Mae, hay noticias que uno lee y simplemente se le revuelve el estómago. Y luego están las que, de tanto leerlas, corren el riesgo de volverse paisaje, como un aguacero en octubre o una presa en la General Cañas. Y ahí, justamente ahí, es donde la cosa se pone más fea. La noticia de que en Costa Rica asesinan a una mujer cada 10 días por femicidio ya no nos sorprende, y eso, compas, es un síntoma de que como sociedad estamos hasta el cuello. Van 20 casos confirmados este año, y contando. Veinte. Es un número que no dice nada y lo dice todo.
Hagamos la mate, aunque duela. Veinte femicidios en poco más de siete meses. La vara es que no es una estadística abstracta, es un patrón enfermizo. Pasa en Alajuela, en San José, en Puntarenas… en las siete provincias. Pasa más los fines de semana. Pasa con arma blanca, con arma de fuego, a golpes, por asfixia. Es un despiche sistemático, un recordatorio constante de que el discurso de “país pura vida” se va al traste cada vez que un hombre decide que la vida de una mujer le pertenece. Y mientras tanto, nosotros seguimos con el día a día, hasta que el próximo titular nos explota en la cara.
Pero diay, el problema es que “20” es un número muy fácil de digerir. Es anónimo, es limpio. La realidad es mucho más sucia. No son 20 “casos”, son 20 mujeres. Son Ingrid, de 36 años, mamá de tres. Tamara, de 20, que estaba embarazada. Julyana, una güila de apenas 15 años. Valentina, de 21, también embarazada y con una bebé de año y medio. Catorce de las veinte víctimas eran madres. ¿Entendemos esa vara? Son 22 chamacos que se quedaron huérfanos, que tienen que crecer con ese hueco porque a su mamá la mataron. ¡Qué torta más monumental! No hay derecho a que tantos futuros se rompan así.
Y claro, uno ve el brete del OIJ y es para quitarse el sombrero. El mismo director Randall Zúñiga lo dice: en muchos casos, como el de Nelly Romero en Guatuso, agarran al sospechoso incluso antes de encontrar el cuerpo. Evitan la impunidad, se aseguran de que el responsable pague. Ese esfuerzo es increíblemente valioso y necesario, nadie lo pone en duda. Son unos cargas en lo que hacen. Pero, seamos honestos, el trabajo del OIJ es, en esencia, forense. Llegan cuando la tragedia ya pasó, cuando la vida ya se perdió. Su eficiencia para condenar a los asesinos es una curita en una herida que no para de sangrar. ¿De qué nos sirve tener al mejor equipo limpiando la escena del crimen si no podemos evitar que el crimen ocurra en primer lugar?
Al final, esta procesión de nombres y números nos deja con una sensación de cólera y de impotencia que ahoga. Se nos llenó la boca por años diciendo que éramos diferentes, una isla de paz. Pero la realidad nos grita otra cosa desde la morgue. La violencia machista no es un “chunche” importado, es un cáncer que creció aquí, en nuestro patio, alimentado por el silencio, la indiferencia y esa pésima costumbre de mirar para otro lado. Y cada 10 días, tenemos un nuevo recordatorio de nuestro fracaso colectivo.
Así que le pregunto al foro, con toda la seriedad del mundo: Más allá de aplaudir las capturas y pedir penas más duras, ¿qué carajos nos está fallando como sociedad? ¿En qué momento se nos pudrió el arroz a tal punto que normalizamos que maten a una tica cada semana y media? ¿Qué hacemos para que el próximo año no estemos hablando de otras 20, 30 o 40 mujeres?
Hagamos la mate, aunque duela. Veinte femicidios en poco más de siete meses. La vara es que no es una estadística abstracta, es un patrón enfermizo. Pasa en Alajuela, en San José, en Puntarenas… en las siete provincias. Pasa más los fines de semana. Pasa con arma blanca, con arma de fuego, a golpes, por asfixia. Es un despiche sistemático, un recordatorio constante de que el discurso de “país pura vida” se va al traste cada vez que un hombre decide que la vida de una mujer le pertenece. Y mientras tanto, nosotros seguimos con el día a día, hasta que el próximo titular nos explota en la cara.
Pero diay, el problema es que “20” es un número muy fácil de digerir. Es anónimo, es limpio. La realidad es mucho más sucia. No son 20 “casos”, son 20 mujeres. Son Ingrid, de 36 años, mamá de tres. Tamara, de 20, que estaba embarazada. Julyana, una güila de apenas 15 años. Valentina, de 21, también embarazada y con una bebé de año y medio. Catorce de las veinte víctimas eran madres. ¿Entendemos esa vara? Son 22 chamacos que se quedaron huérfanos, que tienen que crecer con ese hueco porque a su mamá la mataron. ¡Qué torta más monumental! No hay derecho a que tantos futuros se rompan así.
Y claro, uno ve el brete del OIJ y es para quitarse el sombrero. El mismo director Randall Zúñiga lo dice: en muchos casos, como el de Nelly Romero en Guatuso, agarran al sospechoso incluso antes de encontrar el cuerpo. Evitan la impunidad, se aseguran de que el responsable pague. Ese esfuerzo es increíblemente valioso y necesario, nadie lo pone en duda. Son unos cargas en lo que hacen. Pero, seamos honestos, el trabajo del OIJ es, en esencia, forense. Llegan cuando la tragedia ya pasó, cuando la vida ya se perdió. Su eficiencia para condenar a los asesinos es una curita en una herida que no para de sangrar. ¿De qué nos sirve tener al mejor equipo limpiando la escena del crimen si no podemos evitar que el crimen ocurra en primer lugar?
Al final, esta procesión de nombres y números nos deja con una sensación de cólera y de impotencia que ahoga. Se nos llenó la boca por años diciendo que éramos diferentes, una isla de paz. Pero la realidad nos grita otra cosa desde la morgue. La violencia machista no es un “chunche” importado, es un cáncer que creció aquí, en nuestro patio, alimentado por el silencio, la indiferencia y esa pésima costumbre de mirar para otro lado. Y cada 10 días, tenemos un nuevo recordatorio de nuestro fracaso colectivo.
Así que le pregunto al foro, con toda la seriedad del mundo: Más allá de aplaudir las capturas y pedir penas más duras, ¿qué carajos nos está fallando como sociedad? ¿En qué momento se nos pudrió el arroz a tal punto que normalizamos que maten a una tica cada semana y media? ¿Qué hacemos para que el próximo año no estemos hablando de otras 20, 30 o 40 mujeres?