Diay, maes, ¿adivinen qué? Otra vez sopa. La historia de nunca acabar que ya hasta pereza da comentar, pero que es un brete que hay que hacer. Este lunes nos despertamos con la noticia de que las autoridades de Bélgica, allá en el puerto de Amberes, se encontraron un recuerdito no solicitado de nuestra parte: 60 kilitos de cocaína. ¡Qué torta! Y no, no venían en la maleta de un turista despistado, sino bien camuflados en un contenedor refrigerado que, para variar, llevaba fruta congelada con sello tico. Una vez más, nos pegan un manchón en la jupa a nivel internacional y uno no sabe si ponerse a reír o a llorar.
La vara es que, según los reportes, la aduana belga le puso el ojo al contenedor el domingo y ¡bingo! Sesenta kilos de polvo blanco que no era azúcar glass para decorar el postre de frutas. El cargamento iba oculto en la estructura de refrigeración, el clásico truco de los que creen que en Europa no revisan. El medio local 7Sur7 fue uno de los que replicó el decomiso, y ahora la fiscalía belga anda viendo a quién le cae la responsabilidad, mientras la droga se va para destrucción. Otro despiche más para la colección de exportaciones fallidas que salen de nuestro país.
Y aquí es donde la cosa se pone más densa. Amberes, junto con Róterdam en Países Bajos, son como las puertas de entrada VIP a Europa para Latinoamérica. Por ahí pasa de todo: nuestro café, el banano, las piñas… pero también se ha convertido en el coladero favorito del narco. No es ninguna sorpresa. Lo que sí es una sorpresa, y de las malas, es que sigamos siendo uno de los remitentes estrella de estos paquetes. Parece que estamos salados, porque cada dos por tres sale una noticia de estas y el plan de vender una imagen de "pura vida" y paz se nos va al traste.
Seamos honestos, hay que darle mérito a quien se lo merece. Hay que admitir que los maes de la aduana belga son unos cargas para detectar estos envíos. Hacen su brete y lo hacen bien. La pregunta del millón, la que nos debería quitar el sueño, no es por qué los encontraron, sino ¿por qué putas salieron de aquí? ¿Qué está pasando en nuestros puertos? ¿Nuestros escáneres son de adorno o es que la corrupción es un chunche tan grande que simplemente no hay forma de pararla? Mandar fruta congelada es una operación logística compleja, no es como esconder algo en el salveque. Alguien, en algún punto de la cadena, se jaló una torta monumental o se hizo de la vista gorda.
Cada vez que esto pasa, no solo se mancha el nombre del país. Piensen en los exportadores que sí hacen las cosas bien, los que se sudan la camiseta para cumplir con estándares internacionales y que ahora tienen que lidiar con una capa extra de sospecha. “Ah, un contenedor de Costa Rica… revisémoslo tres veces por si acaso”. Ese es el daño colateral que estas noticias generan. Es un golpe directo a la credibilidad de nuestra economía y a la gente que sí se esfuerza por sacar el país adelante de forma honesta. ¡Qué sal!
Al final, este decomiso es mucho más que 60 kilos de droga. Es un síntoma de un problema mucho más profundo que no estamos logrando resolver. No es solo un titular para un periódico belga, es un recordatorio de nuestra propia vulnerabilidad y de las fallas que tenemos en casa. La droga será destruida, sí, pero la mancha en nuestra reputación es más difícil de borrar. Así que les pregunto, maes: más allá del decomiso, ¿qué creen ustedes que es el verdadero despiche aquí? ¿La seguridad en nuestros puertos que deja ir la droga, o la imagen del país que se cae a pedazos cada vez que pasa esto?
La vara es que, según los reportes, la aduana belga le puso el ojo al contenedor el domingo y ¡bingo! Sesenta kilos de polvo blanco que no era azúcar glass para decorar el postre de frutas. El cargamento iba oculto en la estructura de refrigeración, el clásico truco de los que creen que en Europa no revisan. El medio local 7Sur7 fue uno de los que replicó el decomiso, y ahora la fiscalía belga anda viendo a quién le cae la responsabilidad, mientras la droga se va para destrucción. Otro despiche más para la colección de exportaciones fallidas que salen de nuestro país.
Y aquí es donde la cosa se pone más densa. Amberes, junto con Róterdam en Países Bajos, son como las puertas de entrada VIP a Europa para Latinoamérica. Por ahí pasa de todo: nuestro café, el banano, las piñas… pero también se ha convertido en el coladero favorito del narco. No es ninguna sorpresa. Lo que sí es una sorpresa, y de las malas, es que sigamos siendo uno de los remitentes estrella de estos paquetes. Parece que estamos salados, porque cada dos por tres sale una noticia de estas y el plan de vender una imagen de "pura vida" y paz se nos va al traste.
Seamos honestos, hay que darle mérito a quien se lo merece. Hay que admitir que los maes de la aduana belga son unos cargas para detectar estos envíos. Hacen su brete y lo hacen bien. La pregunta del millón, la que nos debería quitar el sueño, no es por qué los encontraron, sino ¿por qué putas salieron de aquí? ¿Qué está pasando en nuestros puertos? ¿Nuestros escáneres son de adorno o es que la corrupción es un chunche tan grande que simplemente no hay forma de pararla? Mandar fruta congelada es una operación logística compleja, no es como esconder algo en el salveque. Alguien, en algún punto de la cadena, se jaló una torta monumental o se hizo de la vista gorda.
Cada vez que esto pasa, no solo se mancha el nombre del país. Piensen en los exportadores que sí hacen las cosas bien, los que se sudan la camiseta para cumplir con estándares internacionales y que ahora tienen que lidiar con una capa extra de sospecha. “Ah, un contenedor de Costa Rica… revisémoslo tres veces por si acaso”. Ese es el daño colateral que estas noticias generan. Es un golpe directo a la credibilidad de nuestra economía y a la gente que sí se esfuerza por sacar el país adelante de forma honesta. ¡Qué sal!
Al final, este decomiso es mucho más que 60 kilos de droga. Es un síntoma de un problema mucho más profundo que no estamos logrando resolver. No es solo un titular para un periódico belga, es un recordatorio de nuestra propia vulnerabilidad y de las fallas que tenemos en casa. La droga será destruida, sí, pero la mancha en nuestra reputación es más difícil de borrar. Así que les pregunto, maes: más allá del decomiso, ¿qué creen ustedes que es el verdadero despiche aquí? ¿La seguridad en nuestros puertos que deja ir la droga, o la imagen del país que se cae a pedazos cada vez que pasa esto?