Como masoquista que soy vivo viendo y analizando a la izquierda, para convencerme una y otra vez de los equivocados que estan
¿De cuál democracia estamos hablando?
POR Lázaro Barredo Medina, director de diario Granma
La Revolución Cubana es la obra de un esfuerzo nacional concertado e inspirada en una sólida convicción ética que tiene como punto de partida la defensa a ultranza de la independencia y la soberanía.
Por asumir esa concepción propia hemos tenido que lidiar en estos últimos 50 años con la obstinada y obsesiva política de agresión de Estados Unidos y enfrentar una tenaz campaña de distorsión en torno a los temas de democracia y derechos humanos.
En el fondo, pretenden imponernos condicionamientos sobre valores estandarizados por Estados Unidos y sus aliados, supuestamente concebidos desde principios universales.
Ahora mismo, tras el Mensaje del compañero Fidel, cientos de cables de agencias noticiosas circulan con declaraciones de políticos, donde expresan la necesidad de que Cuba vaya hacia la democracia.
¿De cuál democracia estamos hablando? ¿Por qué ese dogma de que no hay democracia si no hay multipartidismo? ¿Dónde está demostrado que la pluralidad de partidos es sinónimo de democracia?
Para nosotros tener elecciones no es suficiente cuando se trata de avalar la democracia, porque una supuesta representatividad no se acredita solo mediante ilusiones de mecanismos formales, como esa de que con votar ya todo está resuelto, máxime cuando puede propiciar viciadas prácticas como el clientelismo, el fraude, el incumplimiento de los compromisos electorales y otras manifestaciones que deslegitiman a los gobernantes y debilitan el sistema democrático, impidiendo que la gente sienta en su vida cotidiana la utilidad de la política.
Eso se verifica cuando llegan las elecciones a esos países y las contiendas se transforman en lo que podríamos denominar "perreras" por la confrontación de intereses estrechos en las cúpulas de los partidos, mientras la falta de ética se apropia de los debates cuando se sacan los mil y uno trapos sucios y se enaltecen las mezquindades. Esas son las cosas que alejan a los pueblos de las esencias de la política.
Cada vez que se discutió este asunto en algunas cumbres iberoamericanas e inmediatamente fue señalado el criterio de añadir al debate del tema electoral, como elementos participativos, los principios de rendición de cuenta de los elegidos ante sus electores y el derecho de los ciudadanos a la revocación del mandato, en ese mismo instante, como se dice en buen cubano, "se trancaba el dominó".
Resulta inadmisible la pretensión de imponer esquemas o modelos de organización política, con lo cual se desconoce no solo la realidad inmediata y concreta de cada país, sino se viola el principio de convivencia, el derecho internacional a la diversidad y la pluralidad de sistemas.
Más de un caso puede mencionarse como ejemplo (incluida la Cuba de antes) donde no siempre la pluralidad la determina el número de partidos que haya en una nación, sino el grado de flexibilidad y de tolerancia política que establezcan los gobiernos, a la vez que la voluntad de hacer participativa la decisión soberana de los ciudadanos en los asuntos más importantes de la sociedad.
Desde su propio orden constitucional, los cubanos construimos un modelo de sociedad que se ajusta a nuestra historia, nuestra idiosincrasia y las actuales realidades, donde sea posible proponernos trabajar por el desarrollo con equidad y la transformación con justicia social, tratando de alcanzar una armoniosa combinación entre los intereses colectivos y los intereses individuales; lograr un país posible y deseable donde prevalezca la concertación nacional bajo el propósito de favorecer la actividad de un ciudadano más productivo en lo económico, más participativo en la gestión política y más solidario en lo social.
Es un proceso de adecuación consciente, en un continuo trabajo de perfeccionamiento del sistema político, que no siempre se ha logrado por disímiles circunstancias, pero a lo cual nunca hemos renunciado, mucho más ahora que las medidas económicas traerán consigo el imperativo de reformar determinadas áreas para ofrecer respuestas y soluciones al debate popular en consonancia con las necesidades del país.
Estados Unidos y sus aliados no le perdonan a la Revolución cubana ese grado de concertación que ha generado entre nosotros; necesita estigmatizar nuestra realidad por navegar en contra de esa escandalosa retórica política que se ha apropiado de las palabras democracia, libertad, derechos humanos, etcétera, aunque en la práctica de muchas naciones (a las que no les imponen condiciones), sean puros símbolos, pueriles tentativas divorciadas de la realidad o falsas promesas que promueven la ingobernabilidad y la crisis de credibilidad.
