Maes, pónganse cómodos porque la vara está para sentarse a analizarla con calma. Resulta que la UCR sacó un estudio sobre qué es lo que realmente nos estamos metiendo al buche en este país, y el resultado es un sándwich con una tapa buena y otra podrida. Por un lado, una noticia que nos infla el pecho de orgullo patrio. Por el otro, una que nos dice a gritos que nuestro plan de vida saludable se está yendo al traste, y con ganas.
Empecemos por lo bueno para darnos un poquito de aire. Según la investigación, somos los más cargas de toda América Latina comiendo frijoles. ¡Qué nivel! O sea, nadie nos gana en la devoción por el gallo pinto, la contundencia de un buen casado o el consuelo de una sopa negra. Y esto no es cualquier chunche, porque los frijoles son una fuente de proteína vegetal increíble, llenos de fibra y folatos. Básicamente, es la única materia en la que pasamos el examen, y con una nota altísima. Es esa costumbre de abuela que, sin querer queriendo, nos está salvando la tanda. Un aplauso para nosotros, los campeones indiscutibles del frijol.
Pero bueno, hasta ahí llegó lo bonito, porque ahora viene el baldazo de agua fría. Aquí es donde la cosa se pone color de hormiga. El mismo estudio revela que, si bien somos los reyes del frijol, también somos los príncipes del azúcar. ¡Qué torta, maes! Resulta que el 16% de nuestras calorías diarias viene de azúcar añadida, cuando la OMS dice que el máximo debería ser 10%. Y lo más grave es que el 70% de esa azúcar nos la estamos tomando. No es solo la gaseosa del almuerzo; es el fresquito de cas que parece tan inocente, el café de la tarde con tres cucharadas "para que sepa bueno" y las infusiones instantáneas. Somos el segundo país que más azúcar consume de la región. Un despiche total para el páncreas.
Y si creían que eso era todo, agárrense. La investigación confirma lo que todos sospechábamos en el fondo: a las verduras de hoja verde les hacemos una cruz. La espinaca, el brócoli, las hojas de remolacha... parece que son ingredientes de otro planeta. Apenas llegamos a la mitad de lo que recomienda la OMS en consumo de frutas y vegetales. La doctora que lideró el estudio, Georgina Gómez, lo dijo clarito: en hojas verdes, nueces y semillas siempre salimos raspados. Y tiene razón, ¿cuándo fue la última vez que vieron a alguien merendando almendras en lugar de un paquete de galletas? Culturalmente, esa vara no está en nuestro ADN, y además, no son nada baratas.
Al final, el panorama es agridulce. Somos unos cracks para mantener viva la tradición del frijol, pero nos estamos quedando peligrosamente atrás en todo lo demás. La doctora Gómez lo cierra con una frase matadora: "Lo que ponemos en el plato influye en cuánto vivimos y en cómo vivimos". Y eso, maes, es el fondo de todo este asunto. No es solo por verse bien, es por no pasar los últimos años de vida lidiando con diabetes o problemas del corazón. Así que, abro debate en el foro: ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Es pura pereza para cocinar más sano, es que la comida saludable es demasiado cara o es que simplemente nos sabe más rico el veneno lento del azúcar? ¡Los leo!
Empecemos por lo bueno para darnos un poquito de aire. Según la investigación, somos los más cargas de toda América Latina comiendo frijoles. ¡Qué nivel! O sea, nadie nos gana en la devoción por el gallo pinto, la contundencia de un buen casado o el consuelo de una sopa negra. Y esto no es cualquier chunche, porque los frijoles son una fuente de proteína vegetal increíble, llenos de fibra y folatos. Básicamente, es la única materia en la que pasamos el examen, y con una nota altísima. Es esa costumbre de abuela que, sin querer queriendo, nos está salvando la tanda. Un aplauso para nosotros, los campeones indiscutibles del frijol.
Pero bueno, hasta ahí llegó lo bonito, porque ahora viene el baldazo de agua fría. Aquí es donde la cosa se pone color de hormiga. El mismo estudio revela que, si bien somos los reyes del frijol, también somos los príncipes del azúcar. ¡Qué torta, maes! Resulta que el 16% de nuestras calorías diarias viene de azúcar añadida, cuando la OMS dice que el máximo debería ser 10%. Y lo más grave es que el 70% de esa azúcar nos la estamos tomando. No es solo la gaseosa del almuerzo; es el fresquito de cas que parece tan inocente, el café de la tarde con tres cucharadas "para que sepa bueno" y las infusiones instantáneas. Somos el segundo país que más azúcar consume de la región. Un despiche total para el páncreas.
Y si creían que eso era todo, agárrense. La investigación confirma lo que todos sospechábamos en el fondo: a las verduras de hoja verde les hacemos una cruz. La espinaca, el brócoli, las hojas de remolacha... parece que son ingredientes de otro planeta. Apenas llegamos a la mitad de lo que recomienda la OMS en consumo de frutas y vegetales. La doctora que lideró el estudio, Georgina Gómez, lo dijo clarito: en hojas verdes, nueces y semillas siempre salimos raspados. Y tiene razón, ¿cuándo fue la última vez que vieron a alguien merendando almendras en lugar de un paquete de galletas? Culturalmente, esa vara no está en nuestro ADN, y además, no son nada baratas.
Al final, el panorama es agridulce. Somos unos cracks para mantener viva la tradición del frijol, pero nos estamos quedando peligrosamente atrás en todo lo demás. La doctora Gómez lo cierra con una frase matadora: "Lo que ponemos en el plato influye en cuánto vivimos y en cómo vivimos". Y eso, maes, es el fondo de todo este asunto. No es solo por verse bien, es por no pasar los últimos años de vida lidiando con diabetes o problemas del corazón. Así que, abro debate en el foro: ¿Qué es lo que nos pasa? ¿Es pura pereza para cocinar más sano, es que la comida saludable es demasiado cara o es que simplemente nos sabe más rico el veneno lento del azúcar? ¡Los leo!