Maes, a veces uno está scrolleando tranquilo y se topa con una noticia que, de verdad, le arruga el corazón y le revuelve el estómago al mismo tiempo. Y no, no estoy hablando de política (que ya es bastante), sino de esas varas que pegan directo en el orgullo nacional. Vieran la última de Limón: dos tortugas marinas, de esas que son un símbolo de nuestras costas, metidas en un carro como si fueran cualquier chunche, todas amarradas. ¡Qué torta! En serio, hay gente que pareciera que se levanta en la mañana y elige ser el villano de la película.
La historia, según reporta CRHoy, es que este miércoles los oficiales del Grupo de Apoyo Operacional (GAO) andaban en su brete por Cieneguita de Limón y, en una de esas, le hicieron la parada a un vehículo. Uno se imagina la escena: la típica revisión de papeles, todo normal, hasta que los oficiales se asoman y ven el despiche. Dos tortugas marinas, amarradas con sogas, metidas ahí a la fuerza. Lo primero que uno piensa es en el terror de esos animales. Afortunadamente, y casi que por un milagro, las dos estaban vivas. Salados los dos sospechosos que iban en el carro, porque la Fuerza Pública no se anduvo por las ramas y los detuvo de una, coordinando con la Fiscalía por infringir la Ley de Conservación de Vida Silvestre. Como tiene que ser.
Ahora, hablemos de lo bueno, porque en medio del colerón siempre hay que resaltar a los que hacen las cosas bien. ¡Qué carga la gente del GAO y del SINAC! En un país donde a veces la burocracia nos ahoga, ver esa coordinación tan ágil para detener a los sospechosos, liberar a las tortugas de sus amarres y entregarlas a los expertos del SINAC es algo que da un poquito de fe. Es la prueba de que, cuando las instituciones quieren, pueden moverse rápido y ser efectivas. Este no es un trabajo de oficina, es de estar en la calle, de tener el colmillo para detectar que algo anda mal y actuar sin pensarlo dos veces. Un aplauso para ellos, porque gracias a ese brete, dos vidas que son patrimonio de todos nosotros tienen una segunda oportunidad.
Pero esta vara va más allá de un simple arresto. Este incidente es un síntoma de una enfermedad que sigue afectando a Costa Rica, por más que nos vendamos al mundo como el paraíso verde. El tráfico de vida silvestre es un negocio asqueroso y lucrativo que no se detiene. Pasa con lapas, con monos, con ranas y, por supuesto, con nuestras tortugas. Cada vez que una tortuga llega a desovar a nuestras playas, es una batalla ganada. Pero por cada nido que protegemos, hay gente pensando en cómo lucrar con ellas, ya sea por su carne, sus huevos o simplemente por el acto cruel de venderlas. Es un contraste brutal: mientras miles de voluntarios y biólogos se desviven por protegerlas, otros las ven como simple mercancía.
Al final, la noticia nos deja con un sabor agridulce. Por un lado, la enorme alegría de saber que esas dos tortugas están a salvo y que los responsables van a enfrentar a la justicia. Pero por otro, queda la frustración de saber que este no es un caso aislado. Es una lucha constante. Diay, maes, aquí es donde la cosa se pone seria y me encantaría saber qué piensan ustedes. Más allá de celebrar el buen trabajo de la policía, ¿creen que las leyes que tenemos en Costa Rica son lo suficientemente duras para desincentivar de verdad el tráfico de vida silvestre? ¿O es que nos falta más educación y conciencia desde la escuela para que a nadie se le ocurra jalarse una torta así?
La historia, según reporta CRHoy, es que este miércoles los oficiales del Grupo de Apoyo Operacional (GAO) andaban en su brete por Cieneguita de Limón y, en una de esas, le hicieron la parada a un vehículo. Uno se imagina la escena: la típica revisión de papeles, todo normal, hasta que los oficiales se asoman y ven el despiche. Dos tortugas marinas, amarradas con sogas, metidas ahí a la fuerza. Lo primero que uno piensa es en el terror de esos animales. Afortunadamente, y casi que por un milagro, las dos estaban vivas. Salados los dos sospechosos que iban en el carro, porque la Fuerza Pública no se anduvo por las ramas y los detuvo de una, coordinando con la Fiscalía por infringir la Ley de Conservación de Vida Silvestre. Como tiene que ser.
Ahora, hablemos de lo bueno, porque en medio del colerón siempre hay que resaltar a los que hacen las cosas bien. ¡Qué carga la gente del GAO y del SINAC! En un país donde a veces la burocracia nos ahoga, ver esa coordinación tan ágil para detener a los sospechosos, liberar a las tortugas de sus amarres y entregarlas a los expertos del SINAC es algo que da un poquito de fe. Es la prueba de que, cuando las instituciones quieren, pueden moverse rápido y ser efectivas. Este no es un trabajo de oficina, es de estar en la calle, de tener el colmillo para detectar que algo anda mal y actuar sin pensarlo dos veces. Un aplauso para ellos, porque gracias a ese brete, dos vidas que son patrimonio de todos nosotros tienen una segunda oportunidad.
Pero esta vara va más allá de un simple arresto. Este incidente es un síntoma de una enfermedad que sigue afectando a Costa Rica, por más que nos vendamos al mundo como el paraíso verde. El tráfico de vida silvestre es un negocio asqueroso y lucrativo que no se detiene. Pasa con lapas, con monos, con ranas y, por supuesto, con nuestras tortugas. Cada vez que una tortuga llega a desovar a nuestras playas, es una batalla ganada. Pero por cada nido que protegemos, hay gente pensando en cómo lucrar con ellas, ya sea por su carne, sus huevos o simplemente por el acto cruel de venderlas. Es un contraste brutal: mientras miles de voluntarios y biólogos se desviven por protegerlas, otros las ven como simple mercancía.
Al final, la noticia nos deja con un sabor agridulce. Por un lado, la enorme alegría de saber que esas dos tortugas están a salvo y que los responsables van a enfrentar a la justicia. Pero por otro, queda la frustración de saber que este no es un caso aislado. Es una lucha constante. Diay, maes, aquí es donde la cosa se pone seria y me encantaría saber qué piensan ustedes. Más allá de celebrar el buen trabajo de la policía, ¿creen que las leyes que tenemos en Costa Rica son lo suficientemente duras para desincentivar de verdad el tráfico de vida silvestre? ¿O es que nos falta más educación y conciencia desde la escuela para que a nadie se le ocurra jalarse una torta así?