Seamos honestos, ¿quién no se ha perdido en un scroll infinito de TikTok cuando debería estar poniendo atención a otra cosa? Bueno, parece que el recreo digital en media clase de Cívica llegó a su fin. El Ministro de Educación, Leonardo Sánchez, salió este miércoles a tirar la bomba: a partir del próximo curso lectivo, los celulares quedan guardados en el bulto. Se acabó la fiesta. La medida quedará en firme en el nuevo reglamento de evaluación, y la única excepción será cuando un profe, en su sano juicio, decida que ese chunche puede servir para algo meramente pedagógico. O sea, para todo lo que no sea ver memes o stalkear gente.
Claro, antes de que todo el mundo pegue el grito al cielo, el mae del MEP fue claro en que la vara no es un capricho. Según él, se pusieron a hacer el brete de investigar qué carambas están haciendo en otros países y, ¡sorpresa!, no estamos inventando el agua tibia. Dice Sánchez que revisaron más de 30 países de la OCDE, de esos que siempre nos ponen de ejemplo, y la conclusión fue unánime: el celular en el aula, sin guía, es un tiquete directo a la distracción. La lógica es simple: si el güila está más pendiente del último chisme en Instagram que de la materia, la mediación pedagógica se va al traste. Y diay, tiene todo el sentido del mundo.
Pero el asunto es más denso que un simple regaño. Esto es una respuesta directa al despiche que tenemos en la educación. Los números no mienten y son para sentarse a llorar. La diputada Cynthia Córdoba, que por su lado ya había presentado un proyecto de ley para lo mismo, sacó a relucir un dato matador del informe PISA 2022: un 65% de los estudiantes ticos confesó que los dispositivos digitales los distraen en clases de mate. ¡Un 65 por ciento! Con ese panorama, no es de extrañar que estemos en medio de un "apagón educativo". El celular no es el único culpable, obvio, pero se ha convertido en el principal catalizador de la desatención, y atacar ese frente parece ser el primer paso lógico.
Y como decía el ministro, no somos los pioneros. De hecho, vamos tarde a la fiesta. La UNESCO reporta que ya casi 80 países tienen algún tipo de restricción. Los franceses, por ejemplo, le pusieron candado a la medida desde el 2018. En la lista siguen gigantes como China y países modelo como Finlandia, Nueva Zelanda y Canadá. Hasta nuestros vecinos del sur, en Brasil, se sumaron hace poco. Cuando uno ve ese montón de nombres, la decisión del MEP deja de sonar tan radical y empieza a verse más como una actualización de software necesaria y, francamente, tardía. Parece que la tendencia mundial es entender que la libertad sin estructura en el aula es, simplemente, caos.
Al final, la directriz ya está dada y solo falta que se publique. Los estudiantes quedaron salados, pero quizás es el empujón que se necesitaba para que vuelvan a conectar entre ellos y con la materia. El mismo ministro Sánchez dice que es pro-tecnología, pero guiada. La pregunta del millón es si la implementación será la correcta y si esto realmente moverá la aguja en el rendimiento académico. Porque prohibir el aparato es la parte fácil; lo complicado es reconstruir una cultura de atención y estudio que hemos dejado erosionar por años. Pero ahora en serio, maes... ¿es esta la solución mágica para el despiche en la educación o solo una curita para una herida mucho más grande? ¿Estamos atacando el síntoma o la enfermedad? Los leo.
Claro, antes de que todo el mundo pegue el grito al cielo, el mae del MEP fue claro en que la vara no es un capricho. Según él, se pusieron a hacer el brete de investigar qué carambas están haciendo en otros países y, ¡sorpresa!, no estamos inventando el agua tibia. Dice Sánchez que revisaron más de 30 países de la OCDE, de esos que siempre nos ponen de ejemplo, y la conclusión fue unánime: el celular en el aula, sin guía, es un tiquete directo a la distracción. La lógica es simple: si el güila está más pendiente del último chisme en Instagram que de la materia, la mediación pedagógica se va al traste. Y diay, tiene todo el sentido del mundo.
Pero el asunto es más denso que un simple regaño. Esto es una respuesta directa al despiche que tenemos en la educación. Los números no mienten y son para sentarse a llorar. La diputada Cynthia Córdoba, que por su lado ya había presentado un proyecto de ley para lo mismo, sacó a relucir un dato matador del informe PISA 2022: un 65% de los estudiantes ticos confesó que los dispositivos digitales los distraen en clases de mate. ¡Un 65 por ciento! Con ese panorama, no es de extrañar que estemos en medio de un "apagón educativo". El celular no es el único culpable, obvio, pero se ha convertido en el principal catalizador de la desatención, y atacar ese frente parece ser el primer paso lógico.
Y como decía el ministro, no somos los pioneros. De hecho, vamos tarde a la fiesta. La UNESCO reporta que ya casi 80 países tienen algún tipo de restricción. Los franceses, por ejemplo, le pusieron candado a la medida desde el 2018. En la lista siguen gigantes como China y países modelo como Finlandia, Nueva Zelanda y Canadá. Hasta nuestros vecinos del sur, en Brasil, se sumaron hace poco. Cuando uno ve ese montón de nombres, la decisión del MEP deja de sonar tan radical y empieza a verse más como una actualización de software necesaria y, francamente, tardía. Parece que la tendencia mundial es entender que la libertad sin estructura en el aula es, simplemente, caos.
Al final, la directriz ya está dada y solo falta que se publique. Los estudiantes quedaron salados, pero quizás es el empujón que se necesitaba para que vuelvan a conectar entre ellos y con la materia. El mismo ministro Sánchez dice que es pro-tecnología, pero guiada. La pregunta del millón es si la implementación será la correcta y si esto realmente moverá la aguja en el rendimiento académico. Porque prohibir el aparato es la parte fácil; lo complicado es reconstruir una cultura de atención y estudio que hemos dejado erosionar por años. Pero ahora en serio, maes... ¿es esta la solución mágica para el despiche en la educación o solo una curita para una herida mucho más grande? ¿Estamos atacando el síntoma o la enfermedad? Los leo.