Seamos honestos, maes. ¿Cuántos de nosotros hemos visto una danta que no sea en una foto de Google o en un billete viejo? Estos bichos, los mamíferos terrestres más grandes de Tiquicia, son como una leyenda urbana. Pero, pónganle atención a esto: hay un lugar en el mapa, allá por Upala, donde verlas es el pan de cada día. Hablo de Bijagua y Río Celeste, una zona que decidió que setiembre no es solo el mes de la patria, sino también el “Mes de la danta”. Y la razón detrás de esta vara es, sencillamente, algo ¡qué tuanis!
Lo más carga de todo este asunto es el antes y el después. No hace tanto, para muchos agricultores de la zona, una danta era sinónimo de problemas. Imagínense el brete de sembrar y que de pronto aparezca un tanque de 400 kilos a comerse la cosecha. Era un dolor de cabeza, una situación que fácil pudo terminar en conflicto. Pero en vez de jalarse una torta y optar por la vía fácil, la comunidad, impulsada por visionarios y organizaciones como Caturi y Costa Rica Wildlife, le dio un giro de 180 grados a la narrativa. Pasaron de ver a las dantas como una amenaza a entender que eran el verdadero tesoro del lugar.
Aquí es donde entran personajes como Donald Varela, de Tapir Valley. Este mae y su gente se tomaron en serio el brete de crear un santuario donde las dantas no solo estuvieran seguras, sino que fueran las protagonistas. Gracias a su esfuerzo, animales como "Mamita" y sus crías, "Hope", "Julián" y "Gaia", ahora se pasean entre el Parque Nacional Volcán Tenorio y las reservas privadas como si fueran las dueñas del chante. Y lo son. Verlas en su hábitat, tranquilas, sin estrés, es una experiencia que te resetea el disco duro. Es entender que si uno respeta, la naturaleza responde con una nobleza impresionante. ¡Qué carga!
Pero la vara no se queda solo en las dantas. Lo que está pasando en Bijagua es un efecto dominó a cachete. El éxito con la conservación de estos animales se convirtió en un imán para un turismo más consciente, más rural y auténtico. Y con eso, floreció un montón de gente emprendedora que vio el potencial. Está Wilberth Alvarado con su Fincaventura, que te enseña todo el proceso del café y el cacao con una pasión que contagia. Y como él, hay soditas, cabinas, guías y pequeños hoteles familiares que entendieron la clave: no son competencia, son un equipo. Colaboran, se recomiendan, se apoyan. Es un modelo de desarrollo comunitario que ya quisieran muchos.
Diay, al final, la lección que nos deja Bijagua es gigante. Demostraron que la conservación no es un obstáculo para el progreso, sino el motor. Lograron que la protección de una especie se tradujera en brete, en oportunidades y en un orgullo local que se siente en el aire. Convirtieron un posible conflicto en su mayor fortaleza y ahora, gracias a eso, tienen un destino que ofrece mucho más que el color mágico de Río Celeste. Tienen alma, tienen una historia que contar y, por supuesto, tienen dantas. Muchas dantas felices.
Ahora la pregunta del millón, maes: ¿Conocen otro lugar en Tiquicia donde le hayan dado vuelta a un 'problema' para convertirlo en algo tan tuanis? ¡Cuenten sus historias!
Lo más carga de todo este asunto es el antes y el después. No hace tanto, para muchos agricultores de la zona, una danta era sinónimo de problemas. Imagínense el brete de sembrar y que de pronto aparezca un tanque de 400 kilos a comerse la cosecha. Era un dolor de cabeza, una situación que fácil pudo terminar en conflicto. Pero en vez de jalarse una torta y optar por la vía fácil, la comunidad, impulsada por visionarios y organizaciones como Caturi y Costa Rica Wildlife, le dio un giro de 180 grados a la narrativa. Pasaron de ver a las dantas como una amenaza a entender que eran el verdadero tesoro del lugar.
Aquí es donde entran personajes como Donald Varela, de Tapir Valley. Este mae y su gente se tomaron en serio el brete de crear un santuario donde las dantas no solo estuvieran seguras, sino que fueran las protagonistas. Gracias a su esfuerzo, animales como "Mamita" y sus crías, "Hope", "Julián" y "Gaia", ahora se pasean entre el Parque Nacional Volcán Tenorio y las reservas privadas como si fueran las dueñas del chante. Y lo son. Verlas en su hábitat, tranquilas, sin estrés, es una experiencia que te resetea el disco duro. Es entender que si uno respeta, la naturaleza responde con una nobleza impresionante. ¡Qué carga!
Pero la vara no se queda solo en las dantas. Lo que está pasando en Bijagua es un efecto dominó a cachete. El éxito con la conservación de estos animales se convirtió en un imán para un turismo más consciente, más rural y auténtico. Y con eso, floreció un montón de gente emprendedora que vio el potencial. Está Wilberth Alvarado con su Fincaventura, que te enseña todo el proceso del café y el cacao con una pasión que contagia. Y como él, hay soditas, cabinas, guías y pequeños hoteles familiares que entendieron la clave: no son competencia, son un equipo. Colaboran, se recomiendan, se apoyan. Es un modelo de desarrollo comunitario que ya quisieran muchos.
Diay, al final, la lección que nos deja Bijagua es gigante. Demostraron que la conservación no es un obstáculo para el progreso, sino el motor. Lograron que la protección de una especie se tradujera en brete, en oportunidades y en un orgullo local que se siente en el aire. Convirtieron un posible conflicto en su mayor fortaleza y ahora, gracias a eso, tienen un destino que ofrece mucho más que el color mágico de Río Celeste. Tienen alma, tienen una historia que contar y, por supuesto, tienen dantas. Muchas dantas felices.
Ahora la pregunta del millón, maes: ¿Conocen otro lugar en Tiquicia donde le hayan dado vuelta a un 'problema' para convertirlo en algo tan tuanis? ¡Cuenten sus historias!