Maes, no sé si ya vieron las noticias, pero la vara con Nicaragua se acaba de poner más color de hormiga. ¡Qué despiche! Resulta que, así como si nada, la Asamblea de allá, que ya sabemos para quién trabaja, aprobó una ley que declara propiedad del Estado una franja de 15 kilómetros a lo largo de TODAS sus fronteras. No un pedacito, no una finca. Quince kilómetros. Así, de un plumazo y de forma “expedita”, como dicen ellos para no decir “a la brava y sin preguntarle a nadie”. Esto, para que quede claro, no es un asunto interno de ellos que vemos por tele. Esto pasa en la línea que nos divide, en nuestro propio patio trasero.
La justificación oficial es el clásico discurso que ya nos sabemos de memoria: “garantizar la soberanía”, “combatir el narcotráfico y la trata de personas”. Suena muy bonito en el papel, casi que uno les aplaude el compromiso. Pero seamos serios, ¿de verdad alguien se come ese cuento? Cuando un gobierno con un historial como el de Ortega empieza a hablar de “seguridad nacional” para expropiar un área gigantesca y ponerla bajo control del Ejército, uno tiene que levantar la ceja. Diay, si el problema es el crimen organizado, ¿la solución es quitarle la propiedad a todo el mundo en esa franja? ¿O es más bien una excusa perfecta para consolidar un control territorial absoluto, militarizado y sin estorbos?
Pensemos en la gente que vive ahí, mae. En los finqueros, en las familias que tienen generaciones en esas tierras. La ley anterior, que acaban de derogar, por lo menos hablaba de “promover el desarrollo sostenible”. Esta nueva vara ni se molesta en disimular: es una toma de control. ¿Se imaginan que de un día para otro llegue el Estado y le diga que el pedacito de tierra donde tiene su casa, sus vacas o su siembra, ese chunche que es suyo, ya no lo es? Que ahora le pertenece al Gobierno y que va a estar vigilado por el Ejército. Tiene un tufo a jugada de poder que no se lo quita nadie, una forma de asegurarse que nadie entre, salga o respire en esa zona sin que ellos lo sepan y lo autoricen.
Y aquí es donde la cosa nos toca directamente la puerta. Tener una zona de 15 kilómetros de control militar total pegada a nuestra frontera norte es, por donde se le vea, una pésima noticia. Ya la relación es suficientemente complicada, con el tema del río San Juan y las tensiones históricas. Ahora imaginen esa misma frontera, pero con una “zona de amortiguamiento” del otro lado que es, en la práctica, un cuartel a cielo abierto. Esto cambia por completo la dinámica migratoria, la seguridad y hasta el ambiente en la zona. De por sí el panorama a veces es tenso, ahora esto le echa un balde de gasolina al fuego. ¡Qué sal! En serio, a veces parece que estamos salados con los vecinos que nos tocaron.
Al final, esto parece menos una estrategia de seguridad y más una movida de ajedrez en el tablero autoritario de Ortega. Es un mensaje claro: “esta tierra es mía, y aquí mando yo”. Para nosotros, del lado tico, la pregunta es obligada. No podemos simplemente sentarnos a ver cómo se reconfigura el mapa a la par nuestra. Esto requiere una respuesta inteligente, firme y, sobre todo, rápida de parte de Cancillería. No es momento de estar durmiendo en los laureles. La paz de la que tanto nos enorgullecemos no se defiende sola. Pero bueno, esa es mi humilde opinión. Ahora les pregunto a ustedes, ¿cómo debería reaccionar Costa Rica? ¿O es mejor quedarnos quietos y no menear el avispero?
La justificación oficial es el clásico discurso que ya nos sabemos de memoria: “garantizar la soberanía”, “combatir el narcotráfico y la trata de personas”. Suena muy bonito en el papel, casi que uno les aplaude el compromiso. Pero seamos serios, ¿de verdad alguien se come ese cuento? Cuando un gobierno con un historial como el de Ortega empieza a hablar de “seguridad nacional” para expropiar un área gigantesca y ponerla bajo control del Ejército, uno tiene que levantar la ceja. Diay, si el problema es el crimen organizado, ¿la solución es quitarle la propiedad a todo el mundo en esa franja? ¿O es más bien una excusa perfecta para consolidar un control territorial absoluto, militarizado y sin estorbos?
Pensemos en la gente que vive ahí, mae. En los finqueros, en las familias que tienen generaciones en esas tierras. La ley anterior, que acaban de derogar, por lo menos hablaba de “promover el desarrollo sostenible”. Esta nueva vara ni se molesta en disimular: es una toma de control. ¿Se imaginan que de un día para otro llegue el Estado y le diga que el pedacito de tierra donde tiene su casa, sus vacas o su siembra, ese chunche que es suyo, ya no lo es? Que ahora le pertenece al Gobierno y que va a estar vigilado por el Ejército. Tiene un tufo a jugada de poder que no se lo quita nadie, una forma de asegurarse que nadie entre, salga o respire en esa zona sin que ellos lo sepan y lo autoricen.
Y aquí es donde la cosa nos toca directamente la puerta. Tener una zona de 15 kilómetros de control militar total pegada a nuestra frontera norte es, por donde se le vea, una pésima noticia. Ya la relación es suficientemente complicada, con el tema del río San Juan y las tensiones históricas. Ahora imaginen esa misma frontera, pero con una “zona de amortiguamiento” del otro lado que es, en la práctica, un cuartel a cielo abierto. Esto cambia por completo la dinámica migratoria, la seguridad y hasta el ambiente en la zona. De por sí el panorama a veces es tenso, ahora esto le echa un balde de gasolina al fuego. ¡Qué sal! En serio, a veces parece que estamos salados con los vecinos que nos tocaron.
Al final, esto parece menos una estrategia de seguridad y más una movida de ajedrez en el tablero autoritario de Ortega. Es un mensaje claro: “esta tierra es mía, y aquí mando yo”. Para nosotros, del lado tico, la pregunta es obligada. No podemos simplemente sentarnos a ver cómo se reconfigura el mapa a la par nuestra. Esto requiere una respuesta inteligente, firme y, sobre todo, rápida de parte de Cancillería. No es momento de estar durmiendo en los laureles. La paz de la que tanto nos enorgullecemos no se defiende sola. Pero bueno, esa es mi humilde opinión. Ahora les pregunto a ustedes, ¿cómo debería reaccionar Costa Rica? ¿O es mejor quedarnos quietos y no menear el avispero?