Mae, en serio, ya esto se salió de control. Por años, la vara con el contrabando de medicamentos era casi un sinónimo del Parque La Merced. Uno pasaba por ahí, frente al San Juan de Dios, y sabía que el menú del día incluía acetaminofén de dudosa procedencia junto al vigorón. Era un problema feo, sí, pero lo teníamos ubicado, casi como un punto rojo en el mapa de Chepe. Pero diay, parece que ese punto rojo se regó como una mancha de aceite y ahora la situación es un completo despiche a una escala mucho mayor.
Lo que antes era un foco ahora son tentáculos. Los informes de que la venta ilegal ya no es exclusiva de La Merced son la crónica de un desastre anunciado. El nuevo "hotspot" es, irónicamente, otro centro de salud: el Hospital México. Y el modus operandi es de una astucia que hasta daría cólera. Según cuentan varios testigos, el brete ahora se hace en pleno puente peatonal sobre la General Cañas. Imagínese la escena: usted va ahí, tal vez preocupado por un familiar internado o saliendo de una cita, y ¡zas! se le acerca alguien con un maletín que parece más un botiquín de guerra que otra cosa, ofreciéndole la cura para todos sus males. Sin caja, sin receta, sin garantía de nada. Es la definición de jugar a la ruleta rusa con la salud.
Y aquí es donde uno se da cuenta de que cualquier esfuerzo por contener esto se fue al traste. Las autoridades anuncian decomisos con bombos y platillos, como ese de 57.000 unidades a una sola persona en junio. ¡Cincuenta y siete mil! Suena a un montón, y lo es. Pero a las dos semanas, hacen otro operativo en La Merced y vuelven a sacar a un montón de gente y cientos de medicinas. ¿Qué nos dice eso? Que por cada vendedor que quitan, aparecen tres más. Es como intentar vaciar el mar con un balde. Claramente, el plan de contención no está funcionando; estos maes no solo se reponen, sino que expanden su territorio al Calderón Guardia y a cualquier lugar donde huelan la necesidad y la desesperación.
La estrategia de estos vendedores es brillante y macabra a la vez. Se posicionan en los accesos directos a los hospitales, lugares de paso obligado para pacientes y familiares que, muchas veces, andan cortos de plata o frustrados por las largas esperas del sistema de salud. Convierten la vulnerabilidad en su modelo de negocio. Y ahí es donde la vara se pone realmente peligrosa. No estamos hablando de vender confites, mae. Estamos hablando de fármacos sin control sanitario, que podrían estar vencidos, mal almacenados o ser completamente falsos. ¡Qué sal que, por ahorrarse unos rojos o por la facilidad, alguien termine con una intoxicación o algo peor! Estas "farmacias" al aire libre no tienen farmacéutico, solo tienen un vendedor con buen poder de convencimiento.
Al final, la expansión de este mercado negro es un síntoma de problemas mucho más profundos. Es un reflejo de la presión sobre nuestro sistema de salud, de la falta de oportunidades que empuja a la gente a estos negocios y, seamos honestos, de una demanda que no para. Porque si venden, es porque hay quien compra. La policía hace su parte del brete, sí, pero parece que no da abasto. Entonces, la pregunta para el foro es seria: más allá de los operativos que a todas luces son una curita en una herida abierta, ¿qué carajos se puede hacer para frenar esto de raíz? ¿Es un problema solo de policía, de salud pública, o también nos toca a nosotros como sociedad cerrarles la puerta a estos riesgos?
Lo que antes era un foco ahora son tentáculos. Los informes de que la venta ilegal ya no es exclusiva de La Merced son la crónica de un desastre anunciado. El nuevo "hotspot" es, irónicamente, otro centro de salud: el Hospital México. Y el modus operandi es de una astucia que hasta daría cólera. Según cuentan varios testigos, el brete ahora se hace en pleno puente peatonal sobre la General Cañas. Imagínese la escena: usted va ahí, tal vez preocupado por un familiar internado o saliendo de una cita, y ¡zas! se le acerca alguien con un maletín que parece más un botiquín de guerra que otra cosa, ofreciéndole la cura para todos sus males. Sin caja, sin receta, sin garantía de nada. Es la definición de jugar a la ruleta rusa con la salud.
Y aquí es donde uno se da cuenta de que cualquier esfuerzo por contener esto se fue al traste. Las autoridades anuncian decomisos con bombos y platillos, como ese de 57.000 unidades a una sola persona en junio. ¡Cincuenta y siete mil! Suena a un montón, y lo es. Pero a las dos semanas, hacen otro operativo en La Merced y vuelven a sacar a un montón de gente y cientos de medicinas. ¿Qué nos dice eso? Que por cada vendedor que quitan, aparecen tres más. Es como intentar vaciar el mar con un balde. Claramente, el plan de contención no está funcionando; estos maes no solo se reponen, sino que expanden su territorio al Calderón Guardia y a cualquier lugar donde huelan la necesidad y la desesperación.
La estrategia de estos vendedores es brillante y macabra a la vez. Se posicionan en los accesos directos a los hospitales, lugares de paso obligado para pacientes y familiares que, muchas veces, andan cortos de plata o frustrados por las largas esperas del sistema de salud. Convierten la vulnerabilidad en su modelo de negocio. Y ahí es donde la vara se pone realmente peligrosa. No estamos hablando de vender confites, mae. Estamos hablando de fármacos sin control sanitario, que podrían estar vencidos, mal almacenados o ser completamente falsos. ¡Qué sal que, por ahorrarse unos rojos o por la facilidad, alguien termine con una intoxicación o algo peor! Estas "farmacias" al aire libre no tienen farmacéutico, solo tienen un vendedor con buen poder de convencimiento.
Al final, la expansión de este mercado negro es un síntoma de problemas mucho más profundos. Es un reflejo de la presión sobre nuestro sistema de salud, de la falta de oportunidades que empuja a la gente a estos negocios y, seamos honestos, de una demanda que no para. Porque si venden, es porque hay quien compra. La policía hace su parte del brete, sí, pero parece que no da abasto. Entonces, la pregunta para el foro es seria: más allá de los operativos que a todas luces son una curita en una herida abierta, ¿qué carajos se puede hacer para frenar esto de raíz? ¿Es un problema solo de policía, de salud pública, o también nos toca a nosotros como sociedad cerrarles la puerta a estos riesgos?