Mae, uno lee las noticias de las últimas semanas y de verdad que se queda con un sin sabor. Vemos el caso de la escuela en Naranjo, con chiquitas intoxicadas, y luego salta el video de un güila en Palmares aparentemente inhalando algo... y diay, la pregunta es inevitable: ¿qué está pasando en nuestros coles? La vara es que el Ministerio de Educación Pública (MEP) tiene, desde el 2016, un “Protocolo de actuación en situaciones de hallazgo, tenencia, consumo y tráfico de drogas”. Un nombre larguísimo para un documento que, en teoría, debería ser la biblia para los profes y directores cuando se topan con una de estas broncas. Pero del papel a la realidad, a veces hay un mundo de diferencia.
Vamos a ver, para no batear, el protocolo en sí no está mal planteado. Es un manual de seis pasos que suena muy bonito y ordenado. Primero, alguien tiene que darse cuenta de la vara (la detección). Segundo, hay que correr a avisarle al director o directora (la comunicación). Tercero, y súper importante, atender al estudiante, sobre todo si está bajo los efectos de algo; aquí es donde entra el 9-1-1, llamar a los tatas y buscar ayuda del IAFA o la Caja. Luego viene el papeleo: un informe de todo lo que se hizo. Después, darle seguimiento al caso por al menos seis meses. Y finalmente, hacer actividades para “restaurar la convivencia”. Suena lógico, ¿verdad? El problema es cuando este manual se estrella contra la caótica realidad.
Y para muestra, un botón. O dos, en este caso. Pensemos en lo que pasó en la escuela Judas Tadeo Corrales en Naranjo. ¡Qué torta más grande! Una güila de apenas 10 años lleva una gaseosa con alcohol al 90% que agarró de la casa, la comparte y termina con dos compañeritas graves en el hospital. Para rematar, en medio del despiche, la misma estudiante agrede a la docente. Aquí el protocolo se activó: la profe llamó al 9-1-1 y a la Cruz Roja. Pero la situación escaló a un nivel que un papel no puede prever: agresión, PANI involucrado, la maestra en el INS. Esto demuestra que el protocolo es una guía, pero no una solución mágica para el caos que se puede desatar.
Luego tenemos el otro lado de la moneda: el video del Liceo Experimental Bilingüe de Palmares. Un estudiante, rodeado de compas que lo motivan con un “dele, dele”, se graba inhalando un polvo blanco. Aquí la vara se pone más turbia. El MEP activa el protocolo, llama a los papás, refiere el caso. Pero sale el jefe regional del IAFA, William Cambronero, y nos deja a todos pensando. Dice que hay que ver si el polvo era droga o... Limoncho. Sí, el famoso dulce en polvo. Cambronero, con buen tino, aclara que aunque fuera Limoncho, el simple hecho de simular el consumo de drogas en un “reto” para redes sociales ya es una señal de alarma gigante. Sea chunche o sea droga de verdad, la escena es un síntoma de algo que no anda bien.
Al final del día, mae, uno se pregunta si un protocolo de seis pasos es suficiente para atacar un monstruo tan grande. El mismo MEP admite que 1 de cada 7 jóvenes usa vapeadores. El IAFA hace su brete con programas como “Dynamo”. Pero cuando una chiquita de primaria termina intoxicando a sus amigas o cuando un adolescente ve como algo “tuanis” grabarse metiéndose un polvo por la nariz, queda claro que el problema es mucho más profundo. El protocolo es una herramienta necesaria, sí, pero parece un curita en una herida que necesita cirugía mayor. La discusión va más allá del reglamento del MEP.
Y ahora se las tiro a ustedes, foreros: Más allá del papel, ¿qué creen que de verdad hace falta para frenar esta vara en los coles? ¿Es un tema de más control, más educación en la casa, o el MEP está dejando un hueco gigante que nadie está llenando? Los leo.
Vamos a ver, para no batear, el protocolo en sí no está mal planteado. Es un manual de seis pasos que suena muy bonito y ordenado. Primero, alguien tiene que darse cuenta de la vara (la detección). Segundo, hay que correr a avisarle al director o directora (la comunicación). Tercero, y súper importante, atender al estudiante, sobre todo si está bajo los efectos de algo; aquí es donde entra el 9-1-1, llamar a los tatas y buscar ayuda del IAFA o la Caja. Luego viene el papeleo: un informe de todo lo que se hizo. Después, darle seguimiento al caso por al menos seis meses. Y finalmente, hacer actividades para “restaurar la convivencia”. Suena lógico, ¿verdad? El problema es cuando este manual se estrella contra la caótica realidad.
Y para muestra, un botón. O dos, en este caso. Pensemos en lo que pasó en la escuela Judas Tadeo Corrales en Naranjo. ¡Qué torta más grande! Una güila de apenas 10 años lleva una gaseosa con alcohol al 90% que agarró de la casa, la comparte y termina con dos compañeritas graves en el hospital. Para rematar, en medio del despiche, la misma estudiante agrede a la docente. Aquí el protocolo se activó: la profe llamó al 9-1-1 y a la Cruz Roja. Pero la situación escaló a un nivel que un papel no puede prever: agresión, PANI involucrado, la maestra en el INS. Esto demuestra que el protocolo es una guía, pero no una solución mágica para el caos que se puede desatar.
Luego tenemos el otro lado de la moneda: el video del Liceo Experimental Bilingüe de Palmares. Un estudiante, rodeado de compas que lo motivan con un “dele, dele”, se graba inhalando un polvo blanco. Aquí la vara se pone más turbia. El MEP activa el protocolo, llama a los papás, refiere el caso. Pero sale el jefe regional del IAFA, William Cambronero, y nos deja a todos pensando. Dice que hay que ver si el polvo era droga o... Limoncho. Sí, el famoso dulce en polvo. Cambronero, con buen tino, aclara que aunque fuera Limoncho, el simple hecho de simular el consumo de drogas en un “reto” para redes sociales ya es una señal de alarma gigante. Sea chunche o sea droga de verdad, la escena es un síntoma de algo que no anda bien.
Al final del día, mae, uno se pregunta si un protocolo de seis pasos es suficiente para atacar un monstruo tan grande. El mismo MEP admite que 1 de cada 7 jóvenes usa vapeadores. El IAFA hace su brete con programas como “Dynamo”. Pero cuando una chiquita de primaria termina intoxicando a sus amigas o cuando un adolescente ve como algo “tuanis” grabarse metiéndose un polvo por la nariz, queda claro que el problema es mucho más profundo. El protocolo es una herramienta necesaria, sí, pero parece un curita en una herida que necesita cirugía mayor. La discusión va más allá del reglamento del MEP.
Y ahora se las tiro a ustedes, foreros: Más allá del papel, ¿qué creen que de verdad hace falta para frenar esta vara en los coles? ¿Es un tema de más control, más educación en la casa, o el MEP está dejando un hueco gigante que nadie está llenando? Los leo.