Maes, pónganle cuidado a esto porque la vara se puso color de hormiga. Uno a veces lee noticias de política y como que se le resbalan, pero esta es de las que nos pega a todos en la bolsa y, peor aún, en el futuro. Resulta que el ministro de Hacienda, Rudolf Lücke, llegó a la Asamblea Legislativa y soltó una bomba que todavía está haciendo eco: para poder darle a la educación el 8% del PIB que pide la Constitución (sí, la ley máxima del país), la única “solución” que se le ocurre es subirnos el IVA del 13% al 20% y, como si fuera poco, pasarle la navaja a 19 instituciones públicas, dejándolas sin un cinco. ¡Qué despiche! No es un simple ajuste, es plantear un escenario donde para arreglar un cuarto, hay que demoler el resto de la casa.
Analicemos el tortón con calma. Primero, el IVA al 20%. ¿Se imaginan? Ir al súper, comprarse unas tenis, pagar el internet... todo con un impuesto que nos dejaría temblando la quincena. Es una medida que castiga directamente el consumo y, por ende, a la clase media y a los que menos tienen. Y luego, la otra parte del “combo”: dejar en la calle a 19 instituciones. No han dicho cuáles, pero uno se puede imaginar el caos. ¿Hablamos de entes de cultura, de ciencia, de apoyo social? Quedarían saladísimas. La propuesta del ministro suena menos a una estrategia financiera y más a un ultimátum, una forma de decir “¿Ven? Es imposible”, para cerrar la discusión del 8%. Es como si para arreglar una gotera en el techo, le dijeran a uno que tiene que vender el portón y dejar de comer por una semana. Simplemente no tiene lógica.
Y aquí es donde la vara se pone más densa, porque esta discusión no sale de la nada. El famoso 8% no es un capricho de los educadores ni una ocurrencia de un diputado. Está en la Constitución Política desde hace años, y se ha incumplido sistemáticamente. ¿Las consecuencias? Ya las estamos viviendo. El propio Estado de la Nación nos advierte de un “retroceso alarmante” en la educación de nuestros güilas. La OCDE, ese club de países desarrollados al que tanto nos gusta decir que pertenecemos, nos jala el aire a cada rato diciendo que si no nos ponemos las pilas con la educación, nos vamos a quedar rezagados, bien atrás. Ya no formamos suficientes profesionales, y la brecha entre la educación pública y la privada es un abismo. O sea, mientras el gobierno dice que no hay plata, el futuro del país se nos va yendo al traste.
Pero diay, aquí es donde uno, como ciudadano y periodista, tiene que preguntarse: ¿de verdad que solo hay dos caminos? ¿O nos clavan un IVA impagable o sacrificamos la educación? A mí me suena a un falso dilema, una excusa para no hacer el brete de verdad. ¿Por qué no se habla con la misma vehemencia de combatir la evasión fiscal, que le cuesta al país miles de millones al año? ¿O de revisar las exoneraciones fiscales a sectores que ya son millonarios? ¿O de recortar gastos superfluos y pensiones de lujo que sí son un peso muerto para el Estado? Pareciera que siempre es más fácil pasarle la factura al ciudadano de a pie que hacer el trabajo difícil de ordenar la casa, cobrarle a los que deben y optimizar el gasto de forma inteligente.
Al final, el planteamiento del ministro Lücke nos obliga a tener una conversación incómoda pero necesaria. Esto ya no se trata de un simple número en un presupuesto; es una disyuntiva sobre el futuro de Costa Rica. El incumplimiento del 8% no es solo una falta a la Constitución, es una hipoteca que estamos firmando para las próximas generaciones. Seguir parchando el sistema con medidas extremas como esta solo nos va a hundir más en el problema. La pregunta aquí no es solo de dónde sale la plata, sino ¿qué tipo de país estamos construyendo? ¿Uno que le apuesta al conocimiento como motor de desarrollo o uno que se ahoga en impuestos para tapar huecos y seguir pateando la bola para adelante? ¿Ustedes qué opinan, maes?
Analicemos el tortón con calma. Primero, el IVA al 20%. ¿Se imaginan? Ir al súper, comprarse unas tenis, pagar el internet... todo con un impuesto que nos dejaría temblando la quincena. Es una medida que castiga directamente el consumo y, por ende, a la clase media y a los que menos tienen. Y luego, la otra parte del “combo”: dejar en la calle a 19 instituciones. No han dicho cuáles, pero uno se puede imaginar el caos. ¿Hablamos de entes de cultura, de ciencia, de apoyo social? Quedarían saladísimas. La propuesta del ministro suena menos a una estrategia financiera y más a un ultimátum, una forma de decir “¿Ven? Es imposible”, para cerrar la discusión del 8%. Es como si para arreglar una gotera en el techo, le dijeran a uno que tiene que vender el portón y dejar de comer por una semana. Simplemente no tiene lógica.
Y aquí es donde la vara se pone más densa, porque esta discusión no sale de la nada. El famoso 8% no es un capricho de los educadores ni una ocurrencia de un diputado. Está en la Constitución Política desde hace años, y se ha incumplido sistemáticamente. ¿Las consecuencias? Ya las estamos viviendo. El propio Estado de la Nación nos advierte de un “retroceso alarmante” en la educación de nuestros güilas. La OCDE, ese club de países desarrollados al que tanto nos gusta decir que pertenecemos, nos jala el aire a cada rato diciendo que si no nos ponemos las pilas con la educación, nos vamos a quedar rezagados, bien atrás. Ya no formamos suficientes profesionales, y la brecha entre la educación pública y la privada es un abismo. O sea, mientras el gobierno dice que no hay plata, el futuro del país se nos va yendo al traste.
Pero diay, aquí es donde uno, como ciudadano y periodista, tiene que preguntarse: ¿de verdad que solo hay dos caminos? ¿O nos clavan un IVA impagable o sacrificamos la educación? A mí me suena a un falso dilema, una excusa para no hacer el brete de verdad. ¿Por qué no se habla con la misma vehemencia de combatir la evasión fiscal, que le cuesta al país miles de millones al año? ¿O de revisar las exoneraciones fiscales a sectores que ya son millonarios? ¿O de recortar gastos superfluos y pensiones de lujo que sí son un peso muerto para el Estado? Pareciera que siempre es más fácil pasarle la factura al ciudadano de a pie que hacer el trabajo difícil de ordenar la casa, cobrarle a los que deben y optimizar el gasto de forma inteligente.
Al final, el planteamiento del ministro Lücke nos obliga a tener una conversación incómoda pero necesaria. Esto ya no se trata de un simple número en un presupuesto; es una disyuntiva sobre el futuro de Costa Rica. El incumplimiento del 8% no es solo una falta a la Constitución, es una hipoteca que estamos firmando para las próximas generaciones. Seguir parchando el sistema con medidas extremas como esta solo nos va a hundir más en el problema. La pregunta aquí no es solo de dónde sale la plata, sino ¿qué tipo de país estamos construyendo? ¿Uno que le apuesta al conocimiento como motor de desarrollo o uno que se ahoga en impuestos para tapar huecos y seguir pateando la bola para adelante? ¿Ustedes qué opinan, maes?