A ver, pónganle atención a esta vara porque se las trae. Resulta que, en una movida que nadie vio venir, el gobierno de Costa Rica levantó la mano y le dijo a los gringos: "Mae, no se estresen, cuando terminen con ese señor salvadoreño, nos lo mandan para acá". Así, como suena. En un brete diplomático de alto calibre, Tiquicia le está ofreciendo refugio a Kilmar Ábrego García, un hombre cuya historia parece sacada de una serie de enredos legales y mala suerte. Para Ábrego, que ha andado con una sal que ni se imaginan, esto podría ser la luz al final de un túnel muy, pero muy oscuro. El ministro de Seguridad, Mario Zamora, ya mandó la carta oficial: si Ábrego sale de su proceso en EE. UU., aquí le espera estatus de refugiado o residencia, y la garantía de que no lo van a mandar de vuelta al peligro.
Pero, ¿cómo es que llegamos a este despiche? Para entender la jugada de Costa Rica, primero hay que ver la torta monumental que se jalaron las autoridades gringas. Imagínense el escenario: a Ábrego lo deportan a El Salvador en marzo, a pesar de que un juez había dicho clarito que no se podía, porque su vida corría peligro allá. Un "error administrativo", le llamaron los gringos con una tranquilidad pasmosa. ¡Qué clase de error! Luego, se dan cuenta del papelón y, en lugar de arreglarlo, lo traen de vuelta a Estados Unidos para meterle unos cargos por tráfico de personas de un caso del 2022. O sea, lo exponen al peligro, lo regresan y de una vez lo procesan. Un enredo que deja al sistema migratorio estadounidense fatalmente mal parado.
Y diay, en medio de todo ese caos, con abogados yendo y viniendo, sale Costa Rica a jugar de réferi humanitario. Este ofrecimiento es, viéndolo bien, un movimiento bastante carga. No es solo un gesto de buena voluntad; es una declaración de principios. El país se compromete a no solo recibir a Ábrego cuando termine su sentencia (si es que lo condenan), sino también a aplicar el principio de no devolución, que es sagrado en el derecho internacional. En otras palabras, Costa Rica está garantizando que no lo van a mandar a un lugar donde lo puedan torturar o perseguir. Es una forma de decir, con diplomacia y con hechos, que mientras otros construyen muros y complican procesos, aquí todavía hay un espacio para los derechos humanos.
Claro, no hay que ser ingenuos. Esta jugada tiene más capas que una cebolla. Por un lado, es un golazo de relaciones públicas para Costa Rica, que refuerza su imagen de país neutral, solidario y respetuoso de las leyes internacionales en una región convulsionada. Nos pone en el mapa como un actor serio y confiable. Pero por otro lado, es meter la cuchara en un broncón con Estados Unidos. Aunque la oferta es elegante y respetuosa, no deja de ser una forma sutil de señalarles la plana. La gran pregunta es si esto tendrá alguna repercusión a futuro en la relación con el gigante del norte. Es una apuesta valiente, pero las apuestas, por definición, tienen su riesgo.
Al final del día, la vara es que este arroz todavía no se ha cocido. El futuro de Kilmar Ábrego sigue en el aire, pendiente de lo que decida un tribunal en Estados Unidos. La oferta de Costa Rica es una ventana de esperanza, un posible nuevo comienzo, pero no una certeza. Es el capítulo más reciente de un drama humano que pone en evidencia las fallas de un sistema y la posibilidad de que la solidaridad internacional, a veces, funcione. Entonces, maes, aquí la pregunta del millón: ¿Se la jugó bien Tiquicia con esta movida, o nos estamos comprando un pleito ajeno por jugar de salvavidas? ¿Pura vida o pura torta a futuro? ¡Los leo en los comentarios!
Pero, ¿cómo es que llegamos a este despiche? Para entender la jugada de Costa Rica, primero hay que ver la torta monumental que se jalaron las autoridades gringas. Imagínense el escenario: a Ábrego lo deportan a El Salvador en marzo, a pesar de que un juez había dicho clarito que no se podía, porque su vida corría peligro allá. Un "error administrativo", le llamaron los gringos con una tranquilidad pasmosa. ¡Qué clase de error! Luego, se dan cuenta del papelón y, en lugar de arreglarlo, lo traen de vuelta a Estados Unidos para meterle unos cargos por tráfico de personas de un caso del 2022. O sea, lo exponen al peligro, lo regresan y de una vez lo procesan. Un enredo que deja al sistema migratorio estadounidense fatalmente mal parado.
Y diay, en medio de todo ese caos, con abogados yendo y viniendo, sale Costa Rica a jugar de réferi humanitario. Este ofrecimiento es, viéndolo bien, un movimiento bastante carga. No es solo un gesto de buena voluntad; es una declaración de principios. El país se compromete a no solo recibir a Ábrego cuando termine su sentencia (si es que lo condenan), sino también a aplicar el principio de no devolución, que es sagrado en el derecho internacional. En otras palabras, Costa Rica está garantizando que no lo van a mandar a un lugar donde lo puedan torturar o perseguir. Es una forma de decir, con diplomacia y con hechos, que mientras otros construyen muros y complican procesos, aquí todavía hay un espacio para los derechos humanos.
Claro, no hay que ser ingenuos. Esta jugada tiene más capas que una cebolla. Por un lado, es un golazo de relaciones públicas para Costa Rica, que refuerza su imagen de país neutral, solidario y respetuoso de las leyes internacionales en una región convulsionada. Nos pone en el mapa como un actor serio y confiable. Pero por otro lado, es meter la cuchara en un broncón con Estados Unidos. Aunque la oferta es elegante y respetuosa, no deja de ser una forma sutil de señalarles la plana. La gran pregunta es si esto tendrá alguna repercusión a futuro en la relación con el gigante del norte. Es una apuesta valiente, pero las apuestas, por definición, tienen su riesgo.
Al final del día, la vara es que este arroz todavía no se ha cocido. El futuro de Kilmar Ábrego sigue en el aire, pendiente de lo que decida un tribunal en Estados Unidos. La oferta de Costa Rica es una ventana de esperanza, un posible nuevo comienzo, pero no una certeza. Es el capítulo más reciente de un drama humano que pone en evidencia las fallas de un sistema y la posibilidad de que la solidaridad internacional, a veces, funcione. Entonces, maes, aquí la pregunta del millón: ¿Se la jugó bien Tiquicia con esta movida, o nos estamos comprando un pleito ajeno por jugar de salvavidas? ¿Pura vida o pura torta a futuro? ¡Los leo en los comentarios!