afrocostarricense todos los días, no solo en un mes específico. Y tiene toda la razón. Lo que se vivió el sábado no fue solo un desfile o un concierto; fue una manifestación potente y alegre de una parte esencial de nuestro ADN como país. Es la cultura que nos da sabor, ritmo y una riqueza invaluable. Ojalá Chepe vibrara así más seguido. Definitivamente, un evento que demuestra que cuando nos proponemos hacer las cosas bien, salen espectaculares.