Eso es lo que les está pasando a muchos de los que nos reclaman que implantemos su democracia.•
¿De cuál democracia estamos hablando?
POR Lázaro Barredo Medina, director de diario Granma
La Revolución Cubana es la obra de un esfuerzo nacional concertado e inspirada en una sólida convicción ética que tiene como punto de partida la defensa a ultranza de la independencia y la soberanía.
Por asumir esa concepción propia hemos tenido que lidiar en estos últimos 50 años con la obstinada y obsesiva política de agresión de Estados Unidos y enfrentar una tenaz campaña de distorsión en torno a los temas de democracia y derechos humanos.
En el fondo, pretenden imponernos condicionamientos sobre valores estandarizados por Estados Unidos y sus aliados, supuestamente concebidos desde principios universales.
Ahora mismo, tras el Mensaje del compañero Fidel, cientos de cables de agencias noticiosas circulan con declaraciones de políticos, donde expresan la necesidad de que Cuba vaya hacia la democracia.
¿De cuál democracia estamos hablando? ¿Por qué ese dogma de que no hay democracia si no hay multipartidismo? ¿Dónde está demostrado que la pluralidad de partidos es sinónimo de democracia?
Para nosotros tener elecciones no es suficiente cuando se trata de avalar la democracia, porque una supuesta representatividad no se acredita solo mediante ilusiones de mecanismos formales, como esa de que con votar ya todo está resuelto, máxime cuando puede propiciar viciadas prácticas como el clientelismo, el fraude, el incumplimiento de los compromisos electorales y otras manifestaciones que deslegitiman a los gobernantes y debilitan el sistema democrático, impidiendo que la gente sienta en su vida cotidiana la utilidad de la política.
Eso se verifica cuando llegan las elecciones a esos países y las contiendas se transforman en lo que podríamos denominar "perreras" por la confrontación de intereses estrechos en las cúpulas de los partidos, mientras la falta de ética se apropia de los debates cuando se sacan los mil y uno trapos sucios y se enaltecen las mezquindades. Esas son las cosas que alejan a los pueblos de las esencias de la política.
Cada vez que se discutió este asunto en algunas cumbres iberoamericanas e inmediatamente fue señalado el criterio de añadir al debate del tema electoral, como elementos participativos, los principios de rendición de cuenta de los elegidos ante sus electores y el derecho de los ciudadanos a la revocación del mandato, en ese mismo instante, como se dice en buen cubano, "se trancaba el dominó".
Resulta inadmisible la pretensión de imponer esquemas o modelos de organización política, con lo cual se desconoce no solo la realidad inmediata y concreta de cada país, sino se viola el principio de convivencia, el derecho internacional a la diversidad y la pluralidad de sistemas.
Más de un caso puede mencionarse como ejemplo (incluida la Cuba de antes) donde no siempre la pluralidad la determina el número de partidos que haya en una nación, sino el grado de flexibilidad y de tolerancia política que establezcan los gobiernos, a la vez que la voluntad de hacer participativa la decisión soberana de los ciudadanos en los asuntos más importantes de la sociedad.
Desde su propio orden constitucional, los cubanos construimos un modelo de sociedad que se ajusta a nuestra historia, nuestra idiosincrasia y las actuales realidades, donde sea posible proponernos trabajar por el desarrollo con equidad y la transformación con justicia social, tratando de alcanzar una armoniosa combinación entre los intereses colectivos y los intereses individuales; lograr un país posible y deseable donde prevalezca la concertación nacional bajo el propósito de favorecer la actividad de un ciudadano más productivo en lo económico, más participativo en la gestión política y más solidario en lo social.
Es un proceso de adecuación consciente, en un continuo trabajo de perfeccionamiento del sistema político, que no siempre se ha logrado por disímiles circunstancias, pero a lo cual nunca hemos renunciado, mucho más ahora que las medidas económicas traerán consigo el imperativo de reformar determinadas áreas para ofrecer respuestas y soluciones al debate popular en consonancia con las necesidades del país.
Estados Unidos y sus aliados no le perdonan a la Revolución cubana ese grado de concertación que ha generado entre nosotros; necesita estigmatizar nuestra realidad por navegar en contra de esa escandalosa retórica política que se ha apropiado de las palabras democracia, libertad, derechos humanos, etcétera, aunque en la práctica de muchas naciones (a las que no les imponen condiciones), sean puros símbolos, pueriles tentativas divorciadas de la realidad o falsas promesas que promueven la ingobernabilidad y la crisis de credibilidad.
Eso es lo que les está pasando a muchos de los que nos reclaman que implantemos su democracia.•