Maes, en serio que a veces uno lee noticias que parecen sacadas de una serie de Netflix, y esta vara del Palí de Hone Creek es de esas que te dejan con el ojo cuadrado. No es solo el hecho de que se robaran ¢50 millones de una bóveda, que ya de por sí es un platal, sino el cómo pasó. Según el OIJ, la vuelta no la planearon solo los cacos de la banda del acetileno; tuvieron ayuda VIP desde adentro. Y no hablamos de cualquier pelagatos, sino de la encargada regional de Walmart para Limón y del propio administrador del supermercado asaltado. ¡Qué nivel de trama!
Diay, es que uno se pone a desmenuzar los detalles y el despiche es monumental. Imagínense la escena: la jefa regional, supuestamente, se reúne con el mero líder de la banda días antes del golpe. O sea, no fue una vara improvisada, fue un pase de pared digno de una final. Y para rematar, el día del atraco, el administrador del Palí convenientemente 'olvida' seguir los protocolos de seguridad. ¡Qué torta se jalaron! Con esa ayudita, los maes de la banda nada más tuvieron que llegar con uniformes del súper, saludar al guarda y meterse hasta la cocina. Más fácil, imposible. Les pusieron la alfombra roja para que se llevaran la plata.
Pero más allá del robo, lo que a mí me vuela la cabeza es la audacia y la falta de visión. Estamos hablando de Walmart, una transnacional con procedimientos y auditorías hasta para ir al baño. ¿Cómo es posible que dos empleados en puestos de confianza, con un brete estable y supuestamente bien pagado, decidan tirar todo por la borda de esta manera? Es un fallo garrafal en los controles internos de la empresa, pero también es un reflejo de algo más oscuro. ¿Tanta es la codicia o la presión que alguien prefiere aliarse con una banda criminal antes que seguir con su vida normal? Es una locura.
Y es que esta no es cualquier banda. La gente del acetileno no son ningunos novatos; son tipos organizados y peligrosos. Meterse con ellos no es un juego. Por eso la decisión de estos dos empleados es tan difícil de procesar. Uno podría entender, aunque no justificar, a alguien en una situación desesperada, pero aquí hablamos de gerentes. Tenían la sartén por el mango en sus respectivos bretes y, aun así, decidieron quemarse a lo bonzo. Todo su plan de carrera, su reputación y su libertad se fueron al traste por una bolsa de plata que, repartida entre tantos, seguro ni les iba a cambiar la vida para siempre. ¡Qué sal que estén ahora en la mira del OIJ!
Al final, ya el OIJ tiene a cinco de los siete sospechosos, pero el cabecilla y otro más andan en fuga. La historia todavía no termina. Lo que queda es un desmadre de confianza rota, un hueco de ¢50 millones y la prueba de que, a veces, el mayor riesgo para una empresa no está afuera, sino en su propia planilla. Es esa vara de que 'para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo'. Ahora, la pregunta que me queda rebotando en la jupa es más existencial que otra cosa.
Pero en serio, maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Es pura codicia, o hay algo más detrás de que gente con buenos bretes se meta en un enredo así? ¿Falla de la empresa por no filtrar mejor a su gente o simple y sencillamente la ambición humana no tiene límites?
Diay, es que uno se pone a desmenuzar los detalles y el despiche es monumental. Imagínense la escena: la jefa regional, supuestamente, se reúne con el mero líder de la banda días antes del golpe. O sea, no fue una vara improvisada, fue un pase de pared digno de una final. Y para rematar, el día del atraco, el administrador del Palí convenientemente 'olvida' seguir los protocolos de seguridad. ¡Qué torta se jalaron! Con esa ayudita, los maes de la banda nada más tuvieron que llegar con uniformes del súper, saludar al guarda y meterse hasta la cocina. Más fácil, imposible. Les pusieron la alfombra roja para que se llevaran la plata.
Pero más allá del robo, lo que a mí me vuela la cabeza es la audacia y la falta de visión. Estamos hablando de Walmart, una transnacional con procedimientos y auditorías hasta para ir al baño. ¿Cómo es posible que dos empleados en puestos de confianza, con un brete estable y supuestamente bien pagado, decidan tirar todo por la borda de esta manera? Es un fallo garrafal en los controles internos de la empresa, pero también es un reflejo de algo más oscuro. ¿Tanta es la codicia o la presión que alguien prefiere aliarse con una banda criminal antes que seguir con su vida normal? Es una locura.
Y es que esta no es cualquier banda. La gente del acetileno no son ningunos novatos; son tipos organizados y peligrosos. Meterse con ellos no es un juego. Por eso la decisión de estos dos empleados es tan difícil de procesar. Uno podría entender, aunque no justificar, a alguien en una situación desesperada, pero aquí hablamos de gerentes. Tenían la sartén por el mango en sus respectivos bretes y, aun así, decidieron quemarse a lo bonzo. Todo su plan de carrera, su reputación y su libertad se fueron al traste por una bolsa de plata que, repartida entre tantos, seguro ni les iba a cambiar la vida para siempre. ¡Qué sal que estén ahora en la mira del OIJ!
Al final, ya el OIJ tiene a cinco de los siete sospechosos, pero el cabecilla y otro más andan en fuga. La historia todavía no termina. Lo que queda es un desmadre de confianza rota, un hueco de ¢50 millones y la prueba de que, a veces, el mayor riesgo para una empresa no está afuera, sino en su propia planilla. Es esa vara de que 'para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo'. Ahora, la pregunta que me queda rebotando en la jupa es más existencial que otra cosa.
Pero en serio, maes, ¿qué opinan ustedes? ¿Es pura codicia, o hay algo más detrás de que gente con buenos bretes se meta en un enredo así? ¿Falla de la empresa por no filtrar mejor a su gente o simple y sencillamente la ambición humana no tiene límites?