Maes, pónganse el cinturón porque la novela electoral del 2026 ya está calentando motores, y el primer capítulo viene con una vara que se repite más que los aguaceros de octubre. Resulta que, de cara al arranque oficial de la campaña, tenemos a cuatro diputados que quieren ser presidentes: Fabricio Alvarado (Nueva República), Eli Feinzaig (PLP), Ariel Robles (Frente Amplio) y Luz Mary Alpízar (Progreso Social Democrático). ¿La noticia? Ninguno piensa soltar su silla en Cuesta de Moras. Todos confirmaron que van a hacer malabares entre su brete legislativo y el corre-corre de pedir votos por todo el país.
Diay, la justificación suena casi como si se hubieran puesto de acuerdo. El argumento principal, repetido por los cuatro como un cassette, es que tienen "proyectos muy importantes" que no pueden abandonar. Es un discurso que apela a la responsabilidad, a un supuesto compromiso inquebrantable con la gente que los eligió como legisladores. Para curarse en salud, todos añadieron la misma coletilla: si por alguna razón tienen que ausentarse del Plenario para atender un asunto de campaña, lo harán sin cobrar la dieta correspondiente. Un gesto que, para los más cínicos, suena a lo mínimo que se podría esperar, y no exactamente a un sacrificio heroico por la patria.
En este grupo hay veteranos y novatos en el arte del doble rol. Fabricio Alvarado, por ejemplo, ya se sabe esta coreografía de memoria; la bailó en 2018 cuando también combinó la curul con su primera carrera presidencial. Él asegura que "se pueden combinar las dos labores", aunque signifique meterle horas extra. Por su lado, Eli Feinzaig, quien enfrenta su segunda vuelta como candidato pero la primera como diputado, defiende su permanencia con un arsenal de "más de 180 proyectos" en trámite. Su plan es una jornada partida: campaña de madrugada o por la noche, y el Congreso en el medio. Una agenda que suena agotadora y que pone sobre la mesa la pregunta de si la energía le alcanzará para hacer ambos trabajos al 100%.
Del otro lado del espectro político, la tonada no cambia mucho. Ariel Robles, del Frente Amplio, insiste en que la "priorización será el trabajo legislativo" y que reducirán las ausencias al mínimo, una práctica que, según él, es tradición en su partido. Mientras tanto, Luz Mary Alpízar, la única mujer en este club y con una historia particular de haber sido electa con el oficialismo para luego romper filas, también se aferra a sus proyectos legislativos. Su estrategia es la misma: campaña fuera de horario legislativo o fines de semana. La unanimidad en la respuesta es, cuando menos, sospechosa. Parece un manual de estrategia política para no jalarse una torta y evitar el ataque de que abandonan el barco.
Al final, la vara es más compleja que un simple asunto de agenda. El verdadero debate es sobre el foco y la equidad. ¿Puede un candidato presidencial dedicarle el cuerpo y alma a entender los problemas del país y proponer soluciones viables mientras, al mismo tiempo, participa en comisiones, debate en el Plenario y fiscaliza al Gobierno de turno? ¿O inevitablemente uno de los dos bretes va a terminar siendo atendido a medias? La curul no es solo un salario; es una plataforma, un megáfono y un recurso que otros candidatos no tienen. Es, en esencia, hacer campaña sin dejar de recibir un pago del Estado que es para otra función.
Entonces, les tiro la bola a ustedes, maes: ¿Qué opinan de esta jugada? ¿Es un acto genuino de responsabilidad para no dejar botado el brete legislativo o es una estrategia para no soltar el hueso y aprovechar la plataforma pagada por todos nosotros? ¿Se la creen o es puro cuento?
Diay, la justificación suena casi como si se hubieran puesto de acuerdo. El argumento principal, repetido por los cuatro como un cassette, es que tienen "proyectos muy importantes" que no pueden abandonar. Es un discurso que apela a la responsabilidad, a un supuesto compromiso inquebrantable con la gente que los eligió como legisladores. Para curarse en salud, todos añadieron la misma coletilla: si por alguna razón tienen que ausentarse del Plenario para atender un asunto de campaña, lo harán sin cobrar la dieta correspondiente. Un gesto que, para los más cínicos, suena a lo mínimo que se podría esperar, y no exactamente a un sacrificio heroico por la patria.
En este grupo hay veteranos y novatos en el arte del doble rol. Fabricio Alvarado, por ejemplo, ya se sabe esta coreografía de memoria; la bailó en 2018 cuando también combinó la curul con su primera carrera presidencial. Él asegura que "se pueden combinar las dos labores", aunque signifique meterle horas extra. Por su lado, Eli Feinzaig, quien enfrenta su segunda vuelta como candidato pero la primera como diputado, defiende su permanencia con un arsenal de "más de 180 proyectos" en trámite. Su plan es una jornada partida: campaña de madrugada o por la noche, y el Congreso en el medio. Una agenda que suena agotadora y que pone sobre la mesa la pregunta de si la energía le alcanzará para hacer ambos trabajos al 100%.
Del otro lado del espectro político, la tonada no cambia mucho. Ariel Robles, del Frente Amplio, insiste en que la "priorización será el trabajo legislativo" y que reducirán las ausencias al mínimo, una práctica que, según él, es tradición en su partido. Mientras tanto, Luz Mary Alpízar, la única mujer en este club y con una historia particular de haber sido electa con el oficialismo para luego romper filas, también se aferra a sus proyectos legislativos. Su estrategia es la misma: campaña fuera de horario legislativo o fines de semana. La unanimidad en la respuesta es, cuando menos, sospechosa. Parece un manual de estrategia política para no jalarse una torta y evitar el ataque de que abandonan el barco.
Al final, la vara es más compleja que un simple asunto de agenda. El verdadero debate es sobre el foco y la equidad. ¿Puede un candidato presidencial dedicarle el cuerpo y alma a entender los problemas del país y proponer soluciones viables mientras, al mismo tiempo, participa en comisiones, debate en el Plenario y fiscaliza al Gobierno de turno? ¿O inevitablemente uno de los dos bretes va a terminar siendo atendido a medias? La curul no es solo un salario; es una plataforma, un megáfono y un recurso que otros candidatos no tienen. Es, en esencia, hacer campaña sin dejar de recibir un pago del Estado que es para otra función.
Entonces, les tiro la bola a ustedes, maes: ¿Qué opinan de esta jugada? ¿Es un acto genuino de responsabilidad para no dejar botado el brete legislativo o es una estrategia para no soltar el hueso y aprovechar la plataforma pagada por todos nosotros? ¿Se la creen o es puro cuento?