Maes, hay noticias que uno lee y simplemente piensa: ¡qué despiche! La vara con Crucitas ya dejó de ser un simple problema ambiental para convertirse en la crónica de un desastre anunciado, y ahora con el ingrediente que a todos nos pone los pelos de punta: el narco. Un regidor de San Carlos, Juan Pablo Rodríguez, básicamente le puso el megáfono a lo que muchos sospechaban en voz baja: los grupos criminales están financiando la fiesta de la minería ilegal, convirtiendo la zona norte en su propio cajero automático para lavar plata. Ya no es solo el coligallero tratando de ganarse la vida, ahora es una operación con plata de la grande.
Y es que, diay, seamos honestos. La lógica es aplastante. El regidor lo explica clarísimo: los chunches que están usando para sacar el oro no son precisamente una pala y un balde. Hablamos de rotomartillos, plantas eléctricas y equipo que cuesta un ojo de la cara. ¿De dónde saca un minero artesanal esa cantidad de plata? La respuesta es obvia, pero que alguien con un cargo público lo diga sin pelos en la lengua cambia las reglas del juego. El narco vio el negocio redondo: invierten plata sucia en equipo, pagan a los coligalleros, compran el oro y ¡listo!, el dinero sale limpiecito. Una jugada maestra que está destrozando el ambiente y la seguridad de la zona.
Lo más frustrante de todo es el ritmo paquidérmico del Estado. Mientras los narcos montan una operación industrial a cielo abierto, en la Asamblea Legislativa se habla de un proyecto de ley que podría tardar ¡cinco años! en ver la luz. Cinco años. Para ese entonces, en Crucitas no va a quedar ni el recuerdo de lo que era un bosque. Por eso, la moción del regidor para declarar emergencia en Cutris y Pocosol no es una idea loca, es una medida desesperada. Es un grito de auxilio pidiendo que, por una vez, el gobierno actúe antes de que la situación se vaya completamente al traste.
Y para echarle más leña al fuego, tenemos la presión que viene del otro lado de la frontera. Con el gobierno de Nicaragua dando concesiones a empresas chinas en la Reserva Indio Maíz, un montón de coligalleros nicas se están viniendo para Crucitas. Se habla de hasta 200 personas cruzando la frontera a diario. Esto no es solo un tema de migración, es la receta perfecta para el caos. La gente de la zona, como es lógico, ya no vive tranquila. No es solo el mercurio en el río; es saber que la violencia, las disputas territoriales y la presencia de gente ligada a personajes como alias "Diablo" o a casos turbios como el del pastor del caso "Shark" están a la vuelta de la esquina.
Al final, la situación en Crucitas es la torta que se está jalando el país por su inacción. Es una mezcla tóxica de desastre ecológico, crisis social, crimen organizado y una indiferencia estatal que asusta. Dejamos que un problema creciera hasta convertirse en un monstruo que ahora amenaza con devorarse una región entera. La pregunta que queda en el aire es casi una súplica, maes. Más allá de si se declara la emergencia o no, ¿qué más tiene que pasar para que el Gobierno le ponga atención de verdad a la zona norte antes de que sea demasiado tarde?
Y es que, diay, seamos honestos. La lógica es aplastante. El regidor lo explica clarísimo: los chunches que están usando para sacar el oro no son precisamente una pala y un balde. Hablamos de rotomartillos, plantas eléctricas y equipo que cuesta un ojo de la cara. ¿De dónde saca un minero artesanal esa cantidad de plata? La respuesta es obvia, pero que alguien con un cargo público lo diga sin pelos en la lengua cambia las reglas del juego. El narco vio el negocio redondo: invierten plata sucia en equipo, pagan a los coligalleros, compran el oro y ¡listo!, el dinero sale limpiecito. Una jugada maestra que está destrozando el ambiente y la seguridad de la zona.
Lo más frustrante de todo es el ritmo paquidérmico del Estado. Mientras los narcos montan una operación industrial a cielo abierto, en la Asamblea Legislativa se habla de un proyecto de ley que podría tardar ¡cinco años! en ver la luz. Cinco años. Para ese entonces, en Crucitas no va a quedar ni el recuerdo de lo que era un bosque. Por eso, la moción del regidor para declarar emergencia en Cutris y Pocosol no es una idea loca, es una medida desesperada. Es un grito de auxilio pidiendo que, por una vez, el gobierno actúe antes de que la situación se vaya completamente al traste.
Y para echarle más leña al fuego, tenemos la presión que viene del otro lado de la frontera. Con el gobierno de Nicaragua dando concesiones a empresas chinas en la Reserva Indio Maíz, un montón de coligalleros nicas se están viniendo para Crucitas. Se habla de hasta 200 personas cruzando la frontera a diario. Esto no es solo un tema de migración, es la receta perfecta para el caos. La gente de la zona, como es lógico, ya no vive tranquila. No es solo el mercurio en el río; es saber que la violencia, las disputas territoriales y la presencia de gente ligada a personajes como alias "Diablo" o a casos turbios como el del pastor del caso "Shark" están a la vuelta de la esquina.
Al final, la situación en Crucitas es la torta que se está jalando el país por su inacción. Es una mezcla tóxica de desastre ecológico, crisis social, crimen organizado y una indiferencia estatal que asusta. Dejamos que un problema creciera hasta convertirse en un monstruo que ahora amenaza con devorarse una región entera. La pregunta que queda en el aire es casi una súplica, maes. Más allá de si se declara la emergencia o no, ¿qué más tiene que pasar para que el Gobierno le ponga atención de verdad a la zona norte antes de que sea demasiado tarde?