Maes, pónganle atención a esta vara, porque la cosa se puso seria. Parece que la ola de violencia que nos tiene a todos con el Jesús en la boca ya tiene respuesta oficial, y es una sacada directamente del manual de Nayib Bukele. Sí, leyeron bien. El Gobierno anunció que va a adelantar la construcción de un “Centro de Alta Contención del Crimen Organizado” (CACCO), básicamente nuestra versión del polémico CECOT salvadoreño. Y uno se queda pensando, ¿diay, llegamos a este punto? ¿La única salida es copiar un modelo que tiene a medio mundo con los pelos de punta por los derechos humanos? Vieran el despiche de seguridad que tenemos que haber alcanzado para que esta sea la carta sobre la mesa.
El ministro de Justicia, Gerald Campos, la cantó clarita: o hacemos esto o el sistema penitenciario se nos va al traste. Habló de un 30% de sobrepoblación, de motines, de tomas de rehenes y, lo más grave, de que los capos siguen manejando el brete desde adentro como si nada. O sea, un hotel-oficina del crimen. Y uno entiende el susto, ¿verdad? Nadie quiere que las cárceles sean centros de comando para las bandas que nos están ahogando. Pero la pregunta del millón es si para apagar el incendio hay que quemar toda la casa. La justificación es que el sistema actual es un colador, y en eso, lamentablemente, tiene razón. La sensación de impunidad es real y la gente está pidiendo a gritos que se haga algo.
Hablemos del chunche en sí. El CACCO (ya hasta el nombre suena rudo) promete añadir 5.100 espacios, un aumento del 40% de la capacidad actual. El costo presupuestado es de 35 millones de dólares, y aquí viene la parte que más ruido hace: El Salvador nos está dando “colaboración técnica”. O sea, nos están pasando los planos, el modelo y hasta los secretos de la tecnología de seguridad. Es como si para aprender a cocinar, en vez de ir a una buena escuela, le pidiéramos la receta al compa que hace el chile más picante pero que a todo el mundo le cae mal al estómago después. No se puede negar que el modelo Bukele ha reducido drásticamente los homicidios allá, pero las denuncias de organizaciones internacionales sobre el trato a los reos son para helarle la sangre a cualquiera.
Y aquí es donde la vara se pone peluda, maes. Costa Rica siempre ha sacado pecho de ser diferente, la “Suiza Centroamericana”, el país sin ejército, el campeón de los derechos humanos. ¿Y ahora? Ahora estamos importando la filosofía de “mano dura” que, si bien le ha funcionado a Bukele en las encuestas, también viene con un asterisco gigante que dice “posibles torturas y violaciones al debido proceso”. ¿Estamos dispuestos a pagar ese precio? ¿Cambiar el “Pura Vida” por el “plomo y encierro”? Es una decisión que define qué tipo de país queremos ser en la próxima década, y se siente como un punto de no retorno.
En fin, la situación es un zapato. Por un lado, la gente está harta y con miedo, y una solución así suena a que por fin alguien está haciendo algo. Por otro, se siente como si nos estuviéramos jalando una torta histórica, renunciando a nuestros principios por un atajo que podría salirnos carísimo a largo plazo. No es una decisión fácil y definitivamente va a traer cola, porque divide al país entre los que aplauden la firmeza y los que temen por el alma de nuestra democracia. Es el debate más importante que tenemos ahora mismo.
Así que les tiro la bola a ustedes, ¿qué opinan? ¿Es el CACCO un paso necesario y valiente para recuperar la paz, o estamos a punto de cometer un error garrafal por pura desesperación? ¡Los leo en los comentarios!
El ministro de Justicia, Gerald Campos, la cantó clarita: o hacemos esto o el sistema penitenciario se nos va al traste. Habló de un 30% de sobrepoblación, de motines, de tomas de rehenes y, lo más grave, de que los capos siguen manejando el brete desde adentro como si nada. O sea, un hotel-oficina del crimen. Y uno entiende el susto, ¿verdad? Nadie quiere que las cárceles sean centros de comando para las bandas que nos están ahogando. Pero la pregunta del millón es si para apagar el incendio hay que quemar toda la casa. La justificación es que el sistema actual es un colador, y en eso, lamentablemente, tiene razón. La sensación de impunidad es real y la gente está pidiendo a gritos que se haga algo.
Hablemos del chunche en sí. El CACCO (ya hasta el nombre suena rudo) promete añadir 5.100 espacios, un aumento del 40% de la capacidad actual. El costo presupuestado es de 35 millones de dólares, y aquí viene la parte que más ruido hace: El Salvador nos está dando “colaboración técnica”. O sea, nos están pasando los planos, el modelo y hasta los secretos de la tecnología de seguridad. Es como si para aprender a cocinar, en vez de ir a una buena escuela, le pidiéramos la receta al compa que hace el chile más picante pero que a todo el mundo le cae mal al estómago después. No se puede negar que el modelo Bukele ha reducido drásticamente los homicidios allá, pero las denuncias de organizaciones internacionales sobre el trato a los reos son para helarle la sangre a cualquiera.
Y aquí es donde la vara se pone peluda, maes. Costa Rica siempre ha sacado pecho de ser diferente, la “Suiza Centroamericana”, el país sin ejército, el campeón de los derechos humanos. ¿Y ahora? Ahora estamos importando la filosofía de “mano dura” que, si bien le ha funcionado a Bukele en las encuestas, también viene con un asterisco gigante que dice “posibles torturas y violaciones al debido proceso”. ¿Estamos dispuestos a pagar ese precio? ¿Cambiar el “Pura Vida” por el “plomo y encierro”? Es una decisión que define qué tipo de país queremos ser en la próxima década, y se siente como un punto de no retorno.
En fin, la situación es un zapato. Por un lado, la gente está harta y con miedo, y una solución así suena a que por fin alguien está haciendo algo. Por otro, se siente como si nos estuviéramos jalando una torta histórica, renunciando a nuestros principios por un atajo que podría salirnos carísimo a largo plazo. No es una decisión fácil y definitivamente va a traer cola, porque divide al país entre los que aplauden la firmeza y los que temen por el alma de nuestra democracia. Es el debate más importante que tenemos ahora mismo.
Así que les tiro la bola a ustedes, ¿qué opinan? ¿Es el CACCO un paso necesario y valiente para recuperar la paz, o estamos a punto de cometer un error garrafal por pura desesperación? ¡Los leo en los comentarios!
